La censura es un mal que se extiende sin límites, que opera en la vida pública y en la privada, en el periodismo, la literatura, la política; en las imágenes consideradas lacerantes, irreverentes o peligrosas moralmente. Se extiende a los medios de comunicación, la religión, el arte y la pornografía. Para Coetzee la censura es la “pasión por silenciar”. Antes que razones políticas, morales o religiosas, se trata de un afecto que nace de sentirse ofendido y querer callar las voces que provocan la ofensa.
Es por ello que realmente no se trazan criterios distintos cuando se persigue por motivos políticos, cuando se impide la divulgación de imágenes consideradas éticamente nocivas o blasfemas para un credo religioso, o cuando se extingue la expresión de un movimiento subversivo. La “pasión por silenciar” se manifiesta como una reacción ante “lo indeseable”, lo que no debería existir ni siquiera como deseo, lo que debía considerarse repugnante de forma universal.
Así pues, el censor es aquél que se arroga esta pasión de silenciamiento y la hace una forma de vida. Habla en nombre de la institución, del bien común, del respeto a la ley o de la higiene moral. Pero, nos dice Coetzee siguiendo a John Milton, podemos decir que “las personas que nos tocan como censores son las que menos nos hacen falta”.[1]
Con el antecedente extremo de la ley de la censura del Apartheid, Coetzee insiste en que hay que recordar la tesis de una “tolerancia represiva” como la expusieran Marcuse o Foucault, una aparente aceptación de cualquier forma de expresión en nombre de una libertad irrestricta, libertad que solo puede funcionar en un marco social en donde la Ley nos protege de nosotros mismos. Esta Ley protectora es la que se hace evidente en todos los procesos administrativos, burocráticos, económicos y políticos que rigen a una sociedad en la que todo está vigilado y controlado. Es la que se ha convertido en la dictadura de la razón, en la que toda forma de habla y toda imagen ha de pasar por los ojos del censor, que aprueba o desaprueba imaginándose ser la encarnación de la comunidad y sus ideales morales y políticos. La confianza en un sistema social liberal, que se declara racional en este sentido, levanta todas las sospechas cuando los filtros de control son en realidad medios de represión desplegados de forma sutil y “democrática”.
Coetzee se pregunta si en nombre de una colectividad se puede poner freno a la expresión de un individuo, y si esto nos da nuevas pistas en el debate que opone los derechos del individuo a los de la colectividad. Ya Isaiah Berlin nos había hecho notar el peligro de una “libertad negativa” cuando se ejerce en el medio político. La “libertad negativa” es aquella que simplemente sortea los obstáculos para llegar a un fin, los elimina o los aparta del camino. En términos políticos, si el fin por el que se apuesta es la comunidad (en abstracto y con todos los peligros que supone que alguien se nombre su censor), la sencilla y brutal lógica es eliminar el individuo que viola la ley de lo que está permitido decir o no decir. Se le exilia, se le persigue, se le amenaza de muerte o se le mata.
Este es el peligro del sueño de aquellos que censuran en nombre de la ley:
“La ley, incluida la ley de la censura, tiene un sueño. Según este sueño, la rutina cotidiana de identificar y castigar a los malhechores irá decayendo; la ley y sus restricciones se grabarán tan profundamente en la ciudadanía que los individuos se vigilarán a sí mismos, La censura espera con ilusión el día en que los escritores se censurarán a sí mismos y el censor podrá retirarse. Esta es la razón por la cual la expulsión física del censor, vomitado como se hace con un demonio, posee cierto valor simbólico para el escritor de genealogía romántica; representa un rechazo del sueño de la razón, el sueño de una sociedad de leyes basadas en la razón y obedecidas porque son razonables.[2]”
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Abordando el tema de la censura, J.M. Coetzee dará una conferencia magistral el miércoles 6 de abril de 2016 en la Universidad Iberoamericana, como parte del coloquio “Filosofía y Crítica Social en la obra de John Maxwell Coetzee”. Esta conferencia sucede en un México que parece haber insturado el imperio de una racionalidad policíaca, para hablar con Ranciѐre, y que ha llegado a su propia contradicción y desatino al perseguir y amenazar a quienes defienden su libertad de expresión.
[1] J.M., Coetzee, Contra la censura. Ensayos sobre la pasión por silenciar, Debate: México, 2007, p. 25.
[2] Ibíd., p. 26.
Director del Departamento de Filosofía, UIA.