El Planeta, usted y yo

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El Premio Planeta explica nuestra cultura. Es, así a lo bruto, como un burka en otras salas. A mí, me cae bien. El Planeta, no el burka. Encuentro que es un objeto inteligente y astuto que tiene varios goles en su haber. A saber: a) es un premio que se inventó el concepto best seller en un país donde el objeto impreso más leído era el cupón de la ONCE, b) es un premio que, en los setenta, acercó al público lector —del cuponcete de la ONCE— nuevas opciones de literatura por aquí abajo; por otra parte, c) es un premio que explica, esta mañana a primera hora, las medidas de casi todo y las tendencias literarias para las temporadas otoño, primavera, verano e invierno en un país que inventó el Premio Planeta. Y el cupón de la ONCE. Y ése es el valor metafórico del Planeta. Su capacidad para dibujar por sí solo el periodismo cultural, el concepto de obra y los trazos característicos de nuestra cultura a inicios de siglo XXI, así como el concepto mismo de público lector. No se vayan, amigos.
     El periodismo. Antes del cenorrio en el que todo el mundo hace ver que se decide el premio, se celebra una comida. De periodistas. Hay tantos periodistas culturales y de tantas partes que esa comida se parece un poco a los partidos Madrid-Barça, unos partidos en los que no se cabe en la tribuna de prensa. Y como sucede en una tribuna de prensa de un Madrid-Barça, en esa comida nunca se sabe si los profesionales de la cosa acudimos a ver un partido histórico o un partido gratis. El caso de la cosa, la metáfora de esa comida, está en el regalo king-size que se entrega a todos los periodistas presentes. Un regalo que corta. Lo cual puede dibujar a un periodista cultural nativo que se corta con muy poco. Sea por el regalo o no, el caso es que tras esa comida, y tras esa otra cena, se producen las dos ruedas de prensa más extrañas del biotopo. Extrañas porque pregunta hasta el gato. Además, preguntas curradas, largas y sabihondas. De la escuela de las preguntas de cuando Monica Lewinsky, aquel filón para las preguntas largas y sabihondas. Por otra parte, se trata de las preguntas menos pertinentes de la historia del periodismo, pues todo el mundo que pregunta ya ha escrito su página al respecto. A menudo, con algún entrecomillado del autor, que se sorprende de haber ganado el premio, etc. En otro orden de cosas, son preguntas completamente distintas a las que un fiscal formuló a la editorial en la temporada pasada, y que quizás deberíamos haber formulado los periodistas en temporadas anteriores.
     La cultura. Al colectivo periodístico, copado por la amabilidad y por una visión de los eventos culturales que excluye el pitote y el mal café, se le junta otro componente genuinamente hispano. La oficialidad. Cada año preside el planeta algún alcalde de Barcelona, Presi de la Gene, Ministro de Cultura —ese Ministerio que se creó cuando la Transición y cuya existencia ha modulado en parte la cultura de la Transición en la que estamos inmersos y desde la que les saludo: hola— y, en el caso de esta última convocatoria, de los reyes. Estas presencias, inusitadas en otros premios privados europeos —que, por otra parte, también carecen de cenorrio—, tal vez explican la oficialidad de nuestra cultura, una cultura que carece de valores, confrontaciones y puntos de vistas no oficiales o no oficializables, y que ha solucionado el problema ese de las dos Españas —la legal y la real; la cultura por aquí era una cosa u otra—, oficializando quizá la España que quedó más en pie. Ni idea.
     El público. El público exige una orientación para leer y para no leer lo que una industria moderna, que jamás había estado tan cachas ni había editado tanto, les ofrece. La selección de lectura, en nuestro país, no la realiza la prensa generalista, o la prensa especializada. La realizan los premios. Los premios, a su vez, solucionan dos grandes problemas editoriales: la promoción y la aparición de sus novedades en la prensa, a menudo desde puntos de vista más cercanos a la promoción que a la información. La información pondera. La promoción no. El Planeta es esa descripción, pero más a lo bestia.
     La obra. El autor. El resultado de esto son obras con poco juego de piernas, con tendencia a temas sentimentales, o a la sentimentalización de los temas, diferenciadas por la actitud de sus autores. Los autores, con este dibujo de la cultura que me sale, quizá sólo aportan una idea de actitud, a través de una idea de trayectoria. Este año, por ejemplo, la cosa ha salido de centroizquierda. O así.
     Quizás en todo este dibujo apresurado de nuestra cultura a través del Planeta, se intuye una empresa lista que, simplemente, sabe leer la realidad. Como es su deber. Fabrique libros. O burkas, por mencionar otro producto que también ha generado grandes éxitos en Occidente. –

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