En España, hasta hace veinte años, comer y beber bien eran actividades consideradas de derechas. Ser capaz de distinguir un Cotês-du-Rhône del salfumán, apreciar la tersura de una vishyssoise o reconocer debilidad por los quesos de pasta blanda eran señales inequívocas de inmovilismo y espíritu pequeñoburgués. Fumar puros legales (los sindicalistas y los curas obreros fumaban unas cosas terribles de contrabando) era propio de esos gordos fascistas de las caricaturas.
Pero ya saben que en España todo cambia, y tras un breve período en el que comer y beber bien fueron por alguna razón actividades de izquierdas –propiciadas por élites progresistas que vieron en la cocina una herramienta de modernidad más que nos alejaba del cocido de los abuelos gastronómicamente feudales– ahora, por fin, comer y beber bien ya son actividades universales como el deporte y el kamasutra, prestigiosísimas en todas partes, sin filiación política y de total transversalidad. Y tengo para mí que El Corte Inglés ha hecho más por ello que nadie: en las filas de sus supermercados de alimentación no es raro contemplar a bellas adolescentes de clase media discutiendo sobre las cualidades de la anchoa cántabra y la ampurdanesa o los colores de unos granos de cabernet.
En todo caso, puedo asegurarles que es un gran avance. La democratización de la buena comida ha sido la prueba más sutil y refinada de que la española va siendo una verdadera democracia.
– Ramón González Férriz
(Barcelona, 1977) es editor de Letras Libres España.