Crónicas de Davos y Caracas

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Si quieres ver cómo se manufactura la ‘sabiduría convencional’ de los poderosos del mundo debes ir a Davos”, afirma el agridulce David Rothkopf, en su “Diario de Davos”, cuyas entregas aparecieron en el portal de Foreign Policy (www.foreignpolicy.com) entre los días 24 y 30 de enero de 2006.

Leí, día por día, sus envidiables, brillantes entregas mientras, aquí en Caracas, se desarrollaba la respuesta antiglobalizadora –“altermundista”, prefieren decir los afrancesados de América Latina– al encuentro de Davos.

Allá en Davos, una docena de celebridades del mundo del espectáculo, como Michael Douglas, Angelina Jolie, Brad Pitt o el recurrente Bono, deambulaban por el sitio, asomándose a las conferencias del asunto más en boga –la India fue el país “emergente” más consentido en esta edición–, mientras que aquí en Caracas recibimos la visita de “la vieja dama”, la viuda validadora de causas revolucionarias en que se ha convertido Danielle Mitterrand.

En el rubro “entretenimiento”, Cuba puso la música bailable y Danny Glover fue el homólogo holywoodense y políticamente correcto de Brad Pitt. Sempiterno compañero de aventuras de Mel Gibson en la serie Arma letal, Glover es desde hace tiempo un viajero frecuente a Venezuela, en su calidad de activista de derechos civiles de los african americans y de cuya ong se dice que es subsidiada por Hugo El boss.

Desde que la parla bolivariana fue colonizada por la jerga altermundista, contaminando a su vez al periodismo local opositor (no hay por qué extrañarse: la autocensura y la aquiescencia campean ya en Venezuela), se ha adoptado aquí la voz “afrodescendiente” para designar a cualquier compatriota de entre los millones de amulatados que aquí vivimos y que, antes de la revolución bolivariana, nos llamábamos mutua y desenfadadamente “negro”. O “negra”. También se recuerdan fórmulas familiares, sobre todo entre amantes, tales como “negra divina”,
“negrona rica” o “mi negro santo”. Nadie se ofendía por ellas.

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“Otro mundo es posible”, fue el eslogan oficial del encuentro de Caracas que, este año, atrajo a casi 70,000 almas buenas. Los organizadores esperaban unos 160,000, pero hasta un trotskista canadiense lo piensa dos veces antes de venir a Caracas a sabiendas de que el principal viaducto de la autopista que une el aeropuerto con la capital colapsó a comienzos de año, haciendo de un trayecto que duraba apenas veinte minutos una odisea que en ocasiones ha llegado a durar doce horas. Hoy se sube a la Caracas antiglobalizadora por una sepenteante carretera tendida hace casi cien años y que discurre entre el rancherío de nuestras favelas.

Ocurre también que la misma carretera, remozada en los años veinte para el paso de livianísimos Ford modelo “T”, debe ahora soportar el tránsito de los camiones de 22 ruedas que suben de La Guaira mucho de lo que consume una economía que aún es de puertos. Esto, pese a la retórica oficial en pro de la autarquía y el “desarrollo endógeno”. Se han establecido turnos para el transporte pesado y el de pasajeros y así el viajero hace hoy un tiempo muy parecido al que marcó el barón de Humboldt en 1799 en su ascenso desde el puerto La Guaira hasta Caracas.

Un visitante estadounidense, profesor de estudios políticos en Austin, Texas, me dijo sentirse muy contento de haber podido estrechar la mano de Danny Glover. Gringo al fin, el altermundista tejano no pudo, sin embargo, reprimir un resoplo de incredulidad al decir, con razón, que lo del puente era injustificable, luego de años de advertencias de los expertos en vialidad sobre las fallas del terreno en que se asientan las bases.

El colapso del viaducto no es más que un síntoma del despilfarro, la desidia y la ineptitud de los populismos palabreros: la red vial del país, otrora uno de nuestros contados orgullos, así como la planta física de nuestros hospitales, recuerdan las de algunos países africanos olvidados de la mano de Dios. Una leyenda urbana caraqueña habla de un médico cubano destacado en un barrio de Caracas quien, al sentir un malestar de cierta monta, se negó categóricamente a ser llevado a un hospital público del lado oeste caraqueño.

Chávez cumple ya siete años en el poder y cuando tienes siete años ejerciendo el poder y has recibido 350 millones de dólares de renta petrolera que has gastado sin auditoría alguna, echar la culpa del colapso de un puente a la desidia de los anteriores gobiernos equivale a admitir la propia culpa: luego de siete años, Chávez es ya el anterior gobierno.

Desde luego, en punto a adjudicar culpas, Chávez es proverbialmente previsible: durante una de sus interminables homilías dominicales culpó del colapso del viaducto… ¡al imperialismo yanqui! que se niega a firmar los protocolos de Kioto y es enemigo del desarrollo ambientalmente sustentable y por eso el clima del sur del Caribe nos azota con tormentas y lluvias torrenciales en diciembre que terminaron por socavar las bases del viaducto, algo nunca visto y que no ocurriría si el casquete de ozono no estuviese afectado por las emisiones de gas de los gringos tan dispendiosamente aficionados a los vehículos todoterreno de lujo que consumen tanto combustible, etcétera, etcétera.

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Si es cierto, como afirma Rothkopf, que el de Davos es la fábrica de saberes convencionales compartidos por the high and the mighty del capitalismo globalizador, el foro de Caracas fue por una semana el núcleo de la llamada “nebulosa Alter”, sin dejar el país anfitrión de ser por ello un cruce de “democracia no-liberal”, del tipo descrito por Fareed Zakaria, con un caudillesco régimen militarista de retórica marxista radical y ortodoxas prácticas de corrupción populistas del tercer mundo.

