Madonna se negó a ser entrevistada por Martin Amis por considerarlo “demasiado famoso”. Hijo del novelista Kingsley Amis, el autor de Dinero y otras prosas de alta inventiva ocupó desde muy joven un sitio central en la escena literaria inglesa sin ocultar su talante competitivo (“todo autor admira a sus precursores y detesta a sus sucesores”). La provocación intelectual del novelista ha recibido respuestas tan ultrajantes y desproporcionadas por parte de la prensa que su libro de memorias Experiencia desemboca en una reflexión crítica sobre el cuarto poder. Cuando la Feria del Libro de Madrid nos propuso sostener un diálogo público, Amis pidió que le enviara un cuestionario por correo electrónico. Aunque en su caso la paranoia está justificada, el protocolo enfrió algunos temas. Sin embargo, sirvió para ahorrar preguntas inútiles. Amis vive en Uruguay pero no habla español y no ha leído a Onetti.
El objetivo de los organizadores consistía en discutir el trabajo literario “con Europa al fondo”. Este propósito íntimo y paisajístico nos llevó a dividir la conversación en dos tiempos. Como suele ocurrir, fallamos en los asuntos que creíamos tener mejor preparados. Amis ha escrito sobre Jagger y Madonna y nos pareció interesante discutir a David Beckham, que a fin de cuentas es Jagger más Madonna. Nuestra aportación a la hagiografía del capitán inglés no pasó de considerarlo un icono gay. Cuando le pregunté sobre la autora más leída del Reino Unido, J. K. Rowling, inventora del huérfano más famoso desde Moisés, mi interlocutor se limitó a decir que sus hijos la consideraban uncool, pero que él le deseaba suerte y millones en el negocio. Los asuntos laterales, pensados para evitar el sesteo de los asistentes en tarde de domingo, se evaporaron rápido. Como en las banderas piratas, quedaron dos huesos duros: política y literatura.
El diálogo público es un género tan híbrido como el ballet acuático. Se habla para terceros, con improvisada teatralidad. Si este intercambio se parece en algo a una conversación es gracias al oído del poeta Jordi Doce, quien tradujo los pasajes que en su opinión podían sobrevivir por escrito.
JUAN VILLORO
El escritor en el mundo
JUAN VILLORO: En tu libro de relatos Los monstruos de Einstein incluyes un prólogo en el que te refieres a la gran amenaza que hace unos años se cernía sobre el mundo, la conflagración nuclear. La carrera atómica representaba para ti lo “inimaginable”, una forma abstracta, poderosa e incontrolable del terror. Hoy en día nos encontramos ante otro desafío de lo inimaginable: el terrorismo. Madrid fue víctima el 11 de marzo de un atentado terrorista, y a propósito del 11 de septiembre escribiste un artículo sobre la “vergüenza de especie” que te suscitó el ataque a las Torres Gemelas. Al Qaeda ha aparecido como un enemigo intangible, que vuelve obsoletas las nociones estratégicas de frente y retaguardia. ¿En qué medida el terror colectivo de la amenaza nuclear ha sido sustituido en Europa por el del terrorismo?
MARTIN AMIS: Me gustaría decir, ante todo, cuán horrorizado me sentí el 11 de marzo. Me hallaba en Uruguay, un país que tiene profundos vínculos históricos y lingüísticos con España, y allí la impresión fue muy intensa. A todos nos conmovió profundamente ver el millón de paraguas goteando, sollozando, en Madrid y el resto de España.
Se supone que los ingleses tenemos mucha experiencia con el terrorismo, debido a la existencia del ERI. Lo mismo con los españoles, debido a ETA. Pero tanto el ERI como ETA persiguen causas comprensibles; son irracionales en su ejecución, pero uno puede imaginar una situación política que satisficiera sus demandas. Éste no es el caso que nos ocupa actualmente. Nunca vamos a abrir los periódicos y leer: “Después de la aniquilación por armas de destrucción masiva de Nueva York, Washington, París, Madrid, Londres, Roma o Varsovia, etcétera, y explosiones sincronizadas en las plantas nucleares de cuatro continentes, Occidente reconoció su derrota en la guerra contra el terror. Las capitales de Occidente ofrecieron su rendición incondicional, el califato será gloriosamente restaurado en Bagdad ante universales muestras de regocijo, la nueva autoridad mundial ordenará la reimposición de la sharia, y el islam radical nos regresará al siglo XIII“. Esto no va a suceder. Pero nos hace darnos cuenta de que nos hallamos ante un enemigo insaciable, agonista por naturaleza, que se ve a sí mismo como víctima y como enemigo permanente. De hecho, es un fascismo de nuevo cuño. Pienso que estamos siendo testigos y me estremezco al pensar en cuánto se va a prolongar de la agonía de la visión total del islam, que no hace distingos entre la Iglesia y el Estado, y que, de hecho, se muestra perplejo cuando se le menciona dicha distinción.
