Los fantasmas del deseo

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NOCTIUM PHANTASMATA

A Octavio Paz y Marie-Jo, a María y a mí, don Luis nos había invitado a cenar en su casa de la Cerrada de Félix Cuevas. En la sobremesa la conversación trataba de la actitud del cristianismo ante los “poderes oníricos”.

—Lo extraño—había dicho Octavio— es que si la Biblia desborda de sueños, en los Evangelios no se registra ninguno de Cristo. En uno de sus libros Julien Gracq dice que Breton calificaba a Jesús como un “no-soñador definitivo”.

—Es verdad —dijo don Luis—. El cristianismo y más aún el catolicismo están contra los sueños. En el Breviario Latino que de muchacho casi me aprendí de memoria (porque quería que mi padre me enviara a la Schola Cantorum) hay un himno famoso: el que comienza Te lucis ante terminum.

—¡Magnífico! —dijo Octavio—. Te lucis ante terminum: “Antes de que finalice el día…”

Todos le pedimos a Buñuel que cantara el himno.

—No —dijo Buñuel riendo—. Yo recuerdo bien las dos primeras estrofas en las que se pide la protección de Dios contra los sueños, porque los sueños llevan a la lujuria, a la polución nocturna, y abren la puerta al Demonio. Pero no me pidan que las cante, con esta voz incivil mía…

—Una voz magnífica para el latín —dijo Octavio—. Hubieras sido un divo del púlpito.

N’éxagerons rien! —dijo Jeanne de Buñuel.

—Ah, oui, oui! —dijo Marie-Jo de Paz—. Une voix magnifique!

Don Luis recitó con un tono alto y a la vez hondo que tanto valdría para la prédica como para cantar una jota aragonesa:

Te lucis ante terminun,

Rerum Creator, poscimus,

Ut pro tu clementia

Sis praesul et custodia.

Procul recedant somnia,

Et noctium phantasmata;

Hostemque nostrum comprime,

Ne polluantur corpora.

Le aplaudimos, y le pedimos que tradujera. Don Luis tradujo con ayuda de Octavio, y yo apuntaba en una libretita:

Antes de que termine la luz del día

te pedimos, Creador de todas las cosas,

que con tu clemencia

nos asistas y custodies.

Aleja de nosotros los sueños

y los nocturnos fantasmas;

Líbranos de nuestros enemigos,

para que no manchen nuestros cuerpos.

—Sí, dijo Octavio—. Noctium phantasmata. Es Freud antes de Freud. Los fantasmas del deseo, la emisión involuntaria del semen durante el sueño, la polución nocturna…

—Yo me había propuesto —dijo Buñuel— meter ese verso: Te lucis ante terminum, como un letrero de La Edad de Oro, y no recuerdo ahora por qué no lo hice. Para mí sonaba como un famoso letrero del Nosferatu de Murnau: “Pasado el puente, los fantasmas llegaron a su encuentro”.

Te lucis ante terminum y “Pasado el puente, los fantasmas vinieron a su encuentro”—dijo Octavio—. Magnífico.

Y estaba ocurriendo algo que se hubiera dicho que obedecía al conjuro del asunto conversado: por debajo de la mesa tanto León, el perrito blanquinegro de Don Luis, y una gata amarilla, que no recuerdo cómo se llamaba, competían en restregarse tierna y lujuriosamente contra las pantorrillas de todos nosotros.

(Por llevarse un recuerdo concreto, María se robó una vacía cajita de lámina con la blanquiazul marca de cigarrillos Gitanes, los preferidos de Buñuel.)

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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