Hace poco, a fin de probar el acelerador de video de mi nueva cรกmara, me grabรฉ mientras escribรญa. Una hora de trabajo reducida a un minuto. Habrรญa sido mejor que grabara el capullo de una flor al abrirse, ya que eso, por lo menos, habrรญa sido mรกs interesante. Por suerte en ese tiempo pude fumar un cigarrillo. Normalmente, cuando llega el mediodรญa y he conseguido escribir tres mil caracteres โes decir, alrededor de dos pรกginasโ, me doy por satisfecho. Eso arroja una media de dos palabras por minuto.
Por supuesto que yo tambiรฉn hago otras cosas. No soy, a fin de cuentas, solo escritor, tambiรฉn llevo una pequeรฑa empresa. Sin embargo, para quรฉ negarlo: mi negocio principal consiste en no hacer nada. O en reflexionar, podrรญa decirse de un modo algo edulcorado, si bien el estado durante la escritura se acerca mucho mรกs a soรฑar despierto. Como militante de Los Verdes, el partido ecologista de Suiza, puedo al menos decir en mi favor que mientras trabajo consumo mucho menos energรญa que un obrero de la construcciรณn o el piloto de una lรญnea aรฉrea.
Otros construyen maquinarias, diseรฑan edificios, curan enfermedades, hacen pan y plantan รกrboles. Esas personas amplรญan el mundo, lo convierten en un lugar mรกs bello o mรกs cรณmodo. Los escritores, por el contrario, crean mundos nuevos. No es poco, pero apenas existe un autor o una autora que no se haya avergonzado alguna vez del exiguo aporte que hace al mundo real. Casi todos los padres desean que sus hijos lean, pero ยฟquรฉ padre o madre le aconsejarรญa en serio a su hijo que se hiciera escritor?
Los pragmรกticos dirรญan tal vez que un libro tambiรฉn forma parte del mundo, que entretiene, alegra o enseรฑa. Pero nosotros no nos dejamos engaรฑar tan fรกcilmente. El carรกcter de producto del libro tiene importancia para la editorial, para el mercado, incluso para el autor como sujeto econรณmico, pero ningรบn autor serio piensa en ello mientras escribe. Por mucho que a los lectores les gusten nuestros textos, la literatura sigue sin tener un propรณsito claro o una funciรณn en el mecanismo del universo.
ยกCuรกntas veces no habrรฉ oรญdo en entrevistas con escritores y escritoras la frase โSoy una persona holgazanaโ! Y lo afirman incluso colegas que tienen una obra amplia para mostrar. Escribir โparecen decirnosโ no es un trabajo. Somos las cigarras de la fรกbula de Esopo: en el verano nos dedicamos a hacer mรบsica, pero cuando llega el invierno, las hormigas, tan laboriosas, se rรญen de nosotros: โSi en verano bien pudiste dedicarte a cantar y a silbar, ahora en invierno tambiรฉn podrรกs bailar y soportar el hambre, porque holgazanear no trae el pan a casa.โ El hecho de que muchos escritores sean hormigas en sus segundos empleos, esos que les permiten superar con รฉxito el eterno invierno de sus existencias, forma parte de otra historia.
Pero, ยฟcรณmo afrontamos la conciencia de nuestra insignificancia? Algunos se refugian en la autocaracterizaciรณn, se convierten en escritores-actores, en gente difรญcil, inaccesible, amargada, es decir, en outsiders, gente de la cual nadie espera nada y cuyas penas cumplen la funciรณn de justificar su propia improductividad. Otros intentan hacer de sus textos un trabajo arduo y disciplinado, investigan hasta el agotamiento, atiborran sus escritos de saber, como si estuvieran escribiendo un manual de aprendizaje. En ese proceso surgen libros gordรญsimos ante los cuales no se puede hacer otra cosa que admirar la constancia y el empeรฑo de su autor. Algunos autores se vanaglorian de haber trabajado diez aรฑos en una novela, y dicen que la escritura es tan agotadora como escalar una montaรฑa. Pero eso, a fin de cuentas, ยฟquรฉ quiere decir? A pesar de todo el respeto que me merecen los mรฉritos deportivos, todo el que escribe sabe que un texto que ha sido escrito a lo largo de seis meses puede ser mucho mejor que otro en el que se ha trabajado cinco o diez aรฑos. Es por ello que las editoriales no nos pagan un salario por horas.
