Más sentido del humor, menos pretenciosidad

Cualquiera que intente escribir historias hoy en día puede aprender más de Seinfeld que de muchos escritores contemporáneos.
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Cuando tenía veintitantos años gané una beca para estudiar un diplomado en literatura dramática en el Centro de Capacitación para Escritores de Televisa San Ángel. Por entonces yo creía que escribir para la televisión, aunque fuera Televisa, podría ser una forma digna de ganarse el sustento. No me arrepiento. Aprendí mucho gracias a algunos de los mejores maestros que he tenido. Leí con atención a los trágicos griegos, a Aristófanes, a Shakespeare, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Ibsen, Chéjov, etcétera. Alguien dentro de la empresa (un ejecutivo entusiasta) había tenido la buena idea de que un joven escritor de televisión adquiriera el conocimiento que no es necesario para escribir una telenovela.

Una de mis asignaturas favoritas en el segundo semestre se llamaba Comedia, aunque más bien debió llamarse Sitcom. Nuestro profesor era un hombre gracioso y melancólico que había estudiado en los Estados Unidos, y conocía todas las sitcoms norteamericanas al revés y al derecho. A mí me caía bien porque una buena parte de mi infancia y adolescencia las pasé mirando esta clase de programas. A lo mejor no había sido tiempo malgastado, pensaba, si podía ganar algo de dinero con eso. Ahí aprendimos toda clase de fórmulas para escribir chistes y preparar “situaciones”.

Cuando terminó el semestre y todos aprobamos, el profesor nos dijo, con amargura:

— Ahora olviden todo lo que acaban de aprender, porque en esta empresa la única comedia que les interesa es Cero en conducta de Jorge Ortiz de Pinedo.

Ahora bien, en este país gran parte de la comedia televisiva proviene de Roberto Gómez Bolaños Chespirito, y el programa de Ortiz de Pinedo era más bien un plagio de uno de los sketches de El chavo del ocho: un profesor gruñón e inepto, adultos vestidos como niños, malos chistes y, a diferencia del humorismo blanco de Bolaños, sexismo y doble lenguaje. La comedia mexicana en su gran mayoría siempre ha sido tan mala que no es casualidad que en The Simpsons se le parodie constantemente en la figura de Bumblebee Man (el Abejorro). Con todo, cuando vi un letrero en una de las oficinas de los estudios —“Se buscan escritores de comedia”—, llevé una muestra de mi trabajo, esperando encontrar empleo. Nunca me llamaron. Esa fue mi (muy) breve carrera como escritor de comedia.

Nuestro profesor había intentado, en balde, durante el tiempo que trabajó en la empresa,  realizar un proyecto de sitcom que fue incomprendido por los ejecutivos; creo que se produjo un programa piloto. Según la lógica de las televisoras en México solo hay espacio para la comedia soez, aunque existe una aberración peor: aquella que intenta imitar al sitcom norteamericano (The Nanny, Who's the Boss). Nuestro profesor era un gran admirador de El show de los Polivoces y creía que ese era el paradigma que debía seguir la comedia mexicana. Yo estoy de acuerdo con él, nada más burdo que una mala imitación.  

Recuerdo todo esto porque hace unas semanas mi ex vino a traerme una caja repleta de DVDs, muchos de los cuales yo le regalé cuando estuvimos juntos. La razón es que estaba por mudarse a Madrid y no quería cargar con ellos.

—Ya todos los puedo ver en internet —me dijo.