Este año, el Foro Social de Porto Alegre optó por la partenogénesis y, así, en el curso de varias semanas, tuvieron lugar tres foros sociales mundiales, en rápida sucesión, uno para un continente distinto: el de Malako –no lejos de Tombuctú– en Mali, y el de Karachi, en Paquistán. Con el de Caracas culminó la serie.

Todos los foros fueron presididos por uno de sus fundadores más conspicuos: el economista egipcio Samir Amin quien, en 1977, vaticinó en un libro suyo la decadencia y fin del capitalismo, a más tardar en la década de los 90. Acertó en cuanto a la década, pero no en cuanto al sistema que se vendría abajo.

A Samir Amin le preocupa e irrita el cariz de jamboree turístico, de festival de world music ideológico que desde su naciemiento ha signado al Foro Social, siempre dispuesto a modo de un salón del automóvil: cada causa particular cuenta con su stand y discurre separadamente de las demás acerca de sus cuitas y logros parciales. Los partidarios del matrimonio gay aquí, los ambientalistas acá, los que simpatizan con las culturas aborígenes un poco más allá, y así.

Amin preferiría que el foro fuese decididamente más antiimperialista y menos desasidamente “onegero”: más orientado a organizar, bajo una dirección centralizada, la lucha final de los parias de la tierra. Desaprueba un evento anual en el que coinciden jóvenes mochileros “verdes” y más que maduros intelectuales de izquierda posmoderna, como el escocés John Holloway, autor de un libro cuyo solo título daría mucho qué decir a Fidel Castro: Cambiar el mundo sin tomar el poder.

En una de sus vehementes intervenciones, Amin abogó por la necesidad de “un plan de acción y movilización mundial” que “resista y combata la expansión capitalista”, identificó como principal enemigo a los Estados Unidos, y criticó duramente “la tibieza política” que caracteriza, según él, a las ong.

En Chávez, cuyo gobierno financió íntegramente el evento de Caracas, Amin cree haber encontrado un aliado decidido a tomar el poder mundial, y por eso, por vez primera en el foro latinoamericano, hubo claros pronunciamientos de repudio a Lula, Kirchner y Lagos.

Amin no se recató de decir –con estos oídos lo escuché– lo que no había dicho nunca en los foros de Porto Alegre: que Lula no pasa de ser “un Tony Blair tropical”. Viniendo de él, no era un cumplido. Olivier Besancenot, líder de la trotskista lcr, se dejó ver y prometió ponerse al frente de “brigadas internacionales” en defensa de la “revolución bolivariana”. En caso de que “osare un extraño enemigo”.

Se sabe que, en el pasado reciente, el francés José Bové se mostró muy activo al tratar de apartar a Chávez de Lula, sólo porque Brasil ofreció hace algún tiempo entrenar peritos venezolanos en el cultivo de la soja transgénica. Pero las razones del denodado Bové eran claramente “onegeras”, no como las de Amin, un confeso “neo-marxista”, sea lo que fuere lo que esto quiera decir.

Uno de los cineastas favoritos de la progresía, el argentino Fernando “Pino” Solanas, desestimó aquí el papel de organismos regionales como el Mercosur y declaró que el de Venezuela es “el único gobierno suramericano que funciona con movilización y participación popular y está dirigido por un líder revolucionario”.

Leda María Paulani, economista y militante con carné del Partido de los Trabajadores brasileños, arrancó aplausos del público cuando dijo en la mesa en que participó, que en los últimos años el gobierno de Lula “ha representado un período de aguda profundización del modelo neoliberal”. Por su parte, el economista argentino Claudio Gatz, dijo que Lula, Kirchner y Tabaré Vázquez encarnan la “cobardía reformista”. Según Gatz, Lula “no ha hecho más que mantener la opresión social que existe en Brasil”, y el proyecto de Kirchner es, según él lo ve, tan sólo “preservar un régimen político de dominación capitalista”.

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Dos bombas cayeron en los foros de Davos y Caracas, una grande y la otra chiquita.

En Davos, donde el tema del Medio Oriente es obligado, los pundits fueron sorprendidos por la victoria electoral de Hamás. La bomba que cayó en el Foro de Caracas fue más bien una modesta carga de profundidad que, a su manera, desnudó para muchos visitantes de buena fe, la verdadera naturaleza de la “revolución bolivariana”.

Un reportaje del Financial Times, fechado el 1 de enero, comentó la compra que el año pasado hizo Venezuela de 1,600 millones de dólares de deuda argentina. Venezuela, donde rige un “estricto” control de cambios, se muestra dispuesta a comprar más bonos del gobierno argentino, por un valor de 2,400 millones de dólares en el futuro próximo. Nadie en el mundo de las finanzas internacionales ha podido ver nunca una clara ventaja para Venezuela en esa compra. La versión oficial es que no pueden verla porque la operación está desinteresadamente motivada por la solidaridad latinoamericana.

El ministerio de finanzas venezolano, aseguró el Financial Times, ofreció en noviembre de 2005 parte de los bonos argentinos, pero no al mercado de capitales internacional, sino al local. No medió el trámite de una subasta pública: dos bancos que en Caracas se tienen por afectos al régimen fueron los favorecidos. Al revender los bonos argentinos en el “mercado paralelo”, obtuvieron una ganancia neta de 17 millones de dólares en sólo un día.

Un clásico latinoamericano, sin duda. Muy digno de Costaguana. ~

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(Caracas, 1951) es narrador y ensayista. Su libro más reciente es Oil story (Tusquets, 2023).


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