IlustraciĆ³n: JosĆ© MarĆ­a Lema

Derechos y emancipaciĆ³n

El liberalismo, mĆ”s que una ideologĆ­a, es un temple, una disposiciĆ³n de Ć”nimo para aceptar la validez de todas las preguntas. Octavio Paz pedĆ­a que del liberalismo y el socialismo surgiera una nueva doctrina. Aguilar Rivera, Beck, Bravo Regidor, Silva-Herzog y Bartra levantan un mapa donde abundan los recovecos de las dudas y escasean las planicies de las certezas. Al final, una tarea: devolverle al liberalismo su talante combativo a partir del reconocimiento de sus insuficiencias.
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¿Es posible una autocrĆ­tica liberal que recupere algo de la crĆ­tica de Marx al liberalismo? ¿Tiene sentido tratar de hacerse cargo, desde la propia tradiciĆ³n liberal, de un autor que le fue tan deliberadamente hostil? ¿CĆ³mo vincular la idea liberal, sin dejar de serle fiel, con la crĆ­tica marxista?

El ejercicio puede parecer, en principio, extraƱo: ya sea por las incompatibilidades filosĆ³ficas que separan a una y otra tradiciĆ³n; por los antagonismos histĆ³ricos que a lo largo de casi dos siglos han enfrentado a marxistas y liberales; o porque el colapso de la UniĆ³n SoviĆ©tica significĆ³, segĆŗn multitud de intĆ©rpretes, la derrota definitiva del marxismo. En cualquier caso, la mera sugerencia de que la tradiciĆ³n “triunfante” quizĆ”s se beneficie de atender ciertos cargos que en su contra endosĆ³ la “perdedora” estĆ” destinada a ser recibida con algo de incredulidad o, incluso, con mucha condescendencia.

No obstante, esas dificultades son acaso sintomĆ”ticas de lo ajena que hoy nos resulta la vocaciĆ³n combativa, la mentalidad genuinamente revolucionaria que hubo en los orĆ­genes del liberalismo durante la llamada “ilustraciĆ³n radical”, en los siglos XVII y XVIII. Una ilustraciĆ³n empeƱada en rechazar la autoridad del pasado (e.g., costumbres, Iglesia, aristocracia), en oponerse a la irracionalidad en cualquiera de sus manifestaciones (e.g., supersticiones, privilegios, arbitrariedades). Una ilustraciĆ³n radical, pues, en su convicciĆ³n de no transigir con los prejuicios ni las injusticias, en su voluntad de cambiar el mundo afirmando que la razĆ³n nos hace libres y todos los hombres somos iguales.[1]

En cierto sentido, el proyecto liberal consistiĆ³ en traducir esa voluntad ilustrada en un discurso sobre los derechos: sobre la tolerancia, el individuo, las libertades, los lĆ­mites al poder pĆŗblico, la representaciĆ³n polĆ­tica, la divisiĆ³n de poderes, el constitucionalismo. Un discurso, en suma, sobre cĆ³mo organizar una sociedad distinta, mĆ”s racional en sus fundamentos y equitativa en sus consecuencias. Conforme dicho discurso fue adquiriendo vigencia, sin embargo, el Ć­mpetu radical que lo inspiraba comenzĆ³ a perder filo. La progresiva vinculaciĆ³n entre el liberalismo y el desarrollo econĆ³mico capitalista, por un lado, y el crecimiento del aparato administrativo estatal, por el otro, hizo que buena parte de la tradiciĆ³n liberal adquiriera una identidad cada vez menos contestataria y cada vez mĆ”s propia de una “ideologĆ­a del status quo”.[2]

Marx tambiĆ©n fue heredero de la ilustraciĆ³n radical. Y, en cierto sentido, su proyecto consistiĆ³ en traducir a su vez la voluntad ilustrada pero en un discurso sobre la emancipaciĆ³n: sobre la explotaciĆ³n, la lucha de clases, la alienaciĆ³n, la ideologĆ­a, la historia, la comunidad, la revoluciĆ³n. Un discurso, pues, no sobre cĆ³mo organizar una sociedad distinta sino sobre cĆ³mo criticar el orden social existente. Lo mĆ­o, escribiĆ³ en el epĆ­logo a una ediciĆ³n de El Capital, es “el anĆ”lisis crĆ­tico de los hechos efectivos”, no “escribir recetas para los comedores del futuro”. Por supuesto, buena parte de la exegĆ©tica marxista ha insistido en buscar en la obra de Marx indicios o imĆ”genes sobre cĆ³mo serĆ­a la sociedad poscapitalista. No obstante, el carĆ”cter iconoclasta de su temperamento utĆ³pico, muy en la tradiciĆ³n judĆ­a que se resiste a ponerle nombre o rostro a Dios, hizo que en su obra no hubiera en realidad ninguna descripciĆ³n precisa ni plan detallado sobre el futuro. Hay acaso una que otra ocurrencia o especulaciĆ³n, pero lo cierto es que el marxismo como programa de gobierno, como manual polĆ­tico u ortodoxia de Estado, no existe en Marx. ExistiĆ³, con resultados atroces, en “intĆ©rpretes” como Lenin, Stalin o Mao.[3]

