No me queda más que emborracharme para recordarla. Llevo casi un lustro buscando palabras para decir algo, cualquier cosa para no olvidarla, como si fuera posible. Nunca habrá razón ni justicia ni bandera blanca. Mucho menos aquí. Aquí sólo las ganas de poder llamarla. De reírnos un poco. De hablar de la manera en que nos ha transformado la calma.
Hoy, 24 de abril de 2012, Aura Adriana Estrada Curiel, hubiera cumplido 35 años, si no fuera por esa ola hija de puta de Mazunte, Oaxaca.
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La recuerdo en la cafetería de la facultad. Nos conocíamos desde antes pero fue entonces que nos volvimos amigos por cuenta propia, no por nuestros padres. Tenía un suéter de cuello de tortuga negro como su pelo liso azabache. Se reía porque ella y sus amigas hacían babosadas en frente de Adolfo Sánchez Vázquez. Su impertinencia cautivaba y chocaba. Sobre la mesa tenían un libro de John Donne -le encantaba Donne- y recitaban versos como si en vez de Letras Inglesas estudiaran Literatura Dramática:
Since she must go, and I must mourn, come night,
Environ me with darkness, whilst I write
o algún otro verso no tan ad hoc. Tal vez por eso gruñía Sánchez Vásquez, herido en la metafísica de su materialismo.
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La recuerdo, también, con el mismo sueter -en mi memoria casi siempre trae el mismo sueter- dándole vuelta a un whisky en las rocas en vaso old fashion, en el bar de Sanborns de Plaza Loreto, jugando a ser adultos, contándole a Vicente Quirarte nuestras soñadas proezas literarias. Después fuimos a una posada. Nos olvidamos de la piñata. No nos tocó colación.
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Era un verdadero peligro ir en el coche con Aura. Sentido contrario. Por alguna razón siempre acabábamos en sentido contrario. Los semáforos eran meras sugerencias. Todo quedaba cerca, según ella, y luego nos perdíamos. Perdidos, nos encontrábamos. Mariposa Technicolor de Fito Páez a todo volumen -odio a Fito Páez- y los dos cantando como enanos.
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Admiro el duelo de Francisco Goldman, su marido. Hizo todo lo que un hombre puede hacer para revivir a la amada inmóvil a través de su escritura y su memoria.
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A partir de hoy Aura ya no podría ser candidata para el premio que lleva su nombre.
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No sé qué pensar de todo lo que se ha publicado póstumamente. No he tenido corazón para leerlo. Sería como fijarla en su muerte, para siempre.
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Su ejemplar de Los Detectives Salvajes le dio la vuelta al mundo. Emocionadísima se lo prestó a mi esposa en México. Ella se lo llevó a Inglaterra y luego a Portugal. Ahí pasó a las manos de una amiga suya. Cuando nos reunimos en Salvador de Bahía finalmente lo pude leer yo. Todos nos emocionamos; era un page turner con jiribilla y queríamos darle la vuelta a la página. Despegado, deshojado y sujeto por un par de ligas elásticas, se lo regalé a un desconocido en un bar del aeropuerto de São Paulo.
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Era una crítica implacable, Aura. Jamás me dejaría publicar estos recuerdos sensibleros.
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Hacia el final de su examen de maestría, el sinodal, Hernán Lara Zavala, le hizo una pregunta mamona sobre su análisis de no sé qué versos de Auden:
–No me parece, concluyó.
Aura, amante de la vida por encima de la literatura, anticipando la fiesta que seguía, respondió:
–Lo quitamos, lo quitamos.
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Le encantaban The Smiths. No sé por qué. Siempre The Smiths. Supongo que, además de la angustia de adolescentes latentes, nos la dábamos de londinenses desterrados en Copilco.
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En una carta, desde Roma, en julio de 1997, me regaña:
Ahora tú, Nicolás, tienes miedo. O deberías tenerlo. ¡Cobarde! Ve y muere. Nada hay que te detenga más que la vida. ¿Y no dices que la desprecias? Peleas contra ti, contra mí que escribo para responderte. Y te responde el ángel que cae desde tu cielo hasta tu infierno; se levanta en la cabeza y cae hasta tus pies. ¿Quieres morir? La muerte está en todas partes. No tienes que buscarla porque se encuentra en ti y en todo lo demás. En tus uñas como en tu sangre infectada por no sé qué pesimismo, en el pelo que dejas en la almohada como en las palabras que escribes…
No sé qué le habré dicho que suscitara tal regaño. Pero quisiera poder mostrarle mi amor por la vida. No sé si sepa que casi la alcanzo hace un par de años pero quisiera poder decirle que saqué fuerza de algún lugar y me aferré como pude, tal vez con la ayuda de ese ángel. Quisiera poder decirle que ya no soy pesimista.
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Lo dicho: ni razón, ni justicia, ni bandera blanca.
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La última vez que la vi fue en su fiesta de despedida antes de que se fuera a Nueva York. Quedábamos los necios al filo de la mañana. Para despedirme, tuve que interrumpirla mientras bailaba esta canción:
http://www.youtube.com/watch?v=xFrGuyw1V8s&ob=av3n
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No estás muerta, Aura, no estás muerta.
Antropólogo. Doctorando en Letras Modernas. Autor de dos libros de poesía. Bongocero. Nace en 1976. Pudo ser un gran torero pero...