Cuando pasรณ la temporada de vientos fuertes, altas temperaturas y lluvias prolongadas, decidรญ viajar al sur de Chile. Allรญ estaba radicado mi antiguo vecino desde hacรญa una buena cantidad de aรฑos. El vuelo estuvo bien, el aviรณn se detuvo en cada una de las escalas pautadas, en ninguna otra. Las esperas podรญan variar entre un par de horas y medio dรญa; y esos intervalos dentro de la nave o en las terminales de trรกnsito me permitรญan concentrarme en las perspectivas de la visita –aunque sobre ello no pensara nada en particular–, y en el curioso encadenamiento de hechos pasados que ahora me llevaba hacia aquel legendario lugar.
La tercera o cuarta de las transferencias coincidiรณ con un muy inhabitado aeropuerto: no solamente eran escasos los viajeros que transitaban sin rumbo por las รกreas de espera y las salas de embarque, amplias sin necesidad, sino que la proliferaciรณn habitual de vehรญculos de todo tipo, dentro y fuera del edificio, asรญ como de mobiliarios seriados, de aparatos de registro, de vallas o alcabalas de diferente naturaleza, todo eso tambiรฉn parecรญa en retirada o directamente en trance de desapariciรณn. La ausencia de hechos visibles acentuaba paradรณjicamente el protagonismo de lo que a primera vista podรญa considerarse mรกs inerte, me refiero a la extensa alfombra sobre la superficie del piso, siempre igual a sรญ misma y de indistinto color, que se desplegaba abrazando cualquier obstรกculo y hacia todas las direcciones. Podรญa imaginarla discreta y parecida a algo vivo, una especie de organismo horizontal al que nada se le escapaba, copioso como el agua incesante cuando se derrama.
En cierto momento, mientras me entretenรญa observando una pista de maniobras bastante desolada, vi pasar por el costado de mi asiento dos juguetes-robot que ensayaban una especie de persecuciรณn. Un niรฑo los secundaba, dirigiรฉndolos con un control escondido entre sus manos, de por sรญ bastante pequeรฑas. Estos juguetes-robot eran un gato y un elefante, ambos con ruedas invisibles en la base. Varios detalles de su construcciรณn revelaban un muy cuidado criterio en cuanto a colores y proporciones realistas, y el hecho de que mantuvieran rรญgidas las patas mientras se deslizaban acentuaba esa preocupaciรณn, ya que a nadie le habrรญa parecido creรญble que se movieran como las de unos animales de verdad. El elefante perseguรญa de cerca al gato; pero a veces, cuando emergรญan de una hilera de asientos que los habรญa ocultado momentรกneamente, yo descubrรญa que los papeles se habรญan invertido, ahora el perseguidor era el gato, para lo cual sin embargo ensayaba el mismo rostro de alarma y jovialidad que habรญa tenido antes y que seguirรญa teniendo, y que podรญa interpretarse de cualquier manera, al igual que el del elefante, con las pestaรฑas muy levantadas a modo de gesto exaltado y siempre con la trompa en modo sifรณn.
No sabรญa quรฉ papel estarรญa jugando cualquiera de ellos tres ni, especialmente, si acaso la escena era un hecho verdadero con alguna seรฑal dirigida a mรญ. Sรญ alcanzaba a escuchar, gracias a la soledad del lugar, una cadena de zumbidos intempestivos, como si los vuelos rasantes de una mosca lejana me llegaran amplificados, zumbidos que podรญan corresponder al deslizamiento del gato y el elefante sobre la alfombra para ellos rugosa, o que acaso provenรญan de la garganta del chico, cuya dรฉbil pero notoria carraspera imitaba los rugidos de las bestias, si hubiesen sido reales, o de los motores que las empujaban. Nunca lleguรฉ a aclarar el origen de ese ruido, porque si bien faltaba todavรญa bastante para mi embarque, en cierto momento esos tres personajes se perdieron de vista como si hubieran quedado definitivamente atrapados en una hilera de butacas. Quedรณ sin embargo rebotando en mi pensamiento la sospecha de que la escena me habรญa reservado un papel, que por algรบn motivo no lleguรฉ a advertir en ese momento ni, por supuesto, a asumir. Tal tipo de cosas me ocurrieron en esos prolongados trasbordos, mientras, como dije, pensaba en la particular cadena de acontecimientos que me llevaban a un sitio tan legendario como el sur de Chile.
