Alguien que sabía mucho más que yo de este negocio de los autorretratos dijo que lo que escribes es lo que más se te parece. Mi teoría personal es que leer un libro es como pasar unas vacaciones en la mente de su autor. Yo en la mía no estoy de vacaciones, sino de servicio, así que con los años he acabado por acostumbrarme a su funcionamiento y a la especial relación con ese parásito, espíritu diabólico o enfermedad incurable de la literatura.
Suelo decir que sólo deberían dedicarse a esto los que no tienen más remedio. De chaval tuve claro que yo no lo tenía y que afortunadamente estaba condenado a vivir a medio camino entre las ficciones sinceras y abiertas de la literatura y las no tan sinceras de eso que en la televisión llaman “la vida real”. He inventado historias, personajes y mundos a su medida desde que tengo uso de razón. Si algo ha cambiado desde entonces es que, con los años, he ido aprendiendo a hacerlo mejor. Para mí el ejercicio de la literatura está a medio camino entre la arquitectura, la música y la magia. Es una ciencia de la imaginación en la que el oficio, la técnica y el saber hacer son la base de todo. La literatura es un arte de resultados, no de intenciones o pretensiones. Como tal debería ser juzgada y sobre todo practicada. Esa es la única ley que rige para mí. Para alcanzar ese objetivo, todo vale. Novela gótica, de género, de ideas, de romance, de horror, de aventura… Novela experimental o experimentada. En el gran libro de la vida caben Tolstoi, Victor Hugo, Dickens. Cabe lo que nos presta la gramática del cine y lo que tomamos prestado a la poesía y a todas las artes desprevenidas. Catedral de palabras, ideas, mundos, imágenes y sensaciones. Laberinto de luces, sombras y trucos de magia. Todo eso es para mí la ficción. Todo eso y mucho más. Y la vida, literaria o inventada, un billete de ida que nos permite arañar esa superficie y aspirar a compartir ese mundo con el lector. Todas las novelas, hasta las malas, son historias de amor con lo más importante que existe: lo que no tiene nombre, lo que no se puede nombrar ni señalar, sólo narrar. Yo sigo tan enamorado como siempre de ese fantasma invisible y cada vez que me siento a escribir, cada vez que me encuentro con un lector a medio camino de una frase o una imagen, me digo que todo tiene sentido aunque sólo sea por un instante, y que vale la pena seguir en esta guerra contra el vacío, contra la tontería y contra la muerte que es la literatura. Estoy convencido de que leer es vivir más y mejor. Escribir y tener la llave de la mente y el alma del lector es un premio. Y como todos los premios, hasta los literarios, el que uno no los merezca no significa que no los vaya a disfrutar hasta donde le dejen y hasta donde se pueda. Yo pienso seguir haciendo exactamente eso. Lo demás, y lo de menos, son palabras. –
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