Entre muchas otras cosas estaban algunas temporadas de The Simpsons, The Wire y dos de Seinfeld (la tercera y la novena), así que pasé los días feriados mirándolas de nuevo. Encontré que la tercera temporada de Seinfeld había perdido algo de perdurabilidad, mientras que la novena seguía siendo actual, e hilarante. Ahora bien, para muchas personas existe una especie de antagonismo entre la cultura popular, o la cultura de masas, y la llamada alta cultura. A mí no me interesa hacer una distinción entre ambas. Me gusta mirar Seinfeld como se lee un libro, analizar la manera como funciona cada capítulo, se desarrollan las situaciones y los diferentes tipos de humor que se manejan. Me gustan también leer a Dostoyevsky. Con esto no quiero decir que Seinfeld tenga algún tipo de influencia directa en lo que yo escribo. El humor en la literatura funciona de una manera muy diferente, muchas veces no es situacional sino que se queda en el lenguaje, en la manera como se describe algo; a veces es solo un guiño del autor lo que nos hace sonreír. Creo que el mejor humor escrito es aquel que sale natural. Yo muy pocas veces he intentado escribir chistes de manera planeada, usando los trucos que aprendí en la escuela y que solo sirven para escribir sitcoms. Una prueba irrefutable de cómo funciona el humor en la literatura de la manera natural es nuestro Jorge Ibargüengoitia. Pensaba en muchas de estas cosas, y más, el día 31 de diciembre, mientras miraba la temporada número nueve de Seinfeld. Vi por lo menos ocho episodios al hilo y no pude parar de reír. Luego escribí esto en Twitter: “Se puede aprender más de narrativa con un capítulo de Seinfeld que leyendo a la mayoría de los escritores que aparecen en las mejores listas del año”. ¿Cuántas veces no hemos intentado leer la novela de un joven escritor, pero no podemos seguir adelante con ella, precisamente porque intentaba imitar a James Joyce? (Un bocado demasiado grande para él) Muchas novelas publicadas en este país son para mí infumables. Y la causa de esto, según mi humilde opinión, es algo llamado pretenciosidad. Hace poco leí la biografía de Molière que escribió Bulgákov: resulta que el primero siempre quiso ser un grandilocuente escritor de tragedias, pero era realmente malo.

Tal vez suene demasiado polémico, pero cualquiera que intente escribir historias hoy en día puede aprender muchas cosas más de Seinfeld que de muchos escritores contemporáneos; esto si desde un principio se entiende que la literatura tiene un lenguaje muy diferente al de la comedia de situaciones. Con esto no estoy diciendo que se pueda escribir sin leer libros. Es imposible, es necesario leer mucho, pero también es importante no depender solo de ellos —Hemingway decía que había que buscar inspiración en todo—, pues se pierde el contacto con las situaciones cotidianas: la base para la escritura. Muchos recordarán el episodio de Seinfeld donde toda la acción ocurre mientras esperan turno para entrar en un restaurante chino; o cuando los protagonistas se pierden en un estacionamiento (¿quién no ha extraviado su coche de esta manera?). La obra maestra, casi avant-garde, es el episodio ocho de la temporada nueve (Seinfeld 9:8), en donde los protagonistas viajan a la India a una boda. Su peculiaridad reside en que está contado al revés, como “Viaje a la semilla” de Alejo Carpentier. Al paso de las años me irrita particularmente la voz y el acento neoyorquino de Jerry Seinfeld; Cosmo Kramer ya no me divierte tanto; Elaine está bien; George es mi favorito, me identifico con él, aunque no soy tan mala gente. Guardando las distancias, escritores como Chéjov también se nutrían de situaciones parecidas, mismas que eran el reflejo de una época y de la clase media rusa durante la segunda mitad del siglo XIX. Al principio de su carrera Chéjov mismo no se consideraba sino un humorista, y firmaba sus escritos Antosha Chejonte. Por donde quiera que yo voy por esta ciudad no veo sino situaciones absurdas que podrían estar en un sitcom o en una buena historia. Así que, por favor, más sentido del humor y menos pretenciosidad.

 

 

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Vive en la ciudad de México. Es autor de Cosmonauta (FETA, 2011), Autos usados (Mondadori, 2012), Memorias de un hombre nuevo (Random House 2015) y Los nombres de las constelaciones (Dharma Books, 2021).


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