Viernes, 19 de abril de 1912
Me incorporé al Titanic en Belfast. Nací en Nunhead, Londres, hace veintidós años, y el pasado mes de julio pasé a formar parte del personal de radio. Antes había trabajado en el Haverford y en el Lusitania, después me pasaron al Titanic, en Belfast. No tenía mucho que hacer en el Titanic, salvo relevar a Phillips, el operador principal, desde la media noche hasta algún momento de la mañana, cuando se despertaba. La cabina del equipo de radio sin cables tenía tres habitaciones: una para dormir, en otra estaban los generadores y la otra era la sala de radio. Me desvestí y me acosté para dormir. Más tarde me desperté y escuché a Phillips que telegrafiaba a Cape Race. Interpreté lo que escribía. Eran asuntos de rutina. Recordé que él estaba muy cansado y me levanté sin vestirme, y fui a relevarlo. Ni siquiera sentí el impacto. Apenas si me daba cuenta de lo que pasaba hasta que el capitán vino a vernos. No hubo sacudida alguna.
La señal de socorro CQD
Estaba de pie al lado de Phillips, diciéndole que se fuera a dormir, cuando el capitán se asomó en la cabina: “Chocamos contra un iceberg –-dijo el capitán–. Ya mandé hacer una inspección para saber qué pasó. Prepárense para pedir ayuda, pero esperen a que yo les avise.” El capitán se fue y regresó unos diez minutos después. Afuera se escuchaba un gran alboroto, pero nada que indicara problemas. El aparato sin cables funcionaba a la perfección. “Pidan ayuda”, ordenó el capitán, asomándose apenas por la puerta. “¿Qué mensaje mando?”, preguntó Phillips. “La llamada internacional reglamentaria de socorro, nada más”, respondió el capitán, y se fue. Phillips comenzó a digitar CQD. Lo hacía con rapidez y bromeábamos mientras lo hacía. Tomábamos la catástrofe a la ligera. Bromeamos mientras mandábamos las señales durante unos cinco minutos. Entonces regresó el capitán “¿Qué mensaje están mandando?”, preguntó. “CQD”, respondió Phillips.
Bromas sobre el impacto
El humor de la situación me incitó e hice un comentario que nos hizo reír a todos, incluido el capitán. “Manda un sos –sugerí–, es la nueva llamada y podría ser tu última ocasión de mandarla.” Phillips, riendo, cambió la señal a sos. El capitán nos dijo que el golpe había sido en la parte central del barco, hacia la popa. Tardaron diez minutos, me dijo Phillips, en darse cuenta de la presencia del iceberg, pero la leve sacudida fue la única señal del impacto. Creíamos estar a una buena distancia. En los minutos siguientes bromeamos mucho. Nos comunicamos primero con el vapor Frankfurt, le notificamos nuestra posición y dijimos que habíamos chocado contra un iceberg, que necesitábamos ayuda. El telegrafista del Frankfurt fue a avisar a su capitán. Regresó y le dijimos que estábamos hundiéndonos por la proa y que se percibía una clara inclinación hacia adelante. El Carpathia respondió a nuestra señal, le dijimos nuestra posición y que nos hundíamos por la proa. El operador fue a decírselo a su capitán, volvió después de cinco minutos y nos dijo que el Carpathia se desviaría para acudir a nuestro rescate.
La situación en cubierta
El capitán ya se había ido y Phillips me dijo que fuera a decirle que el Carpathia había respondido. Lo hice, atravesé entre una multitud de personas para llegar a su cabina. En las cubiertas había una gran confusión de hombres y mujeres. Al regresar, escuché que Phillips daba más indicaciones al Carpathia. Me dijo que me vistiera, se me había olvidado que no estaba vestido. Fui a mi cabina y me vestí. Le llevé un abrigo a Phillips y, como hacía mucho frío, se lo coloqué encima mientras trabajaba. Me enviaba constantemente a llevar mensajes al capitán, sólo para decirle que el Carpathia venía hacia nosotros e informarle de su velocidad.