Una tercera tรกctica es alardear de mรฉritos no literarios. Como si no bastaran sus textos para sentirse orgulloso, Ernest Hemingway se caracterizaba como gran cazador, pescador de altura o hรฉroe de guerra. Georges Simenon, otro autor excelente โuno, ademรกs, de los mรกs disciplinados, a juzgar por sus casi cuatrocientas novelasโ, en lugar de jactarse del nรบmero de sus libros preferรญa hacer gala de las mujeres con las que se habรญa acostado. Oscar Wilde hacรญa virtud de la miseria cuando afirmaba que habรญa empleado todo su genio en diseรฑar su vida y que para su obra solo habรญa dejado su talento. Un premio Nobel, Hermann Hesse, se hacรญa fotografiar mientras hacรญa alpinismo desnudo, y Frank Schรคtzing, para quien no se me ocurre ningรบn adjetivo adecuado, suele posar en ropa interior.
Pero bien: a quien no le apetezca cazar leones ni tenga un paquete de calzoncillos a mano puede intentarlo todavรญa como intelectual, como comentarista, ensayista o como instancia moral. La literatura estรก muy bien, pero solo es socialmente relevante el texto en el que tambiรฉn se transmite una opiniรณn. Y dado que las opiniones se consiguen a un precio mรกs bajo que los hechos, a los periรณdicos les encanta subirse a ese tren y dar espacio a los escritores en su secciรณn de columnas. Pero, sinceramente, ยฟcuรกndo fue la รบltima vez que leyeron un ensayo polรญtico verdaderamente revelador firmado por un escritor? Me refiero a un tipo de ensayo que no venga, simplemente, a contarnos con lindas palabras lo que mรกs o menos piensan todas las personas decentes. En el compendio canรณnico en cinco volรบmenes que Marcel Reich-Ranicki elaborรณ sobre el ensayo en lengua alemana aparecen varios escritores representados, es verdad, pero prรกcticamente ninguno de esos textos se ocupa de polรญtica. ยฟPor quรฉ habrรญan de ser precisamente los escritores, que se mueven una buena parte de su tiempo a travรฉs de mundos ficticios, los llamados a analizar el mundo real? Hay en la literatura una verdad que cala mรกs hondo que cualquier ensayo. Y ello surge cuando el texto โcomo dijo alguna vez Lichtenberg de manera muy sensataโ es mรกs inteligente que el autor mismo.
Los escritores no son intelectuales per se, son artistas, truhanes, magos, como llamaban a Thomas Mann sus propios hijos. En lo polรญtico โcuando no se dejan llevar por la corriente en turnoโ son solamente, y con suma frecuencia, ingenuos. ยฟQuiรฉn se acuerda todavรญa de las declaraciones polรญticas de Ezra Pound, Knut Hamsun, el viejo Gรผnter Grass, Gottfried Benn y tantos otros? Autores de tanto mรฉrito como Gerhart Hauptmann, Robert Musil, Thomas Mann o el propio Stefan Zweig saludaron gustosamente el inicio de la Primera Guerra Mundial, aunque algunos de ellos no quisieron acordarse del asunto mรกs tarde. Max Frisch, acaso el mรกs activo escritor polรญtico de Suiza, era mucho mejor formulando preguntas que dando respuestas. รl mismo considerรณ su texto sobre la aboliciรณn del ejรฉrcito como un โpanfletoโ. Y el tan alabado y citado discurso de Friedrich Dรผrrenmatt sobre las cรกrceles, dedicado a Vรกclav Havel, tal vez haya ganado su fama por el hecho de que el nivel de los discursos polรญticos en este paรญs es demasiado bajo. Al final de ese texto tan disparatado y desconcertante, el propio Dรผrrenmatt hace una sรญntesis: โY yo, un suizo, tambiรฉn he hablado, porque se habla mucho en Suiza.โ
Pero si hay algo de lo que podamos aprender de esos dos viejos maestros es de su humor y de la serenidad que jamรกs llegaron a perder, ni siquiera en sus textos polรญticos. Todo, ademรกs, en una รฉpoca en la que โcon perdรณnโ las cosas en Suiza iban peor que ahora. No estรก bien que intentemos acallar el griterรญo de las consignas de un partido reaccionario empleando para ello mรกs griterรญo. La literatura es lo contrario de la polรฉmica. La literatura libera el lenguaje, y la polรฉmica abusa de รฉl, lo daรฑa.