El lapso de convivencia como vecinos del mismo edificio fue minรบsculo comparado con el periodo de separaciรณn. Una sรณlida pared dividรญa nuestros espacios, sin embargo no lo bastante eficaz para filtrar ruidos o seรฑales inesperadas. Sentรญa cuando su puerta se abrรญa –no al cerrarse–, asรญ como escuchaba ciertas inflexiones de la voz, cuando por un motivo u otro le salรญa mรกs grave. Pero mรกs allรก de lo que podรญa saber o imaginar sobre รฉl, me consolaba pensando que allรญ vivรญa alguien, una existencia tan humana, por poco que eso signifique, como la mรญa, en la profundidad del edificio enjambrado y en medio de un barrio sin precisos lรญmites donde nunca conocerรญa a nadie. La vida de mi vecino irradiaba una energรญa para mรญ palpable que, si bien solo podrรญa describir con la vaga idea de “presencial”, teniendo en cuenta la elaborada soledad del conjunto al que estaba sometido me resultaba suficiente y hasta necesaria.
Probablemente a รฉl le ocurriera lo mismo, porque una maรฑana, despuรฉs de escuchar que su puerta se abrรญa, sentรญ un papel rozando el canto de la mรญa, desde el exterior. Me informaba que partรญa hacia el sur de Chile, donde lo demandaban unas tareas de observaciรณn vinculadas con el paisaje en constante cambio. Debรญa aprovechar los cuatro o cinco dรญas de calma atmosfรฉrica, despuรฉs de los cuales y por bastante tiempo probablemente no tuviera otra oportunidad de viajar. Al leer el mensaje, abrรญ de inmediato la puerta para ver si lo pescaba; pero el pasillo estaba desierto y solo pude escuchar el silbido acelerado del ascensor cuando efectรบa el descenso.
Despuรฉs pasรณ el tiempo, y la falta de seรฑales que indicaran una nueva presencia al lado me hacรญa pensar constantemente en el antiguo vecino y sobre todo en su nota, que conservaba en una carpeta de documentos principales, protegida de cualquier olvido o distracciรณn. La nota era la prueba de su partida, aunque sobre todo de su presencia inmediata durante una buena cantidad de tiempo previo. No habรญa nadie en su departamento, pero esa hoja de papel reemplazaba su ausencia y la de cualquier otro nuevo vecino que aรบn no se hubiera manifestado. Extraje de ello una primera enseรฑanza vinculada con las cartas: que siguen operando en el tiempo, parecidas a una voz monocorde que no deja de pronunciar las cosas que en cierto momento se propuso decir. Al igual que su nota, lo imaginaba hiperprotegido por trajes a prueba de gases corrosivos y temperaturas insoportables para la piel humana. Lo imaginaba vestido asรญ, aparatosamente, con una parafernalia que no cabรญa en mi imaginaciรณn; y asumiendo una afectaciรณn que contrastaba con la pasividad que, como observador profesional del paisaje, debรญa asumir.
Cuando bajรฉ del aviรณn en el sur de Chile me llamรณ la atenciรณn el manto de nubes que comprimรญa los confines del horizonte. Comprimรญa y acercaba. Eran nubes espesas, de un gris bastante oscuro, y en su interior se distinguรญan vetas de color pรบrpura que parecรญan latir –probable seรฑal de la fuerza acumulada, a punto de manifestarse con violencia–. En ese momento alguien se acercรณ y me dijo, en un idioma que me pareciรณ extraรฑo, que no me preocupara, que ya me irรญa acostumbrando al aire cargado de electricidad. Debo aclarar que el lugar no me pareciรณ particularmente hostil ni chocante, ni siquiera ajeno; sobre todo me pareciรณ estrambรณtico, producido en detalle por alguna mente efectista con el objeto de impresionar con sus exageraciones o contrastes, incluso con sus excesos negativos, me refiero a los vacรญos medio siderales que se presumรญan, a las profundidades telรบricas, a los ominosos silencios minerales, etc. Tanto asรญ que me dieron ganas de acostarme sobre el asfalto caliente y medio deshecho de la pista, acostarme y contemplar el cielo, como en el pasado hiciera un poeta sobre lo que llamรณ un rรญo de piedras. El lecho de piedras y el inmaculado cielo esfรฉrico le habรญan servido para trasladarse en el tiempo. ¿Pero de quรฉ me servirรญan a mรญ, que viajaba tras mi exvecino, el asfalto blando y las nubes sulfurosas?
