Entre 1976, año de su descubrimiento, y 2012, el virus del Ébola generó no menos de 20 brotes epidémicos, la gran mayoría de ellos en comunidades rurales de Congo, Gabón, República Democrática del Congo, Sudán y Uganda. Estos brotes produjeron menos de 300 muertes y todos se pudieron controlar. Además, salvo por dos casos de contaminación accidental en laboratorio, este virus no había producido ningún caso de enfermedad fuera de África. Sin embargo, el último brote de enfermedad por el virus del Ébola (EVE), que surgió en marzo de 2014 en tres países de África occidental, no ha podido contenerse y ha causado la muerte de más de 4400 personas. Por lo menos 15 casos se han tratado fuera de África, en su mayoría trabajadores de la salud contagiados que fueron trasladados a su país de origen para su tratamiento. Cuatro casos más se han diagnosticado fuera del continente africano, uno en España y tres en EUA. “Algo que se puede controlar”, dicen Ranu Dhillon y Jeffrey Sachs, “hoy está fuera de control”.
El virus del Ébola, hasta hace poco ajeno y lejano, empieza a tocar las puertas de Occidente, causando temores extremos y reacciones irracionales. Ahora aparece como un miasma en expansión cuyos venenos transportan los migrantes y viajeros procedentes de África occidental, la gran mayoría de ellos, pobres y negros. Y la demanda ciudadana a las autoridades sanitarias y los ministerios del interior no se ha hecho esperar y ha sido la misma en Brasil, España y Estados Unidos: “Aislémonos de la fuente de esta nueva peste. Cerremos puertos, fronteras y aeropuertos, que no hay vacuna ni tratamiento contra este misterioso mal”.
En contra de lo que señala la prensa amarillista, las causas de la persistente diseminación del EVE han sido bien identificadas y se cuenta con medidas de salud pública efectivas para contener esta epidemia. Estas medidas, por cierto, no incluyen el abandono a su suerte de los países afectados. De hecho, las posibilidades de control de este nuevo brote dependen de la disposición de los países ricos a mantener abiertas las vías de comunicación con el África occidental y escalar sus esfuerzos de apoyo a Guinea, Liberia y Sierra Leone.
Son tres las principales razones por las cuales esta epidemia no ha podido controlarse. En primer lugar, los brotes pasaron del medio rural, en donde el virus no tiene posibilidades de diseminarse masivamente, a ciudades de tres naciones que no habían tenido experiencias previas con la EVE.
En segundo lugar, los brotes aparecieron en países extremadamente pobres que no cuentan con los recursos humanos (médicos y enfermeras), materiales (equipos de protección, medios diagnósticos, medicamentos y otros insumos) y físicos (clínicas y hospitales) para implementar una adecuada estrategia de control, que consiste en el diagnóstico temprano, el aislamiento de los casos y los contactos, y el tratamiento de las personas afectadas. Liberia y Sierra Leone, por ejemplo, contaban, antes de la epidemia, con tan solo 90 y 136 médicos, respectivamente.
Por último, la reacción de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la agencia de la ONU encargada de responder a este tipo de emergencias, fue tardía (el brote se declaró ‘emergencia de salud pública global’ hasta el 8 de agosto), lenta e insuficiente, en parte debido a una falta de recursos producto de recortes recientes por más de 600 millones de dólares a un presupuesto de por sí insuficiente.
Hay por lo menos cinco mensajes claros que nos está enviando esta nueva contingencia global:
1. Hay en el mundo actual un nivel de interconexión e interdependencia enorme y creciente que hace inevitable la diseminación transfronteriza de muchas enfermedades. El SARS, la gripe aviar y la EVE son realidades con las que debemos aprender a convivir.
2. Ningún país en el mundo está en condiciones de enfrentar por sí solo las pandemias. Por lo tanto, resulta indispensable fortalecer la cooperación internacional en materia de vigilancia y control de enfermedades infecciosas.
3. Las respuestas a las emergencias epidemiológicas deben ser oportunas, suficientes y coordinadas. Esto exige el fortalecimiento de la capacidad y agilidad de reacción del organismo mejor capacitado a nivel global para responder a estas contingencias, que es la OMS, cuya área de respuesta a emergencias de salud globales deberá robustecerse sin miramientos.
4. La estigmatización de las víctimas de las epidemias, lejos de contribuir a solucionar las emergencias sanitarias, las ahondan. El miedo a ser relegado socialmente hace que muchas personas en riesgo no se sometan a vigilancia y pruebas de detección, obstaculizando con ello los esfuerzos de prevención y control.
5. En la actualidad se cuenta con sofisticados sistemas de información y medidas de salud pública que permiten controlar la gran mayoría de los brotes epidémicos, aún en ausencia de vacunas y tratamientos específicos. No debemos dejar que las posturas alarmistas generen ambientes de zozobra que complican la solución de los problemas.
Todavía estamos en condiciones de evitar una catástrofe de consecuencias inimaginables. De acuerdo con un artículo publicado la semana pasada en The Lancet, una de las revistas médicas más prestigiosas del mundo, estos brotes de EVE podrían controlarse en seis meses en Liberia y Sierra Leone, y en un tiempo mucho menor en Guinea. Todo depende de que las naciones desarrolladas multipliquen sus esfuerzos para generar una respuesta coordinada, integral, de base amplia y suficiente que nos permita anticiparnos a la evolución de esta dramática epidemia.
Investigador del Centro de Investigación en Sistemas de Salud del Instituto Nacional de Salud Pública.