Claro que los escritores deberรญamos activarnos polรญticamente, inmiscuirnos, ir a votar, como hace cualquier ciudadano comรบn y corriente. Y claro que a veces sucede que algรบn autor escribe un inteligente ensayo polรญtico o se convierte incluso en un buen polรญtico. Sin embargo, no hay razones para suponer que sus opiniones tengan mayor fundamento que las de cualquier otra persona. Como expertos del lenguaje, estarรญan llamados, en todo caso, a ocuparse del lenguaje de la polรญtica en lugar de imitarlo.
Admito que no me son del todo desconocidas las tรกcticas descritas para la autovaloraciรณn. Yo mismo he calificado la escritura como un trabajo duro. Tambiรฉn yo, cuando me han preguntado, me he expresado a menudo de manera polรญticamente correcta sobre uno u otro tema, y hasta he estado en alguna lista electoral del partido de Los Verdes. Lo รบnico que no he hecho es escribir un libraco de cientos de pรกginas; me parecรญa, a fin de cuentas, una empresa demasiado infructuosa. Sin embargo, con tales tรกcticas lo que hacemos es precisamente lo que les reprochamos a otros: no tomar en serio la literatura. Desgastamos nuestras fuerzas, en lugar de hacer acopio de ellas. Porque aunque la escritura no sea un trabajo arduo, es lo suficientemente difรญcil y exige toda nuestra concentraciรณn.
Cuanto mรกs tiempo pasa, mรกs admiro a los autores โcasi todos viejosโ que evitan los mercadillos literarios. Son gente que hace su trabajo sin pensar en la crรญtica, el pรบblico o el mercado. No sacan sus motivaciones del aplauso o del escรกndalo, sino del placer de escribir. No se las dan de importantes, no visten disfraces ni se hacen mรกs interesantes de lo que son. Claro que tienen conciencia, pero no se ven forzados a dar una opiniรณn sobre cualquier cosa. Y sobre todo: jamรกs hacen publicidad de calzoncillos. Sencillamente se dedican a escribir sus libros. Y a menudo esos libros son los mรกs maravillosos y profundos, los mรกs verdaderos. Y por lo tanto, los mรกs polรญticos. Esos libros no han sido escritos para las listas de los mรกs vendidos, para los premios y los concursos, sino para los lectores.
โPasamos toda una vida esforzรกndonos por escribir dos o tres pรกginas inmortales, no queremos nada mรกs, sin embargo, eso, al mismo tiempo, es lo mรกximo.โ
Se necesitaba la conciencia de sรญ de un Thomas Bernhard para escribir una frase como esta, y tambiรฉn en ella hay un poco de autocaracterizaciรณn. Pero es precisamente esa conciencia de sรญ la que necesitamos en un mundo hecho solo para gente laboriosa y eficiente. Que escribamos dos, tres, cien o mil pรกginas, que necesitemos para ellas un dรญa, un aรฑo o diez, no establece ninguna diferencia. Escribir no tiene ningรบn propรณsito. Conformรฉmonos con eso. Y hagรกmoslo, a pesar de todo. O precisamente gracias a ello. ~
Discurso de inauguraciรณn del
festival de literatura Zรผrich liest.
Traducciรณn del alemรกn de Josรฉ Anรญbal Campos.
(Mรผnsterlingen, Suiza, 1963) es escritor.