El asunto principal de mi obra ha sido siempre la masculinidad, y me parece que estamos ante un momento de crisis para el hombre islámico. En vez de emprender una guerra con Iraq, con el consiguiente derroche de sangre y dinero que supone, nuestros recursos deberían contribuir a que la mujer islámica se emancipe y sea dueña de su destino. El hombre islámico se halla sumido en una situación terrible: durante siglos ha sido políticamente impotente, pero en su hogar ha sido un león y un príncipe, un Saladino y un Nabucodonosor. Y no puede encarar la mirada de las mujeres islámicas porque es políticamente impotente. Cuando el último príncipe moro fue expulsado de España, abandonó sus tierras llorando mientras su madre le decía: “No llores como una mujer lo que no has sabido defender como un hombre.” Así dio comienzo el trauma y la crisis del islam. Es imposible saber con certeza cuánto va a durar esta rabieta global antes de que las mujeres se levanten y los autoengaños del hombre islámico sean neutralizados.
JV: Es claro que en la escena política actual el papel de liderazgo que cumplen Estados Unidos plantea numerosos interrogantes. Dedicaste The Moronic Inferno a asuntos de Estados Unidos, y conoces bien esas circunstancias. ¿En qué medida podemos esperar un cambio político desde dentro en Estados Unidos, y en qué medida puede Europa influir en ese cambio?
MA: Después del 11 de septiembre escribí un artículo en el que afirmaba que la gran dificultad para los norteamericanos y es una enseñanza que tardará una dolorosa generación en asentarse es que son odiados. No lo comprenden: “Tiene que haber algún error porque somos gente muy generosa, muy simpática”, dicen (y en muchos aspectos lo son). Se perdió una valiosa oportunidad para educar a los norteamericanos cuando, en su discurso de 2002, Bush identificó un “eje del mal” compuesto por tres países: Irán, Iraq y Corea del Norte. En el borrador de dicho discurso, el “eje del mal” era originalmente el “eje del odio”. Si hubieran mantenido ese lema y lo hubieran repetido en todo lugar y ocasión, hubiéramos tenido alguna esperanza de que la idea de que son odiados acabara permeando la conciencia americana. Pero Bush prefirió la frase “eje del mal” porque evocaba el Eje de la Segunda Guerra Mundial, era un eco del “imperio del mal” empleado por Ronald Reagan y, según dijo finalmente, resultaba más “teológico”. ¿Por qué razón, cuando el mundo tiembla de miedo queremos que las cosas se vuelvan más teológicas? Lo curioso es que cuando los soldados estadounidenses fueron a Iraq esperaban ser festejados en las calles, en la creencia de que, porque se aman a sí mismos, también los iraquíes los amarían. Éste es el ideal en que se funda Norteamérica: ellos creen que hacen lo correcto porque son América. Así que padecieron un terrible baño de realidad, gracias al cual tal vez comprendan más adelante que el odio es real.
¿Qué puede hacer Europa? Bueno, ¿qué es Europa? Europa ha sido y es una enorme central de energía cultural que ha forjado el mundo moderno, los últimos quinientos años han estado totalmente dominados por ella. Un diplomático dijo que Europa es económicamente un gigante, diplomáticamente un ratón y militarmente una hormiga. Baste recordar el lío que se armó hace un par de años cuando un diminuto peñasco deshabitado provocó una crisis entre Marruecos y España. Europa no pudo solucionar el problema, aunque sólo había unas pocas gaviotas en aquella isla, y tuvo que ser Colin Powell quien llamara desde Washington y pusiera un poco de orden en tanta idiotez. Así que Europa, enorme fuerza histórica y cultural, carece de voluntad y fuerza militares. Hemos rebasado esa etapa, confiamos en los acuerdos y la lógica, mientras que Norteamérica, que nunca ha experimentado una invasión ni la carnicería que padecimos en la primera mitad del siglo veinte, aún piensa en términos militares. A mi juicio, esa violencia, esa inmensa movilización militar, es un anacronismo. Así que hay una gran disparidad en nuestra forma de pensar, y hasta que Estados Unidos no supere esa concepción hobbesiana del mundo, no sé qué ayuda podremos dar. Su xenofobia está literalmente lista para estallar, no hay otra cosa que más les guste que despreciar a la vieja Europa, como la llamó Rumsfeld. Alguien dijo, por último, que Norteamérica, militarmente, no tiene parangón con ningún otro imperio de la historia, pero que diplomáticamente es un país muy mediocre, hace enemigos con mucha facilidad. Recordarán, sin duda, cuando la cafetería del Congreso, absurda y neciamente, cambió el nombre de French fries por Freedom fries (me pregunto si habrán hecho lo mismo para las French letters),1 y ahora es muy habitual para un republicano dirigirse a sus fieles diciendo “Hola, o como diría John Kerry, Bonjour!”, y esto suscita carcajadas. Así pues, hay una posibilidad bastante notable de que John Kerry no sea el próximo presidente de los Estados Unidos por la sola razón de que habla francés, y George Bush será elegido porque no habla francés. Éstas son las cosas que no veo cómo puede rectificar Europa.
