—Un día nací muerta y puse en peligro nuestra especie
que me aguardaba en la espera.
—Un día nací muerta y por un efecto del espacio en el instante del alumbramiento
también nacía mi enemigo, vivo como los dominios.
—Se mecía en un jardín donde todo lo demás permanecía inmóvil. Pronunciaba
con sonidos de bisagra: tú.
—Yo lo escuchaba con el pensamiento de las noches. Despertaba en mí un sentido binario, una hipótesis demandante y primigenia: la grave desgracia puesta en el sí,
el bullicio soleado puesto en el no.
—Comprendí entonces que no habría división en los sistemas de entrada y de salida:
un alumbramiento es una curva dolorosa.
—Un alumbramiento regresa a su punto de partida
con el impulso contraído de la parábola.
—
—Nací muerta entre las manadas de la huida. El estruendo de las migraciones
me hacía despertar.
—Mi nacimiento es la antesala de los llanos donde mi madre espera. Muerta
igual que las manadas que se abren paso el día de mi muerte; viva
como el estruendo de la ira donde nace el peligro.
—Mi enemigo son las manadas abriéndose paso en el continente.
—Mi enemigo es alguien que me ama. Dice tú balanceando el sonido.
—Nací muerta.
—Puse en peligro a la especie, la iluminación después del parto.
—Nací muerta, con la disposición del no puesta en bullicio; con la alineación del sí en la desgracia de un adversario
que soy yo, que son las manadas que me aman.
—Manadas robustas espoleando la muerte de los nacimientos. Manadas.
—
—Hordas nuestras de elefantes.
Nuestras hordas
¿Recordaste algo nuestro, sueño impuro
o a fuerza de repetirlo diez, cien veces
quedó horadado,
sin posibilidad?
(La niebla de tu sueño dice sí
en la enfermedad, la niebla de mi sueño dice no
en la persecución, la niebla de tu sueño). ~