Oriol Bosch/ACN

Un forastero en la Diada: tractores, gigantes y Bola de Dragón

El espíritu es festivo, pero tiene también un aire de trámite: todos se fueron pronto, como si lo único importante fuera la demostración de fuerza o la foto.
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El 11S estuve en la primera Diada de Lérida. Es el primer año que se descentraliza, quizá para compensar su desinfle de participación, y se ha realizado en cinco ciudades catalanas. Cada una representaba uno de los valores de la república catalana soñada. A Barcelona y Tarragona les han tocado los mejores y más altisonantes (“libertad” y “progreso”). A Lérida el gris “equilibrio territorial”, una manera de hablar de federalismo dentro de Cataluña. En una crónica del diario Ara, un entrevistado de Lérida dice: “Si vamos a conseguir la independencia para mantener a los de Barcelona, nos quedamos en España”. Es la brecha campo-ciudad, cosmopolitismo-provincianismo, que también divide movimientos tan aparentemente homogéneos como el independentismo. Es de lo que se queja Valero Sanmartí, autor del superventas Los del Sud us matarem a tots, donde anticipa satíricamente una guerra de los del sur contra los del norte de Cataluña: “Con ‘los del sud’ englobo la comarca de Tarragona pero también la de Lleida, que técnicamente es el oeste. Me refiero a una Cataluña que ha sido absolutamente ninguneada en los discursos oficiales. Su paisaje ha sido usado para el cultivo o para plantar industrias químicas.”

En el puente sobre el río Segre, del que cuelga una enorme estelada que casi toca el agua, hay varios tractores aparcados, casi todos con banderas o eslóganes independentistas. El concierto posterior a las campanadas, a las 17:14, es de folklore catalán y versiones rock de poemas y canciones tradicionales, pero la banda, Pastorets Rock, toca también la sintonía de Bola de Drac (Bola de Dragón) y la de Musculman, otro anime japonés que en España solo se tradujo al catalán. Son series que emitía Club Super 3, el programa infantil de TV3. La nostalgia es un instrumento aglutinador muy efectivo. Si el independentismo sobrevive varias décadas, las próximas generaciones quizá crean que Bola de Drac es tan tradicional como “Baixant de la font del gat”.

La euforia colectiva suele ser contagiosa, pero llegué tarde y perdí la oportunidad de hacerme independentista. El discurso oficial ya se ha hecho, la orilla del río se vacía y la gente busca algo de sombra. Hay algunos gigantes y cabezudos, que bailan con desgana. La banda toca frente a varios incondicionales, casi todos jóvenes, que aguantan el calor insoportable y el suelo embarrado. Entiendo el atractivo revolucionario de una secesión y de la desobediencia: la CUP ha capitalizado bien ese sentimiento entre los más jóvenes. No entiendo tan bien cómo se combina con apelaciones a la tierra (“¡Viva la terra!”, grita el frontman de Pastorets Rock, que lleva puesta una barretina). Lo conservador se junta con un espíritu revolucionario, y los únicos conservadores revolucionarios son los reaccionarios.

Pero, a pesar de que la reivindicación es revolucionaria -son miles de personas exigiendo salirse de un país y formar uno propio-, el espíritu es simplemente festivo. Tiene toques horteras, como de fiesta de pueblo, pero también un aire de trámite. La zona se vació muy rápido, por el calor, pero también como si lo único importante fuera la demostración de fuerza o la foto.

Algunos unionistas se burlan de los intentos de dar solución política al tema del independentismo. Una solución política, creen, y a veces tienen razón, implica que la vía judicial queda descartada, lo que resulta inaceptable con una Generalitat que se salta hasta sus propias leyes. Pero plantean el debate en términos similares a los independentistas: según como deberían ser las cosas, y no como realmente son. En buena medida, esa solución política implica simplemente admitir que existe un problema. Mucha gente ha salido a la calle a apoyar una secesión. Decir que están equivocados no sirve más que para tener razón.

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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