Un aรฑo antes de que Cortรฉs las hollase, el sรบbdito inglรฉs Thomas Wingfield llegรณ insolado, medio muerto de hambre y sed, flotando en un barril rodeado de tiburones, a tierras mexicanas, donde fue inmediatamente atacado por garrapatas descomunales y donde habrรญa fenecido de no ser por unos amables lugareรฑos que le untaron pomadas magnรญficas y le dieron “pescado frito, pasteles de maรญz y una deliciosa bebida caliente que luego supe se llamaba chocolate”, y luego lo trasladaron a un villorrio llamado Tobasco, donde lo baรฑaron, lo vistieron con una capa de plumas y le presentaron a las muchachas, sobre todo a una muy coqueta “de piel morena, ciertamente, pero alta, enhiesta y de muy bellas facciones” que respondรญa al nombre de Marina.
Al dรญa siguiente, claro, Wingfield estรก atado a una piedra de sacrificios donde los cabrones amables lugareรฑos se disponen a sacarle el corazรณn, sin dejar de sonreรญrle (ahรญ es cuando se da uno cuenta de que la novela es realista-socialista). ¿La conclusiรณn de Wingfield? “¡Habรญa llegado a una tierra de demonios!”
El libro se titula La hija de Moctezuma (o sea Montezuma) y la escribiรณ en 1893 el novelista Henry Rider Haggard (1856-1925), quizรกs para descansar de las decenas de novelas ubicadas en รfrica y Oriente que escribiรณ obligado por su condiciรณn de victoriano imperialista, anglicano, clasista, sexista, polรญticamente incorrecto y absolutamente genial: tramas sagaces, peripecias formidables, catรกlogo prolijo de villanos y aliados, escenarios y paisajes fastuosos. Leรญ de muchacho algunas de ellas, sobre todo Las minas del rey Salomรณn (1885), parte de la larga saga que protagoniza Allan Quatermain, prototipo del aventurero honesto y valiente, en cuyo molde habrรญan de forjarse tantos hรฉroes posteriores, reales y ficticios, de T. E. Lawrence a Indiana Jones.
Haggard se ausentรณ aรฑos de mi memoria pero lo reencontrรฉ en el sitio mรกs inesperado: un escrito de Carl Gustav Jung titulado “Concerning the archetypes and the anima concept” que estudia el lado femenino de la psique masculina (y su contrapartida, animus). En un momento de su luminoso anรกlisis, Jung escribe que en literatura ha habido “excelentes descripciones del anima y del contexto simbรณlico en que se asienta”, y pone como ejemplo “en primer lugar” la tetralogรญa She de Rider Haggard. Sorprendido (pues me esperaba a Dante o a Goethe) la leรญ y entendรญ por quรฉ lo impresionรณ de ese modo (y por quรฉ es una de las diez novelas mรกs leรญdas en la historia).
She venรญa en un paquete kindle (un dรณlar) con otras treinta novelas, Montezuma’s daughter entre ellas. Es formidable. Desde luego, Wingfield sobrevive su sacrificio humano gracias a que Marina –que descubre que le gustan los gรผeros– dice que es un teule (semidiรณs) y que hay que enviรกrselo vivo a Montezuma. La trama es vasta, victoriana e imposible de resumir. Guatemoc acude a Tobasco para trasladar al teule a Tenoctitlan y se hacen compadres; a Wingfield le parece que los caminos estรกn “mucho mรกs cuidados y diseรฑados que los que tenemos en Inglaterra”; sus descripciones de los volcanes y paisajes son exactas y hermosas; Tenoctitlan le parece “la ciudad mรกs imponente que he visto”; Wingfield acaba –como Gonzalo Guerrero y Cabeza de Vaca– convertido en indio blanco; se casa con la hija del emperador y engendra a los primeros mestizos; forma parte del grupo que esconde el tesoro de su suegro; guerrea contra Cortรฉs y describe, con รฉpica templanza, el cataclismo final (“Te veo en ruinas y desolada, oh Tenoctitlan, reina de las ciudades…”). En un giro simpรกtico, durante una batalla, Wingfield le perdona la vida a un espaรฑol que, cuando Wingfield cae prisionero aรฑos mรกs tarde, retribuirรก salvando la suya y consiguiรฉndole salvoconducto hacia Europa: ese espaรฑol es Bernal Dรญaz del Castillo, en cuyo libro habrรก de inspirarse, siglos despuรฉs, el novelista Haggard (que tambiรฉn da crรฉdito a Sahagรบn y a Prescott).
El indio Wingfield vive su peculiar mestizaje cultural entre tiranteces predecibles. El “asombroso mundo nuevo” es a la vez bรกrbaro y civilizado: sus artes, su arquitectura, sus leyes le parecen equiparables a las de Europa, “pero su religiรณn fue su cรกncer… Mรฉxico fue destruido por la abominaciรณn de sus dioses”, cuyo amor a la sangre convirtiรณ “su riqueza en desolaciรณn, su prosperidad en tormento y su libertad en esclavitud a manos de espaรฑoles que, en nombre de Cristo, violan su ley hasta extremos inconcebibles”… Nada nuevo.
En su fascinante autobiografรญa (The days of my life), Haggard dedica un capรญtulo al viaje que hizo a Mรฉxico con objeto de inspirar su novela. Fatigรณ la capital, el centro y el sureste, y estuvo a punto de morir un par de veces para convertirse “en uno de esos ingleses de la mejor clase, esa progenie galante cuyos huesos blanquean todos los rincones de la tierra”. Mรฉxico –como a casi todos los viajeros ingleses– sedujo y aterrรณ a Haggard: “dicen que las campanas de las iglesias suenan tanto en Mรฉxico porque asรญ espantan a los demonios de los cuales, en verdad, hay muchos en esas tierras, si es que los demonios existen en otro sitio que no sea el corazรณn de los hombres”…
Es un escritor, editorialista y acadรฉmico, especialista en poesรญa mexicana moderna.