Muchos somos los palindrómanos que no acertamos en cómo llamar al género de textos legibles de izquierda a derecha y vivecersa: ¿palíndromo, palindromo (sin acento), palindroma (que sería el plural), o verso sotádico, o verso jánico, o verso cáncrico, o frase capicúa, o frase retroactiva (como lo llamaba Antonio Alatorre) o… qué?
Pero, problemas de etiquetación y remilgos léxicos aparte, muchos también sabemos, por propia experiencia de desvelados, que quien por azar o intencionalmente pergeña un primer palíndromo ya queda enfermo de palindromanía y expuesto a las eventuales angustias del jugador en esa inmaterial ruleta del azar en la que se juegan las palabras y las letras. Por ejemplo: si uno va conduciendo su automóvil y al ver pasar una ambulancia con el letrero Seguro Social descubre que eso, invertido, da la frase “laicos o ruges”, se expondrá a un accidente por devanarse los sesos tratando de extender la frase para que resulte algo como un palíndromo con algún sentido. Y qué decir cuando intentamos una frase capicúa y nos brota el pronombre relativo que, con el cual, por mucho que nos atareemos en el desvelo, habremos de quedar derrotados en la madrugada (y hasta ahora no sé si alguien ha logrado algo con la más ruda, reiterada y nada fluida palabra de nuestro idioma). Qué decir de cuando tras un largo desvelo creemos al fin haber obtenido un verso sotádico genial y viene un amigo bien enterado (y quién sabe si bien intencionado) a decepcionarnos avisándonos que es de los más frecuentes y del sonso estilo de aquellos que ponen a Anita a lavar eternamente la tina y al abad a tener sometida a la pobre zorra a una perpetua dieta de arroz insípido. Y qué decir del sonrojo que nos da cuando nos enteramos de que en una fiesta, que fue una orgía palindrómica, a tan fino e ingenioso escritor como Augusto Monterroso se le ocurrió aquello de:
“¡Acá, caca!”.
Pero hay palíndromos de mago, de virtuoso, de poeta, y hasta de algún ser angélico o diabólico que acapara las tres excelencias. Van aquí ocho jánicas alhajas de muestra y acreditadas a sus autores, todos ellos de lengua española:
“Are cada Venus su nevada cera” (de Juan José Arreola).
“Atonal trazó Mozart la nota” (de Rubén Bonifaz Nuño).
“Si no da Amor alas, sal a Roma, Adonis” (de Carlos Illescas).
“Átale, demoníaco Caín, o me delata” (de Julio Cortázar).
“¡Río, sé saeta! Sal, Sartre, el leer tras las ateas es oír” (de Enrique Alatorre).
“Leí, puta, tu piel” (de Darío Lancini).
“Somos laicos, Adán, nada social somos” (de Miguel González Avelar).
“Sé mamón… o no mames” (de Carlos Marín).
Inventor del género del falso palíndromo resultó el erudito poeta nicaragüense Eduardo Mejía Sánchez, de quien Monterroso (en su ensayo sobre palindromía titulado “Onís es asesino”) recuerda que dijo a propósito de que otra vez don Alfonso Reyes se quedaba sin el sublime premiazo de las Letras:
“Alfonso no ve el Nobel famoso.”
Lo cual si bien suena verdadero en su contenido, delata su falsía como palíndromo en cuanto lo ponemos por escrito.
Y ahora, atención: se debe reconocer (palabra palindrómica) a los próceres que han intentado los más largos textos capicúas. Digamos que el escritor Georges Perec tiene una larga novela de a saber cuántos cientos de páginas y toda ella es un palíndromo. Esto es posible porque el gran maestro del Oulipo (Ouvroir de Littérature Potentielle, o sea: Taller de Literatura Potencial) era un titán del juego verbal, pero no puedo reproducir esa proeza por razones obvias de espacio y porque aquí debo reducirme a tratar solamente de casos de la lengua española, entre los cuales los dos más notables serían los que vendrán a continuación.
En 1974 y en la revista mexicana Vuelta, dirigida por Octavio Paz, el poeta Gerardo Deniz publicó el siguiente palíndromo dialogado entre un romano y un malayo en plan de confidencia erótica (y hacia el final con una réplica en francés que significa “yo voy a mi boda”):
“—Allá, con amor se adobará.
—Ríome: ¡con amasia, vejete!
—Voy a podar elote. Hoy ya será toda mía.
—¿Toda? Ni Max…
—Esa hetaira me va a… remar.
—O sea…
—¡Yo voy a la moda, sí!
—¿Vas a Hanoi?
—Carolina ya me ama. Dime sólo, ¿no será mala, calamar?
—Eso no lo sé. Mi dama Ema ya ni lo raciona.
—¿Has avisado?
—Malayo, voy a eso.
—¡Ramera!
—¡Ave María! ¿Te has examinado?
—¡Taimadota, res!
—Ay, yo he tolerado, payo, vete.
—Je vais a ma noce, moi.
—Rara boda es…
—Romano, ¡calla!”
Un año después, Darío Lancini, en su libro de título jánico: Oír a Darío (Monte Ávila editores, Caracas, 1975), nos dio un hiperpalindroma teatral de varios personajes dialogantes y más de mil doscientas palabras, el cual tampoco reproduzco por ser demasiado largo para los espacios de estos blogs. En cambio, vaya como final broche de oro el siguiente lanciniano poema en prosa de 74 palabras con marineros y un cosaco:
“LA MAR. Ah! El anís es azul al ocaso. Claro, la canícula hará mal. Alejábase bello sol.¡Sumerge la usada roda! A remar. ¡A La Habana, bucanero Morgan! Oleaje de la mar…¡Al remo! ¡Corre! Playas… Ay, al perro comer la rama le deja el onagro, morena cubana.¡Bah! A la ramera adorada su alegre muslo Sol le besa. ¡Bajel a la mar! ¡Ah! Alucina calor al cosaco. La luz asesina le hará mal.”
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.