Mientras escribo estas líneas cientos de miles de estadounidenses inician un ritual que amenaza con desplazar al sacrosanto Día de Acción de Gracias como la celebración que mejor representa el “espíritu americano”. Black Friday, originalmente solo el viernes “puente” después de la conmemoración del primer festín de los peregrinos, se ha convertido en la última década en un escaparate de las peores conductas del legendario frenesí consumista que en muchos sentidos define mejor a este país que el relato de perseverancia, desprendimiento y solidaridad del día que le dio origen. Empleados de tiendas departamentales abatidos por la estampida de compradores enloquecidos; familias enteras que han renunciado a sentarse a la mesa alrededor del pavo para no perderse la primera oferta navideña; personas con los dedos “un poco congelados” por la espera de 12 horas en el frío inclemente para ser las primeras en disfrutar los descuentos; el recuento de los excesos del día da para todos los gustos. En comparación, el pariente pobre mexicano del Black Friday, el Buen Fin, parece un ejercicio de civilidad.
El Buen Fin, la iniciativa de gobierno y empresarios para amortiguar los efectos de la recesión económica en 2011 mediante la extensión de la temporada de compras navideñas hasta noviembre, parece haber llegado para quedarse. Con varias tiendas departamentales participantes y una inmisericorde campaña publicitaria, es probable que el Buen Fin pronto empiece a regalarnos algunas de las idiosincráticas imágenes que han hecho famoso a su primo del norte. Sin embargo, mucho más interesante que los paralelos que el consumismo genera en ambos lados del Río Bravo es la muy peculiar forma en que se manifiesta la crítica del consumismo en cada caso. En Estados Unidos se privilegia el énfasis en los derechos laborales de los empleados de las grandes tiendas departamentales, Walmart en particular. En México, las críticas al Buen Fin son un episodio más del relato del pueblo “engañado”, “manipulado” por las grandes corporaciones para comprar lo que no necesita. La diferencia no es menor. Lo que está en juego es la posibilidad de que la crítica del consumismo dé lugar a una movilización relevante en torno a las condiciones concretas de los trabajadores del sector de los servicios.
Vayamos por partes. Tras el fin de la segunda guerra mundial, el movimiento sindical estadounidense terminó de abrazar una visión extremadamente economicista que vinculó inextricablemente el bienestar de los trabajadores al éxito de las empresas. Cuando Walter Reuther, el legendario dirigente del sindicato de automovilistas (UAW), convenció a Henry Ford de que los principales clientes de la industria automotriz serían sus propios trabajadores, quedaron sentadas las bases de la visión sindical resumida en la frase “lo que es bueno para General Motors es bueno para América”. Dicho de otro modo, los sindicatos estadounidenses estuvieron entre los más entusiastas promotores del consumismo que terminó por definir a este país, expresado en la fórmula virtuosa de mayor consumo = mayor producción = mayor necesidad de mano de obra = mejores niveles salariales = mayor consumo.
Hace mucho tiempo que dicha fórmula dejó de tener sentido, si es que alguna vez lo tuvo a cabalidad. Sin embargo, todo aquel que conozca un poco de cerca el movimiento obrero estadounidense sabe que el consumismo está inscrito en el ADN sindical de este país. Muchos activistas utilizan su posición de consumidores en el mercado para presionar por mejores salarios y condiciones laborales, como sucede comúnmente en la industria de la confección. Por lo general, las campañas por mejores salarios y prestaciones para los empleados de establecimientos comerciales enfatizan el aspecto de la falta de “justicia” (entendida como “fairness”) que se desprende del hecho de que las grandes cadenas de tiendas departamentales obtienen ganancias sin precedentes mientras que los salarios permanecen congelados desde hace años. Lo que no se cuestiona tanto, desde la perspectiva sindical, es la organización de la economía alrededor del principio de la deseabilidad del consumismo, aun con su cauda de desperdicio monumental y casi inmediata caducidad de los productos.
En México, sin embargo, los recientes críticos del Buen Fin han ignorado por lo general el aspecto laboral y su denuncia se centra más en el “engaño” que implican las campañas de mercadotecnia y la manipulación abusiva de los precios para crear la ilusión de ofertas. Más aun, esta insistencia en el “engaño” y la “manipulación” mercadotécnica se vincula a un patrón de mediatización de la opinión pública que incluye episodios como la campaña presidencial de Enrique Peña Nieto, la patética telenovela de la selección nacional en la eliminatoria mundialista, el Teletón, etcétera. Artículo tras artículo y toda una avalancha de memes en las redes sociales dan cuenta de esta frenética campaña desde sectores de izquierda que busca “despertar” a las conciencias adormecidas por el circo de las ofertas del Buen Fin. Lo que no se señala con tanta vehemencia son las terribles condiciones salariales y sindicales de la enorme mayoría de los empleados de las tiendas departamentales en México.
La insistencia en el “engaño” que implican las ofertas del Buen Fin, como las del Black Friday, no tendría mucho sentido en Estados Unidos. No tanto porque no se reconozca que la mercadotecnia está basada en una serie de trucos que van desde la persuasión sutil hasta la mentira abierta para crear una necesidad artificial a satisfacer, generalmente a través del endeudamiento masivo, sino porque se da por sentado que ésa es precisamente un aspecto del tipo de organización económica que permite cierta incidencia en favor de mejores salarios y condiciones de trabajo. La cuestión, entonces, no es tanto enfatizar la denuncia del Black Friday como instrumento de mediatización político-empresarial, sino utilizar la afluencia masiva de consumidores para visibilizar las campañas que se están llevado a cabo. Este Black Friday, por ejemplo, muchos compradores se encontrarán con piquetes de huelga en algunas sucursales de Walmart, y en otras más serán abordados por brigadas informativas sobre la situación de los huelguistas y de todos los empleados del gigante de las ventas minoristas. En comparación, cuando la CNTE se manifestó frente al Walmart de Buenavista en la ciudad de México, se plantearon toda clase de problemáticas y demandas, sobre todo las de la reforma educativa, menos la situación de los trabajadores del establecimiento. ¿Cuál de las dos flechas estará más cerca del blanco?
Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.