JV: Hace poco, la ue se ha ampliado con nuevos países que, culturalmente, habían estado relegados del horizonte europeo. Kundera habló del rapto de Europa en el sentido de que cada vez que se hablaba de la imaginación europea se hacía referencia a lo que ocurría en París o Londres, pero rara vez a lo que pasaba en Budapest o Praga, que por derecho propio pertenecían a la cultura europea. ¿Cómo cambia el rostro europeo con esos nuevos países?
MA: Los países de la Europa central y oriental se hallan muy empobrecidos y psicológicamente dañados por su historia de posguerra. Nuestra tarea inmediata debe ser asimilarlos a nuestra prosperidad y nuestra civilización. Algo que habría que decir de Iraq es que la guerra era inevitable, hiciéramos lo que hiciéramos. Un Iraq arruinado y enloquecido iba a ser en cualquier caso parte de nuestro futuro. Era sólo cuestión de tiempo, y a mi juicio los norteamericanos escogieron el peor momento para actuar y encarar ese futuro inevitable. Los países de la Europa oriental no han sido golpeados y torturados hasta ese punto, pero pienso que nuestro deber primero es ayudarlos a curar sus heridas y llegar a un acuerdo con su pasado.
JV: En tu libro más reciente publicado en España, Koba el temible, te ocupas de Stalin desde una perspectiva muy personal, a partir del compromiso político de tu padre y de gente de su generación, y revisas los crímenes del socialismo realmente existente. Sin embargo, para cierta gente en esa otra Europa, la caída del modelo socialista no ha traído necesariamente un cambio positivo. A propósito de la situación checa después de la caída del Muro, Ivan Klima le dijo a Philip Roth: “Los paranoicos han mejorado, pero los neuróticos están empeorando”. En Alemania se habla con nostalgia de los beneficios comunitarios del viejo orden, y se ha acuñado la palabra ostalgie para referirse a la nostalgia por el Este. ¿Cómo ves la realidad de los antiguos países socialistas?
MA: Una vez fui a un congreso en Portugal en el que había varios representantes de los países de la Europa del Este, y en cierto momento una novelista rusa, Tatiana Tolstoia, nos dijo: “Sus frustraciones y sufrimientos literarios están muy bien y son muy legítimos, pero a fin de cuentas los superarán.” Se palpaba una ola de profunda amargura en los escritores del Este europeo: sentían que habían sido traicionados después del final de la Segunda Guerra Mundial, que el acuerdo con Stalin al reverso de un sobre en Yalta los había confinado a una eternidad de opresión y pobreza, y que se les había exigido participar en un experimento que aun y cuando no fuera un fracaso económico absoluto, había errado monstruosamente en términos morales. Es muy difícil saber cómo se puede abordar un pasado de injusticia y autoengaño tan rampantes. ¿Es bueno iniciar una orgía de incriminaciones, tratar de ofrecer una compensación o rectificación a los millones de crímenes que se cometieron en nombre de este ideal iluso? Rusia misma no ha pasado por este proceso, y mucha gente que ha viajado allí piensa que será una sociedad deforme mientras dicho autoexamen no tenga lugar. No ayuda, por lo demás, que los activos del Estado hayan sido vendidos a unos pocos hombres de negocios sin escrúpulos. Me parece, en fin, que el pasado tiene un peso, y que cuanto más tiempo transcurre sin que tenga lugar un proceso de autoexamen, más pesado se vuelve.