Telegrafista heroico
Al regresar de transmitir uno de estos mensajes vi que estaban subiendo mujeres y niños en los botes de salvamento y que la inclinación hacia adelante aumentaba. Phillips me dijo que la comunicación sin cables se debilitaba. El capitán vino y nos dijo que las salas de máquinas estaban comenzando a inundarse y que los generadores dejarían de funcionar. Avisamos al Carpathia. Salí de nuevo a cubierta a echar un vistazo. El agua estaba llegando a la cubierta. Había una gran confusión y no sé cómo podía trabajar el pobre de Phillips a pesar de todo. Era un hombre valiente. Aprendí a estimarlo esa noche y de pronto sentí por él un gran respeto al verlo desempeñar su trabajo mientras todos los demás corrían desesperados. Nunca olvidaré el trabajo de Phillips durante los últimos terribles quince minutos. Se mantuvo en su puesto mandando mensajes. Se quedó ahí unos diez minutos, o tal vez quince, después que el capitán lo hubiera liberado. El agua comenzaba a entrar a nuestra cabina. Llegaba música desde la popa, la banda del barco tocaba una pieza de ragtime,Autumn. Phillips corrió hacia la popa y fue la última vez que lo vi vivo. Fui hacia donde había visto el bote plegable en la cubierta del barco y, para mi sorpresa, ahí estaba todavía, y unos hombres trataban de echarlo al mar. Creo que entre ellos no había ningún marinero, porque no lograban descolgarlo. Me acerqué y les estaba echando una mano cuando una gran ola se abatió sobre la cubierta. Esa ola se llevó el bote, yo estaba agarrado de un escálamo y el agua me arrastró también. Cuando me di cuenta, estaba en el bote. Sí, estaba en el bote pero debajo porque se había volcado. Recuerdo que me di cuenta de que estaba empapado y necesitaba respirar, fuera lo que fuera, porque estaba debajo del agua. Supe que tenía que luchar y lo hice. ¿Cómo salí de abajo del bote? No lo sé, pero por fin pude aspirar una bocanada de aire. Había hombres a mi alrededor, cientos de hombres. El mar estaba lleno de ellos, todos con sus chalecos salvavidas.
Último vistazo del Titanic
Pensé que tenía que alejarme del buque. Era un espectáculo extraordinario. Arrojaba humo y chispas por las chimeneas. Debió producirse una explosión, pero no la escuché. Sólo se veía un gran chorro de chispas. El buque empinaba lentamente la nariz, como un pato al sumergirse. Mi único pensamiento era alejarme de la succión. La banda seguía tocando, imagino que todos los músicos se ahogaron. Son unos héroes. Seguían tocando Autumn. Entonces me puse a nadar con todas mis fuerzas. Creo que debí estar a unos cuarenta y cinco metros de distancia cuando el Titanic, de nariz, con la popa casi vertical, comenzó a hundirse lentamente. Cuando por fin las olas cubrieron su timón no se sintió la succión. Debió seguir hundiéndose suavemente. Al cabo de un rato sentí que me hundía. Hacía mucho frío. Vi un bote cerca de mí e hice un gran esfuerzo para aproximarme. Fue muy difícil y estaba solo, cuando una mano desde el boté tiró de mí y me subió a bordo. Era el mismo bote plegable y las mismas personas estaban en él. Apenas si había sitio para mí en un extremo. Me tiré ahí sin importarme nada. Alguien se sentó en mis piernas, presionándolas contra las tablas y lastimándome. No me atrevía a decirle a ese hombre que se quitara. El espectáculo era terrible, hombres nadando y ahogándose por todas partes. A lo lejos vi unas luces y supe que era un vapor que venía a socorrernos. No me importaba lo que pasara. Me quedé ahí tirado jadeando, sintiendo el dolor en los pies. Todavía lo siento. Por fin llegó el Carpathia y subieron a la gente con una escalera de soga. Nuestro bote se aproximó y nos sacaron a todos, uno por uno. Había un hombre muerto. Lo pasé y llegué a la escalera, aunque me dolían terriblemente los pies. El muerto era Phillips. Murió de frío en la balsa. Dio todo de sí antes del naufragio. Se quedó en su lugar hasta que pasó la crisis y luego se desplomó. Pero en esos momentos apenas si me di cuenta. No pensaba en nada. Traté de subir por la escalera de cuerda. Los pies me dolían atrozmente, pero subí y sentí unas manos que se extendían hacia mí. Lo siguiente que recuerdo es a una mujer que se inclinaba sobre mí en una cabina, me acariciaba el cabello y me frotaba la cara. Sentí que había alguien a mis pies y percibí el calor del licor. Alguien me cogió bajo los brazos y me llevaron a la enfermería. Amanecía. Creo que me quedé en la enfermería casi hasta la noche, cuando me dijeron que el equipo sin cables del Carpathia estaba funcionando “raro” y me pidieron que les echara una mano. Después de eso no volví a salir de la sala de radio, de modo que no sé qué les pasó a los demás pasajeros. ~
Traducción de Rosamaría Núñez