Por eso Octavio Paz solĆ­a distinguir entre el marxismo como crĆ­tica y el marxismo como dogma. El primero, decĆ­a, “nos ayudĆ³ a pensar libremente”; el segundo, “es un obstĆ”culo que impide el pensamiento”. Su relaciĆ³n con el legado de Marx, a lo largo de su amplia trayectoria intelectual, fue un testimonio de dicha distinciĆ³n: simpatizĆ³ con Ć©l por lo que tuvo de utopĆ­a, lo rechazĆ³ por lo que tuvo de ideologĆ­a.[4]

Es en ese sentido que vale la pena volver a una de las crĆ­ticas de Marx al liberalismo en, por ejemplo, Sobre la cuestiĆ³n judĆ­a (1843) o CrĆ­tica al Programa de Gotha (1875). AhĆ­, Marx argumentĆ³ que el rĆ©gimen de derechos propio de la tradiciĆ³n liberal (e.g., la libertad de conciencia, los derechos de propiedad, el derecho a la seguridad de la persona) no engendra emancipaciĆ³n e incluso puede terminar convirtiĆ©ndose en un obstĆ”culo para ella. Primero, porque en su pretendida universalidad dicho rĆ©gimen no se hace cargo de las particularidades que constituyen al orden social y trata como iguales en lo abstracto a quienes son desiguales en lo concreto. Segundo, porque concibe los derechos en tĆ©rminos exclusivamente negativos, como instrumentos para proteger contra la interferencia de los demĆ”s la vida privada de cada uno: sus sujetos son Ć”tomos aislados que giran sobre sĆ­ mismos, no criaturas sociales con aspiraciones colectivas y vida en comĆŗn. Y tercero, porque su promesa de igualdad ante la ley no solo no combate ni mitiga las desigualdades socioeconĆ³micas que en los hechos la contradicen sino que, mĆ”s aĆŗn, las encubre y se vuelve cĆ³mplice de su persistencia. A fin de cuentas para Marx “el derecho nunca es superior a la estructura econĆ³mica ni al desarrollo cultural de la sociedad que lo condiciona”.[5]

Ciertamente, la nociĆ³n de los derechos que hay en la obra de Marx es bastante rudimentaria. En tanto que fenĆ³menos contingentes, siempre subordinados a la estructura econĆ³mica, no eran, no podĆ­an ser, un vehĆ­culo para la emancipaciĆ³n. Pero, ¿entonces los movimientos por el derecho al voto de las mujeres, por los derechos civiles de los afroamericanos, por los derechos de todo tipo de minorĆ­as han sido meras comparsas del statu quo? ¿O es que no hacen ninguna diferencia, en un juicio penal, los derechos a la presunciĆ³n de inocencia, a contar con un abogado, al debido proceso o a un jurado imparcial? ¿Acaso los derechos sociales, propios del Estado de bienestar, no transformaron la estructura de las sociedades occidentales durante el siglo XX? ¿No pueden ser los derechos, segĆŗn la feliz expresiĆ³n de VĆ”clav Havel, “el poder de los sin poder”?

Nada de ello obsta, sin embargo, para descartar la crĆ­tica de Marx al hecho de que los derechos impactan en, y se ven a su vez impactados por, las desigualdades socioeconĆ³micas. La tradiciĆ³n liberal no puede permanecer indiferente a la evidencia acumulada por disciplinas, deudoras mĆ”s de la voz que de las palabras de Marx, como la teorĆ­a jurĆ­dica crĆ­tica o la sociologĆ­a del derecho. Los derechos no se legislan ni se ejercen en el Ć©ter: las condiciones materiales hacen diferencia, las desigualdades importan.[6]

Por un lado, Marx no supo reconocer que los derechos pueden, en la prĆ”ctica, emancipar. Pero, por el otro, ¿reconoce la tradiciĆ³n liberal que los derechos, en abstracto, no emancipan? El problema no es la aspiraciĆ³n a que los derechos sean universales; es que esa aspiraciĆ³n de universalidad no se ocupe de las condiciones concretas sobre las que se despliega.

Si el liberalismo fue el hijo obediente de la voluntad ilustrada, Marx fue el hijo contestĆ³n. Pero hijos ambos de una misma “revoluciĆ³n en las mentes”, el filo crĆ­tico y el temperamento utĆ³pico del segundo pueden ayudar hoy al primero a sacudirse la autocomplacencia y a recuperar aquello que habĆ­a en su origen compartido: la voluntad de no transigir con la irracionalidad ni con las desigualdades que atentan contra el digno anhelo de que los hombres sean, de verdad, soberanos de su propio destino. ~

 

 

 


[1]Jonathan Israel, A revolution of the mind. Radical enlightenment and the intellectual origins of modern democracy, Princeton, Princeton University Press, 2010.

[2]David Johnston, The idea of a liberal theory. Critique and reconstruction, Princeton, Princeton University Press, 1994, p. 3.

[3]Russell Jacoby, Picture imperfect. Utopian thought for an anti-utopian age, Nueva York, Columbia University Press, 2005, pp. 84-85.

[4]Octavio Paz, Hombres en su siglo, MĆ©xico, Seix Barral, 1990, p. 38.

[5]Karl Marx, “Critique of the Gotha Program”, en Robert C. Tucker (ed.), The Marx-Engels Reader, Nueva York, Norton, 1978, p. 531.

[6]Duncan Kennedy, Izquierda y derecho. Ensayos de teorĆ­a jurĆ­dica crĆ­tica, Buenos Aires, Siglo XXI, 2011. Kitty Calavita, Invitation to Law & Society. An introduction to the study of real law, Chicago, Chicago University Press, 2010.

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es historiador y analista polĆ­tico.


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