El escritor en su taller
JV: En alguna entrevista comentaste que tus personajes tiemblan cuando te les acercas. Eres un autor con un sentido del orden o del control de lo que haces, a diferencia de otros que prefieren cultivar demonios interiores a los que obedecen en un trance tipo vudú. ¿Qué tanto tiranizas a tus seres imaginarios?
MA: El comentario de que mis personajes tiemblan cuando me acerco es una adaptación de un comentario de Nabokov. Él había leído Aspectos de la novela, donde E. M. Forster revela que cuando está a punto de comenzar una novela forma a sus personajes contra un muro y les dice: “Bien, nada de trucos, nada de risas.” Esto le parecía incomprensible a Nabokov: “Mis personajes se encogen cuando me acerco”, dijo, y agregó: “He visto avenidas enteras de árboles perder sus hojas aterrorizados cuando me aproximo a ellos.” De lo que hablamos aquí es del hecho incontestable de que cuando creas un mundo novelesco eres su dios. Más poderoso que cualquier dios tonante del Viejo Testamento. Esto me hace sonar más nabokoviano de lo que a menudo me siento. A mi juicio, la mayoría de los novelistas, cuando comienzan un libro, pasan por una fase de embriaguez durante la cual otorgan vida a sus proyectos con alegre inconsciencia. Pero de pronto te asalta un millón de dificultades, un millón de puntos de resistencia, como dice Updike. Cuando el resultado se te resiste, tratas de hacer un pequeño jardín con una terrible sucesión de estanques, ciénagas e irregularidades del terreno. Esto se prolonga a lo largo de un año o tal vez de dos, todo depende de la extensión del libro. Luego comienzas a domar el terreno, los personajes adquieren cierto relieve. Comenzar una novela es como entrar en un túnel, un túnel bastante agradable, tal vez incluso una gruta decorativa, pero a medida que avanzas se vuelve más y más estrecho. En el caso de una novela extensa, para cuando se acerca al final, estás de rodillas, arrastrándote con las manos, totalmente agobiado por la presión de no perder de vista el conjunto y hacer todos los ajustes y equilibrios que hagan falta. Y luego, cuando emerges a la luz del día, te sientes como el corcho de una botella, porque el túnel es más pequeño que tú.
JV: En los últimos años has practicado más la no ficción. Experiencia es un libro de memorias, La guerra contra el cliché reúne tus críticas y ensayos literarios, Koba el temible es un testimonio de la ilusión socialista. Incluso tu nueva novela, Yellow Dog (Perro amarillo), aún inédita en español, se apropia de trabajos que habías hecho en el campo del periodismo. Da la impresión de que cada vez te interesa más la narrativa documental. Antes de llegar a ésta me decías que estás trabajando en una novela claramente autobiográfica…
MA: Es una novela larga, que cubrirá en gran medida el mismo terreno que mi libro de memorias. Sin embargo, la diferencia entre escribir autobiografía y ficción autobiográfica es demasiado radical; los dos procesos se dan en diferentes compartimentos de la mente. Siempre he pensado que las memorias y los ensayos críticos vienen de la parte posterior del cerebro, dependen de las técnicas discursivas de la lógica y consisten en desarrollar una argumentación. Pero la ficción proviene de un plano inferior, de la médula espinal. Antes de escribir Yellow Dog tuve que investigar algunos asuntos. Uno fue la familia real, puesto que en la novela tengo un rey de Inglaterra alternativo, Enrique ix, y otro fue la pornografía. En el caso de la familia real, escribí una reseña extensa de una serie de libros sobre el asunto, lo que de paso me sirvió de investigación. En esta reseña acabé mostrándome tibiamente a favor de la familia real, por varias razones: resulta demasiado trabajoso librarse de ellos, ellos mismos se están buscando la ruina, y además proporcionan una agradable dosis de irracionalidad. También pensé que la familia real era buena para cuidar el arco iris racial de la nación. Cuando uno ve las multitudes que los vitorean, comprueba que hay una proporción muy alta de gente de raza negra y de raza hindú; la familia real no hace distingos raciales, y éste es uno de sus rasgos benéficos en una nación tan vulnerable en ese sentido como Gran Bretaña. Sin embargo, cuando escribí sobre la familia real en la novela, me puse en su contra, y por una razón muy simple. Aunque la familia real y la historia han ido aparejadas a lo largo de mil doscientos años, ya no son compatibles en un mundo donde la intromisión de los medios y la exposición ante la opinión pública son tan intensas.
