A fines del año pasado se publicó la bitácora de un viaje maravilloso por los mares de la magia, la religión y la ciencia. Me refiero al libro de Manuel Durán, Diario de un aprendiz de filósofo, publicado en Sevilla por la Editorial Renacimiento (2007), en su Biblioteca del Exilio. Este libro merece ser leído por aquellos que quieran iniciarse en los estudios filosóficos. Aunque su autor lo anuncia como el diario de un aprendiz, se trata en realidad de la obra de un maestro.
Desde el comienzo del periplo Manuel Durán nos advierte que le fascinan las causas perdidas y que debemos comprender que con él jugamos una carta desventajosa. Emprende el viaje y nos anuncia: ¡es casi seguro que vamos a perder! Se diría que es un marinero que se lanza al oceano con vocación de náufrago. Hay que avisar al lector que no habrá naufragio, pero deberá entender que si el viaje es encantador, ello se debe a que hay en Manuel Durán una vocación para la aventura temeraria.
Los temas que aborda son difíciles y enrevesados. Y sin embargo, los aborda con tal serenidad y frescura que se deslizan bajo nuestros ojos como formas asequibles y amables. Su serenidad proviene de una larga y fructífera vida intelectual. La frescura proviene de su peculiar manera de vivir, como si fuera un niño eterno que a cada paso se sorprende de sus descubrimientos. Por ello es capaz de mirar y describir las más antiguas ideas como si acabaran de salir del horno, de manera que podemos descubrir todavía los olores, las texturas y el color con que nacieron. Leer su bitácora de aventuras intelectuales es un verdadero lujo, la extraordinaria oportunidad que raras veces se nos ofrece de saborear la autenticidad original de las fuentes del pensamiento moderno.
Manuel Durán ha sido siempre un viajero y un explorador. Llegó a México exilado en 1942, siendo muy joven. En su breve historia personal estaban impresos los signos de su ciudad natal bombardeada, de los vientos culturales mediterráneos que lo educaron y de su irrefrenable deseo de escribir. Dejó atrás su casa en Barcelona, que se había desplomado completamente, víctima de una incursión aérea, sus estudios en una escuela italiana y una historia general de la humanidad que había comenzado a escribir a los once años. En México Manuel Durán estudia dos carreras, derecho y letras. Sospecho que esta curiosa mezcla en algo es responsable de su permanente inclinación por la ironía y de su profundo conocimiento de las anfibias realidades de nuestro tiempo. En esta época Durán publica su primer libro, Puente, funda la revista Presencia y se zambulle en la vida cultural mexicana. Pero no se deja atrapar completamente: se casa, se va a París y después a Princeton donde termina su doctorado bajo la dirección de Américo Castro. A mediados de los años sesenta recibe una beca Guggenheim y poco después es nombrado profesor en la Universidad de Yale, a la cual sigue ligado hasta hoy.
La combinación de enorme sabiduría y gran sencillez es una marca indeleble de la obra de Manuel Durán. Acaso unos versos suyos sobre el viento lo describan a la perfección:
Igual que l´home invisibleendevinem la seva forma
tan sols si es vesteix de fulles
…Sólo si se viste de hojas… Y Manuel Durán ha vestido de hojas su sabiduría durante toda su vida: hojas y más hojas de los innumerables ensayos y libros que ha escrito sobre Ramón Llull, Cervantes, Valle-Inclán, Amado Nervo, García Lorca, Carlos Fuentes, Rulfo, etc. Hojas y más hojas de poemas sobre ciudades asediadas, sobre poetas modestos u orgullosos, sobre el viento o las aves, sobre Cataluña, sobre la literatura mexicana. Son hojas y más hojas en catalán, en inglés, en francés, en castellano, publicadas en diversos lugares del mundo. Ahora el viajero invisible nos entrega las fascinantes hojas de su bitácora y, con ello, se vuelve visible y nos permite ver cosas que antes no sospechábamos.
Manuel Durán nos invita a tratar de entender, para decirlo con sus palabras, lo que hay dentro, debajo y alrededor de la multiplicidad caótica que nuestros sentidos nos entregan. Para ello no levanta un gran proyecto arquitectónico ni un edificio inmóvil. En realidad construye un navío con el que explorará las aguas de la magia, la religión y la ciencia. Se dice fácil, pero la empresa es aventurada. En plena navegación –como sucede cuando nos enfrentamos a la muerte– se da cuenta de que es como un budista que busca un “plan de escape” ante las aguas tormentosas de la vida:
Sálvese quien pueda. Pero, desde luego, no es fácil. Lo primero que hay que hacer, si estamos en un barco, es ver dónde estamos, si estamos cerca, o lejos, de las barcas que se supone están allí para que alguien las baje al mar y podamos salvarnos. En términos prácticos, si no sabemos dónde estamos (en la tierra, en el mundo, en el cosmos, en los espacios infinitos) no es posible saber cómo nos podemos salvar.
Y así es cómo Manuel Durán nos lleva, paso a paso, a descubrir dónde estamos. Para ello acude a la magia, la religión y la ciencia. Pero estos saberes nos dicen cosas contradictorias. Aquí es donde comienza lo mejor de la bella travesía de Manuel Durán en busca de un naufragio, de la causa perdida, de la iluminación que abrirá los secretos de la salvación. Busca el naufragio para salvarse. No les revelaré el secreto. Bastará decir que ha descubierto una rendija, una coincidencia que conecta la filosofía griega, la Ilustración y la cosmología moderna. En su diario nos irá contando la historia de sus descubrimientos.
Uno de los encantos del diario de Manuel Durán consiste en la manera en que va tejiendo los hilos científicos, mágicos y religiosos. Los hilos a veces se enredan, y al ordenarlos de nuevo nos descubre el valor del oficio de filósofo. La filosofía es como un árbitro, nos dice, que sabe entender los significados contradictorios de tres regiones tan dispares del mundo y de la vida humana. Manuel Durán se revela como un hábil antropólogo ante la magia, un sensato teólogo frente a la religión y un buen experto ante la ciencia. Durante este viaje filosófico aprendemos un sinfin de cosas. Los peligros de naufragio son superados hábilmente y, en lugar de perder, ganamos muchísimo.
Recorrer el piélago del conocimiento guiados de la mano experimentada de Manuel Durán es un extraordinario placer y una aventura única. Es un verdadero lujo leer este creativo diario que, en el ir y venir de las mareas y del oleaje de las ideas, nos lleva a buen puerto, a una Atenas moderna –como dice– donde un Sócrates en lugar de un vaso de cicuta recibe una corona de laurel.
Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.