En Río de Janeiro hay más de mil favelas. Según el secretario de Seguridad Pública de la ciudad, José Mariano Beltrame, el narcotráfico opera en por lo menos 420. Entre 2006 y 2007 yo viví en Río, en el bohemio barrio de Lapa, y una vez allí tuve oportunidad de conocer bien las dos más célebres: Rocinha y Cidade de Deus. Lo que vi en ambos enclaves, que juntos reúnen unos 200 mil habitantes, es que los favelados no temen ni desprecian tanto a los delincuentes como a la policía y a las cámaras de la televisión. A la policía, porque cuando entra a sangre y fuego no distingue entre criminales e inocentes. Y a las cámaras televisivas, porque en general solo aparecen para mostrar el lado negativo del lugar, como si en sus rincones y callejuelas apenas hubiera cocaína, sicarios y armas a granel. A mí me consta que las favelas no son en absoluto fábricas de delincuentes. Cifras recientes respaldan esa afirmación: en el operativo de noviembre pasado en el Complexo do Alemão, O Globo y otros medios hablaron de 500 narcotraficantes refugiados en la cima del morro. Muchos de ellos provenían de una barriada vecina, la de Duque de Caxias, donde habían quemado coches antes de enfrentarse con la policía. La cantidad impresiona y, ciertamente, es propia de un ejército. Pero vista dentro de su contexto remite a una minoría, armada y peligrosa pero minoría al fin, ya que en el Alemão viven casi 250 mil personas. La acción militar, que convocó a 2,600 policías, helicópteros, tanques y elementos de la Armada y la Marina, atacó a la quinta parte del 1% de la población del Complexo, que une a trece favelas próximas al aeropuerto internacional.
Suponer que las favelas son sinónimo excluyente de crimen organizado es tan erróneo, o al menos ingenuo, como creer que en el combate al narcotráfico hay dos bandos. “La pregunta sobre qué debería hacer la policía de Río para vencer al tráfico de drogas implica una polaridad que no existe”, escribió Luiz Eduardo Soares, ex coordinador de Seguridad, Justicia y Ciudadanía en el estado de Río de Janeiro (1999-2000) y ex secretario nacional de Seguridad Pública (2003) en su blog. En palabras de Soares, “hoy la mayor prioridad es lograr que la policía deje de traficar y de asociarse con los delincuentes”. En la construcción de un sentido común basado en la (según Soares, falsa) polaridad “policías versus bandidos”, aquellos mass media tan temidos por los habitantes de Rocinha y Cidade de Deus criminalizan a los favelados e ignoran que la solución al problema multidimensional del narcotráfico depende, entre otras cosas, de una reforma policial capaz de refundar la institución. En ese relato de “buenos” que no son tales contra “malos” que en realidad no están solos, una victoria militar como la de fines de noviembre en Alemão supone el principio del fin del imperio criminal. Sin embargo, quedan latentes algunas preguntas incómodas: ¿qué se gana con tener más y más narcotraficantes presos, cuando los propios miembros del Comando Vermelho (los narcos detenidos en Alemão) han demostrado ya que, unidos a elementos del PCC (Primeiro Comando da Capital), pueden sembrar el terror en Río y São Paulo aun desde sus celdas? ¿Y cómo se piensa recuperar las otras 419 favelas donde actúan los criminales?
Una respuesta tentativa a algunos de estos interrogantes ha sido la creación de las UPP (Unidades de Policía Pacificadora), nuevo cuerpo policial que el gobierno carioca ya instaló en doce favelas. Las UPP cumplen una función mixta de servicio social y prevención del delito, pero en las últimas semanas comenzaron a usar porras y gas irritante. Ese aparente exceso en sus tareas habría sido el motivo detrás de la reacción beligerante de los narcos vecinos a Alemão, que días después ocasionó la consiguiente represión y victoria militar de la policía a finales de noviembre. A su manera, las UPP constituyen el primer intento del gobierno de izquierda a la hora de crear un modelo policial alternativo al desarrollado por la dictadura militar. En esa línea, Soares, el abogado André Batista y el ex policía Rodrigo Pimentel recuerdan en su libro Tropa de Elite que, una vez en el gobierno, la izquierda siente que la policía es un tabú (“como si definir y proponer un papel positivo para la policía fuese rendirse necesariamente a un discurso conservador”) y, en la acera de enfrente, la derecha “siempre se sintió confortable con la solución dictatorial: la seguridad pensada y estructurada en defensa del Estado, no de los ciudadanos”. Entre la falta de voluntad política de la izquierda y la “mano dura” ciega de la derecha habrían crecido la corrupción, la ineficiencia y la falta de legitimidad de quienes deberían hacer cumplir la ley. Es la historia que narra la película Tropa de Elite (2007, y basada en el libro antes citado) de José Padilha, donde los miembros de la BOPE (Batallón de Operaciones Policiales Especiales) advierten que, dentro de ese paisaje, la honestidad a rajatabla es imposible. La segunda parte de Tropa de Elite se estrenó en septiembre pasado y muestra que el enemigo no son los narcotraficantes favelados –como en la primera– sino las milicias parapoliciales. Con la mira puesta en el Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016, da la impresión de que en las calles y las favelas de Río ya se vive una impredecible Tropa de Elite III. ~
(Argentina, 1967) es cronista y DJ. Es autor de Extranjero siempre (Almadía) y del blog Guyazi (www.guyazi.blogspot.mx).