En el caso de la pornografía, cuando traté el asunto en mi novela, no es que pasara de estar a favor a estar en contra, sino que me permitió entender con claridad la naturaleza de mi desasosiego. Comprendí por primera vez, por ejemplo, por qué las mujeres odian sin ambages la pornografía. La razón es que no soportan ver la industrialización de un acto de amor que de hecho puebla el mundo. Creo que si la reproducción humana se sirviera de otros medios, por ejemplo del estornudo, y el sexo fuera pura y simple recreación, las mujeres no verían mal la pornografía. Y pienso que tienen razón, porque la pornografía no sólo niega sino que excluye la idea de que el sexo tiene un significado, y de que tiene que ver con el amor. Esto me preocupa mucho en una época en que los pornógrafos, sobre todo, nos dicen que la pornografía está plenamente aceptada, que es mainstream… A lo que uno responde que la pornografía no será públicamente respetable hasta que la masturbación sea públicamente respetable, y no parece que ése sea el caso. También hay que tener en cuenta que la educación sexual de nuestros jóvenes no está a cargo de los profesores de biología sino de los productores de pornografía, así que el culto del sexo que deniega el amor es el que está educando a nuestros hijos.
Esto ha sido un largo rodeo para explicar que, cuando uno escribe ficción, está escribiendo sobre sus ansiedades silenciosas, sobre las preocupaciones que uno no sabe que tiene. Es sólo al terminar el libro cuando de repente identificas o articulas lo que te estaba inquietando. Pondré un ejemplo. La mayor parte de los escritores se pasa la vida sin leer una sola línea que les diga algo nuevo sobre su obra. Yo he tenido la experiencia de leer algo que me hizo dar un salto. Cuando escribí mis memorias, una revelación de la crítica tuvo que ver con el episodio en el que cuento cómo descubrí que había tenido una hija a mediados de los setenta. La madre era una mujer casada; tuvimos una relación breve y apasionada, y más tarde oí un rumor de que yo era el padre de su hija. Pero el asunto se desvaneció de mi mente consciente. Sin embargo, una comentarista advirtió que el tema había pasado a mi subconsciente, porque a partir de entonces había escrito seis novelas en las cuales aparecen una y otra vez niños huérfanos de padre, o situaciones familiares misteriosas, o padres ansiosos. Fue una revelación asombrosa, vi de inmediato que era cierto, que aquello que no sabía que me preocupaba había entrado en mis novelas.
JV: En tus libros la violencia es un elemento importante para desatar la narrativa. De algún modo, Campos de Londres es un crimen perfecto que consiste en hacer que esa historia suceda. En Yellow Dog, el ataque que sufre el protagonista desata la alteración de la conciencia que justifica la novela. Nabokov afirma en Lolita: “Siempre puedes confiar en un asesino para tener una prosa sofisticada.” ¿En qué medida la violencia es un ingrediente esencial de tu narrativa, aprovechable más allá de consideraciones éticas?
MA: Toda mi vida he odiado la violencia más que ninguna otra cosa. Curiosamente, me gusta bastante en las películas, o incluso en las novelas, porque te permite examinar y comprender la extraordinaria y penosa actividad de infligir dolor y daño. La violencia está en el centro de la contradicción masculina. Siempre ha sido vista como una solución a una serie de dificultades, pero en realidad nunca ha solucionado nada, porque es la semilla de más violencia, un espejismo que se autoperpetúa. La vieja idea del comunismo, por ejemplo, es que no podías hacer un omelette sin romper los huevos; se trata de la idea de la creación por medio de la violencia, tan vital para la conciencia revolucionaria. Pero, como dijo Vassily Grossman, un gran escritor ruso, “el fin no justifica los medios, porque el fin es definido por los medios”. Nada de lo creado por la violencia perdura, sino que se funde sin dejar rastro. Pensemos en el marido que golpea a su esposa. ¿Por qué lo hace? Porque se ha quedado sin palabras. La ideología trae consigo, como la religión, una promesa que es un acto de fe. Una vez que aceptas un sistema de creencias estás aceptando una ilusión, y cuando lo haces, te sometes a algo que no puedes defender sólo con tu mente, sino que debes defender con tus pasiones, con tus puños, como el marido violento. El fracaso en la articulación es el origen obvio de la violencia. El último resorte del inarticulado es la violencia. –
Letras Libres agradece al poeta
y periodista Miguel Munárriz su apoyo para la publicación de este diálogo.
es narrador, ensayista y dramaturgo. Su libro más reciente es El vértigo horizontal. Una ciudad llamada México (Almadía/El Colegio Nacional, 2018).