Entre las aberrantes creaciones de la mente humana resalta, por su imperfección, nuestro calendario gregoriano, que no solo cuenta con unidades de dispareja longitud (llamadas meses), las cuales poseen ora 30, ora 31 y, en una ocasión, incluso 28, cuando no 29 subunidades (llamadas días), sino que también admite supraunidades (llamadas años) que poseen una unidad más que el resto (conocidas como años bisiestos), las cuales, por si fuera poco, se suceden con engañosa regularidad, pues mientras que por lo general ocurren a intervalos de 4, se exceptúan los que terminan en doble cero, a no ser que –excepción a la excepción– sean divisibles entre 400. Esta última característica es la responsable de que una de las unidades del calendario (nombrada febrero) posea unas veces 28 y otras 29 días. Aunque, también, en 12 ocasiones, en restringidas latitudes, llegó a poseer 30 días.
El primer 30 de febrero tuvo lugar en el año 1712, en el reino de Suecia. El motivo fue la decisión, tardía respecto al resto de la Europa católica, de sustituir el calendario juliano por el gregoriano, y que, en lugar de hacerlo abruptamente, se optara por una reforma paulatina, que contemplaba la abolición de los años bisiestos por un período de 40 años. Sin embargo, debido a un olvido, adjudicado a la Gran Guerra del Norte, los escandinavos se vieron obligados a introducir un año doblemente bisiesto para compensar la omisión de la omisión, por lo cual el febrero de 1712 contó con 30 días.
Los 30 de febrero siguientes tuvieron lugar de facto en la Unión Soviética, entre 1930 y 1940, con la instauración de un “calendario revolucionario”, compuesto por doce meses, todos de 30 días laborales, y 5 días festivos que no pertenecían a ningún mes. El objetivo era eliminar el fin de semana, tanto por razones económicas (la industria podía trabajar sin interrupción) como ideológicas (se cancelaba el religioso día dedicado al Señor). Así, durante los 2 primeros años, los meses se compusieron de 6 semanas, cada una de 5 días, pero, después, debido a las numerosas protestas, se optó por introducir un día de descanso general, con lo cual se le añadió un día a cada semana y se le restó una semana a cada mes, quedando 5 semanas de 6 días por mes. Lo curioso –y esquizofrénico– del asunto es que, a pesar de que en la vida cotidiana soviética los meses realmente tenían 30 días (incluido, por supuesto, febrero), en los documentos oficiales siguió usándose el contrarrevolucionario calendario occidental.
Escritor mexicano. Es traductor y docente universitario en Alemania. Acaba de publicar “Los fragmentos infinitos”, su primera novela.