Se sabe que en 1969 Robert Smithson, su esposa Nancy Holt y la amiga de ambos Virginia Dwan pasaron una temporada en un lugar en medio de la selva chiapaneca, al sur de México. De esa estancia da cuenta una conferencia para estudiantes de arquitectura de la universidad de Utah que más tarde, en 1972, el mismo Smithson leyó, acompañando una serie de 31 fotografías también tomadas por él.
Lo que no está muy claro es cómo los viajeros consiguieron trasladarse desde la costa Este de los Estados Unidos, recorrer miles de kilómetros asfaltados bajo los cielos infinitos de los desiertos del Oeste sembrando el camino de espejos, hasta un lugar perdido y oculto por la vegetación y la humedad, junto a las ruinas de la ciudad maya de Palenque.
Más allá de las sendas del peyote y de los pasos perdidos de algunos compatriotas suyos que pertenecieron a la generación beat, se sospecha en Smithson y sus acompañantes un genuino interés por entender la cultura maya y su visión acerca del mundo, lo cual justifica el viaje, la estancia y la decisión un tanto extraña de alojarse en un albergue a medio construir con un enorme anuncio: Hotel Palenque.
“Vivimos –dice el autor de Spiral Jetty– en estructuras, y estamos rodeados de marcos de referencia, pero la Naturaleza los desmantela y los devuelve a un estado en el que ya no tienen integridad”. De ahí quizás el estado ruinoso del hotel y el interés y la obsesión de Smithson por recorrerlo y retrazar su plantilla, correr el riesgo de perderse en su arquitectura “desmantelada”, explicar su estructura inacabada y dar el paso, bastante arriesgado pero sin el cual su senda artística podría quedar incompleta.
De inmediato Smithson admite que, a pesar de todos sus esfuerzos, el hotel “es un lugar imposible de entender”. Hotel Palenque es un edificio ubicado en un punto muerto entre la construcción y la ruina: “Una especie de maravilla geológica mexicana creada por el hombre”. Imposible saber cuándo comenzó su edificación, pero aún más difícil saber cuándo terminó, o si lo hará algún día: “Todo el hotel se entrelaza y se vuelve a entrelazar. Es una especie de gran conjunto de filigranas que se retuerce alrededor de sí mismo.”
Arrastrado por la potente energía inmóvil de la jungla, que lo llevó a pasar largas horas en una profunda meditación, confiesa: “tengo la sensación de que el hotel ha sido construido con el mismo espíritu con que los mayas construían sus templos”. Y anima a sus escuchas: “Espero que os alojéis en el Hotel Palenque para comprender cómo siguen construyendo los mayas. La estructura conserva en cierta medida todo lo intrincado y terrorífico que se puede encontrar en un templo maya típico, en especial en los de variedad uxmal, que son muy, muy… Se llama Barroco Maya, y está caracterizado por fachadas serpenteantes llenas de espirales con formas que se entrelazan esculpidas en la roca; es muy bonito”.
Siempre fascinado por la misma inercia de la espiral, Smithson advierte más adelante con un atisbo de humor: “hay algo en este país, una violencia generalizada oculta en el propio paisaje. Muchos artistas y escritores fueron a México y regresaron destrozados. Le pasó a Hart Crane al volver de México: se tiró desde la popa de un barco encima de las hélices y quedó hecho pedacitos1. Por eso hay que tener mucho cuidado al visitar este país para no verse influido por esta violencia inconsciente y tan peligrosa que se oculta en cada centímetro de tierra”.
De los elementos arquitectónicos Smithson rescata: las columnas sin techo, los pasillos sin destino, el cemento, las gavillas, los ladrillos, las herrerías y todos los materiales de construcción arrumbados por todas partes, la grieta rellena de yeso, la torre y su escalera de caracol cuadrada que forman parte del edificio y que también son parte del enigma. Todo en el hotel parece ser consecuencia de algún accidente o dispuesto para el sacrificio, incluso el salón de baile desierto y la piscina vacía con su puente colgante y el bar al fondo de la cripta. De pronto irrumpen los signos por los que se asoma la vida: una silla, una puerta, un plátano triste en un jardín con piedras, una escalera y un estanque de tortugas, pero el testigo de todo ello, Smithson, que ha tomado fotografías y ha redactado un comentario para cada una, encuentra en esa arquitectura “desarquitecturizada”, ese no-lugar, una analogía perfecta de la mecánica entrópica, que le permite un giro de tuerca más, y con el que logra trazar la línea que va de la operación de las leyes físicas a la visión cósmica maya y la edificación de la cultura actual y su ruina, y de donde se desprende una de las primeras conclusiones de la conferencia: “La ruina es el alma secreta de todas las construcciones”.
En un ejercicio de observación directa, Smithson ejemplifica la dislocación del significado, el trabajo de demolición de espacio-tiempo. Nuevo tipo de visión en espiral: la que conecta la imagen de la ventana suspendida, desde la que es imposible ver desde la seguridad de un interior, sino que erosionada y desnuda por el entorno guarda una conexión invisible con la puerta del hotel, y con la que Smithson termina la conferencia y abre el postigo que da al pensamiento, a la reflexión acerca de los límites y su desaparición paulatina: vista desde el interior la puerta del Hotel Palenque abre el viaje de vuelta a la sala de conferencias.
En ese punto a medio camino entre la memoria y el olvido, recuerdo haber leído que la ironía es un camino estéril, mientras que el humor puede ser un poco más fértil a la hora de construir un discurso eficaz. El humor que algunos perciben en la conferencia reafirma la tesis de Smithson de la llamada verbalización entrópica: la risa y su poder. “El orden y el desorden de la cuarta dimensión podrían situarse entre la risa y la estructura cristalina, como mecanismo de especulación limitada”, esto parece que las culturas prehispánicas lo sabían, sólo hay que asomarse a algún museo antropológico y ver las innumerables estanterías con figurillas que adoptan las posturas más diversas pero que nunca pierden su sonrisa de piedra, la misma que sospechamos se dibujó en los rostros entre encantados e incrédulos de quienes ese día conformaron el nutrido auditorio. ~
– María Virginia Jaua
1. Antes de lanzarse, el poeta de White buildings se despidió de todos los pasajeros con destino a Nueva York.
(Madrid, 1971) es editora y escritora. Dirige la revista de crítica cultural salonKritik.net.