Naturalmente, las nubes ocultaban las montaรฑas y desplazaban el mar, y en apariencia lograban reducir el tamaรฑo infinito de la tierra a unos pocos centenares de metros a la redonda. Mi antiguo vecino esperaba detrรกs de un cristal, y desde allรญ me hacรญa unas seรฑas que, dada la distancia, no pude saber si estaban dirigidas a mรญ. Sentรญ que habรญa aterrizado en el sur de Chile en el รบltimo momento posible, porque desde entonces toda comunicaciรณn con el exterior quedarรญa interrumpida hasta nuevo aviso. Comencรฉ a caminar sobre el pavimento y se me encresparon los pelos, y enseguida la piel de los brazos tambiรฉn se erizรณ como si estuviera a merced de un violento e inminente cambio de estado.
El exvecino convivรญa con varios animales en su casa. Eran seres famรฉlicos, sus cuerpos lucรญan bastante estropeados y daban la impresiรณn de haber envejecido tan prematuramente que sus aturdidas mentes resultaban incapaces de asimilar los cambios de los que eran vรญctimas o testigos, y por lo tanto sobrellevaban la situaciรณn sin mucha dignidad. Quizรก debido a ello tenรญan siempre los ojos entrecerrados, como si quisieran calibrar bien lo que ocurrรญa a su alrededor. A veces, cuando mi vecino estaba de regreso, yo lo ayudaba a desprenderse del traje. Entonces algunos de esos seres, digo seres para no llamarlos directamente exanimales, se acercaban y observaban nuestras operaciones sin mucho interรฉs, o acaso fuera cansancio; la escena para ellos serรญa apenas un pliegue de descanso en su perpetua resignaciรณn.
Una maรฑana cuando las nubes estaban mรกs bajas que nunca, escuchรฉ continuos e insistentes ladridos. Parecรญan provenir de lejos y hacerse presentes gracias a una rara combinaciรณn ambiental-acรบstica; por eso en un primer momento no les di importancia. Pero al rato pensรฉ que el mismo estado de debilidad de los animales podรญa llevarlos a expresarse con muy poco รฉnfasis, como si estuvieran enfermos o fรญsicamente –y hasta mentalmente– apartados. En fin. Me encaminรฉ hacia el grupo que se congregaba cada dรญa alrededor de la cisterna, con la intenciรณn de identificar al autor de los ladridos. Todos los animales parecรญan estar a punto de la propia extinciรณn. Miraban el agua como si tuvieran sed, aunque sin fuerzas para beberla. Y si gracias a la forma de sus cuerpos algunos de ellos exhibรญan todavรญa su fisonomรญa propiamente bestial, la pasividad y hasta cierto punto desconfianza o resquemor que mostraban hacia cualquier cosa que tuvieran cerca los convertรญa en incongruentemente humanos.
Me acerquรฉ un poco mรกs y alcancรฉ a oรญr, como si se tratara de un hilo de voz apenas perceptible dentro del grupo, alcancรฉ a oรญr otra nueva serie de dรฉbiles ladridos, ahora tambiรฉn un poco lentos, en realidad parecidos a los de algรบn perro mecรกnico al que se le estuviera acabando la cuerda o la baterรญa. Como es sabido, cuando envejecen los animales abandonan las diferencias que los separan de los humanos y se parecen a ellos. Por eso en un primer momento no advertรญ que en el grupo no habรญa ningรบn perro de verdad. Me quedรฉ pensando. Hasta estuve tentado de preguntarle a un oso que tenรญa cerca, con el hocico casi adherido al piso. Pero una nueva andanada de ladridos exhaustos, aunque en este caso pertenecientes a otra raza canina, o acaso sonaron como berridos de desaliento, se puso de manifiesto.
Finalmente pude advertir, gracias a los cambios de tonalidad y altura por parte del ejecutante, dicho esto en tรฉrminos exclusivamente musicales, momentos despuรฉs de fijar la atenciรณn en un ser bastante diminuto pude advertir que quien ladraba no era un perro sino un pรกjaro, quien no contento con ello perfilaba su pico como si gorjeara. Esto le daba a la escena un cariz medio inverosรญmil, ya que naturalmente el movimiento del animal no era compatible con la acciรณn de ladrar, que como se sabe requiere de diferente actitud, de movimientos mรกs toscos y sobre todo de una distinta capacidad pulmonar.
