Los baches y el Mundial

Mientras la Ciudad de México se prepara para recibir el Mundial, ni siquiera los baches se salvan del cálculo político.
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Para la Ciudad de México, 2026 será un año de inauguraciones. Será la sede del primer partido (y de otros cuatro) del Mundial México/Estados Unidos/Canadá 2026; además, distintas obras se concluirán en los meses previos al campeonato. Entre ellas están la remodelación del Estadio Azteca (que cambiará de nombre para llamarse como un banco); el tren suburbano que llegará al subutilizado aeropuerto Felipe Ángeles; la remodelación del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, metafórico tapete de entrada a esta sede mundialista, que lleva un avance de apenas 20% y no estará plenamente concluida antes del arranque del Mundial. Se les suman nuevos trenes ligeros y trolebuses, mejoras del alumbrado público y la renovación de la Calzada de Tlalpan, y la lista sigue.

Como cualquier Mundial, este ha sido un escaparate para el lucimiento político. Al anunciar los proyectos que el gobierno federal echó a andar para la ocasión, la presidenta Claudia Sheinbaum dijo, triunfalista, que el Mundial permitirá a “los ojos del mundo” ver “un país grandioso […] más justo, más libre, más democrático”. Clara Brugada, jefa de gobierno de la capital, afirmó: “la ciudad aprovecha el Mundial para acelerar la transformación”, asumiendo lo que son tareas normales de renovación del transporte público como un capítulo de un cambio histórico que el partido político al que pertenece dice estar encabezando.

En entrevista, Gabriela Cuevas, representante de México para la organización del torneo, ponderó que “las condiciones de México para recibir un Mundial son mejores que hace 40 años”. Y en un conciso repaso, recordó que “hoy nos quejamos de los baches, pero en el Mundial del 86 la mitad de la ciudad estaba devastada por el terremoto”.

En efecto, cuando se llevó a cabo la decimotercera edición de la Copa Mundial de Futbol habían pasado ocho meses desde el movimiento telúrico que destruyó edificios habitacionales, hospitales y oficinas, dejando al menos 6 mil muertos. La respuesta del gobierno del entonces presidente Miguel de la Madrid fue tardía e ineficaz, lo cual explica que, el 31 de mayo de 1986, cuando inauguró la competencia “en nombre del vigoroso pueblo mexicano”, ese pueblo le diera una enérgica rechifla desde las tribunas del Estadio Azteca.

Pero la comparación de Cuevas es curiosa. Es obvio, como sugiere, que los baches no son un problema tan grande como un terremoto de magnitud 8.1. Aun así, no son un problema menor. Para empezar, son muchísimos: si hay en promedio 800 baches por colonia, y hay 1,812 colonias en la ciudad, habría unos 1.5 millones de baches. Por supuesto, en ese universo caben hoyos de todos los tamaños. Algunos tienen un par de centímetros de profundidad y pasar por encima de ellos no causa más que una leve sacudida, imperceptible en un auto con buena suspensión. Pero muchos son más profundos, pueden dañar un auto y costarle la vida a ciclistas o motociclistas. Desde luego, entorpecen el tránsito y pueden inutilizar por completo una calle. No sorprende, así, que en la más reciente Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU), que realiza cada trimestre el Inegi, 84.9% de los encuestados identificó los baches en calles y avenidas como un problema que atender en su ciudad. Es un porcentaje significativamente mayor al que dice estar preocupado por la ineficiencia en el servicio de limpia y recolección de basura (28.7%), el transporte público deficiente (36.9%) e incluso la delincuencia (53.7%).

En octubre de 2024, recién electa jefa de gobierno, Clara Brugada anunció el arranque del “Bachetón”, un programa para tapar baches. La intención, dijo Brugada, era “no detenerlo hasta que acabemos con todos los baches de la ciudad”. El programa no alcanzó su objetivo, porque seis meses después, en marzo de 2025, Brugada dobló la apuesta con su “estrategia Megabachetón 2025”.   

Luego vino la temporada de lluvias. En septiembre, Brugada explicó, en un instructivo video, que los baches se habían multiplicado en “los meses más lluviosos desde 1940”. Reconoció que taparlos era una solución temporal y que la repavimentación era “la solución permanente”. Y a mediados de octubre anunció, “en el marco de la próxima celebración del Mundial de Fútbol 2026”, el programa de repavimentación “Cualli Ohtli” (“Buen camino”), que rehabilitará 250 kilómetros de avenidas.

Como se sabe, hay obras que dan más lustre que otras. Cuando se inaugura un estadio o un aeropuerto, queda un edificio enorme y una placa conmemorativa. Los nuevos autobuses y la iluminación de edificios históricos se ven bien en las fotos. La gente aprecia los parques y las canchas de futbol. Pero una calle recién pavimentada solo ofrece la ausencia de baches, y nadie espera que se quede así por mucho tiempo.

No es precisamente transformador ofrecer “soluciones permanentes” para tareas de mantenimiento que por naturaleza tienen que repetirse periódicamente. “Bachetón” es una palabra pegajosa que transmite una idea falsa: que tapar baches es una carrera y que al final hay una línea de meta (o, en otro símil deportivo, una portería). No es así: habrá nuevas lluvias y tráfico pesado, y seguirá habiendo baches después del silbatazo final del último partido del Mundial. Y tomar a la ligera esa responsabilidad interminable y poco fotogénica también puede desatar una rechifla. ~


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