Tomรฉ la decisiรณn de pedir explicaciones a mi vecino apenas regresara. Los truenos y tempestades de la lejanรญa, localizados en la frontera invisible, pero acotada, de la planicie sureรฑa, llegaban bajo la forma de una melodรญa que no alcanzaba a desarrollarse, quedaba trunca y arrancaba de nuevo como un silbido siempre recomenzado, en apariencia mal restituido. Supuse que eso explicaba los ladridos del pรกjaro: el temor del aire, la conciencia del peligro, un afรกn de advertencia. Observรฉ con atenciรณn: el pรกjaro era una calandria de tres colas, el de mรกs virtuoso canto entre todas las aves del universo, capaz incluso de aprender el canto de otros pรกjaros y repetirlo luego sin menoscabo durante dรญas enteros. Me quedรฉ pensando: frente a ese cuadro de extenuaciรณn quizรก estuviera a punto de recoger la segunda enseรฑanza.
Habรญa leรญdo hacรญa tiempo que entre los pรกjaros ladradores, el hued-hued era en tรฉrminos prรกcticos el insuperable decano. Habitaba en las antiguas selvas frรญas y hรบmedas de la regiรณn, entre las frondas confundidas de los รกrboles y las enramadas del nivel inferior, probablemente sin advertir, al ladrar, que su canto tenรญa poco en comรบn con el de casi cualquier otro individuo de gรฉnero alado. Quise preguntarle a la calandria si habรญa adquirido esa virtud gracias a un contacto reciente con alguien del grupo de los hued-hued o parecido, pero para entonces se me habรญa perdido de vista y comencรฉ a buscarla entre el grupo de animales contiguos al estanque. No la encontrรฉ, y eso que caminรฉ largo rato entre los cuerpos tendidos sobre el piso, debido al cansancio terminal, junto a otros que con gran estoicismo se mantenรญan en pie, lo que me permitรญa recorrer mejor la zona en varias direcciones.
Sin embargo, lo que alcancรฉ a ver fue un gran nรบmero de casos humanos excepcionales, no sรฉ cรณmo llamarlo mejor, inadvertidos hasta ese momento. Faquires impรกvidos que jamรกs habรญan comido, e ignoraban por lo tanto ser dueรฑos de algรบn arte; mujeres con labios gigantes e impedidas de hablar, que solo emitรญan largos sonidos vocรกlicos asimilables, debido a la impresiรณn que producรญan sus bocas, a letanรญas difรญciles de resumir; siameses unidos por la espalda, condenados a caminar siempre de costado –salvo cuando un hermano cargaba al otro–; pensadores que se lamรญan la frente con su lenguas camaleรณnicas, como si quisieran atrapar o despejar las ideas; etc. Todos estaban en el lรญmite de sus fuerzas y parecรญan preparados para morir. Algunos estaban agradecidos de ello, un sentimiento que los humanizaba, y otros se comportaban con la tosquedad del avaro cuando siente amenazados los fundamentos de su codicia.
Mi vecino se demorarรญa, me dijeron unas gaviotas parlantes, o acaso me lo dijeron varios otros animales que tomaban voces prestadas; no sabรญan por cuรกnto tiempo. Yo estaba ansioso por anunciarle la presencia de la calandria de tres colas. Resultaba curioso mi entusiasmo frente a un descubrimiento que no era tal. Pero lo que mรกs llamaba mi atenciรณn era que varios de los presentes parecรญan incapaces de oรญrme. Debรญan inclinarse y acercar sus orejas a mis labios, obviamente sin garantรญas de รฉxito ante el particular idioma –dรฉbil o extranjero, o ambas cosas– que yo proferรญa con marcado esfuerzo. Despuรฉs alcancรฉ a ver un burro acostado, que en su intento de doblar el cuello para mirar hacia el cielo –¿o querรญa escuchar mejor?– alargaba desusadamente las patas. ~
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Este relato, un tanto modificado en esta versiรณn, pertenece a un libro colectivo organizado por Jordi Carriรณn y Reinaldo Laddaga que serรก publicado en breve por Adriana Hidalgo Editora (Buenos Aires). El libro se propone recoger relatos escritos como espejos mรกs o menos deformantes de casos e historias pertenecientes al famoso Believe It or Not, del mรกs famoso aรบn Mr. Ripley.
Naciรณ en Buenos Aires en 1956. Viviรณ 15 aรฑos en Venezuela y residiรณ en Nueva York, donde fue profesor de la NYU, y practicante de un "argentinismo reticente".