Mรกs de una vez me he preguntado por quรฉ, entre los autores que llegaron โlos niรฑos devorรกbamosโ a mis fauces: Andersen, Lagerloff, los Grimm, La Fontaine, Perrault, Verne, Beecher Stower, Mark Twain, Defoe, Swift, Dickens, Carroll, De Amicis, Collodi, etc., nunca apareciรณ Salgari. ยฟFue accidente o casual arbitrariedad que ninguna de sus obras haya merecido sumarse a una biblioteca bastante nutrida, porque incluyo los prรฉstamos de diversas fuentes que venรญan a prepararme el paladar?
No todo lo que me llegรณ era irreprochable y libre de virus. ยฟPor quรฉ Barba Azul, ese M. Verdoux avant la lettre, con sus llaves sanguinolentas, por quรฉ los niรฑos abandonados en los bosques y las madrastras terrorรญficas, y Salgari nunca? ยฟY por quรฉ, ya adolescente, nunca transgredรญ esa censura? Quizรกs sospechรฉ que mi gusto por ciertas fantasรญas, satisfecho por lord Dunsany, cierto Hudson o Las mil y una noches, no lo serรญa por รฉl, cuyas aventuras parecรญan de otra naturaleza. Pero una desinformaciรณn no planeada termina por interrumpirse. En algรบn momento, encontrรฉ en Fernando Savater un paralelo entre Sandokan y Nemo, que entrando en un divertido delirio de aproximaciones, fabulaba un parentesco o reencarnaciรณn โya no lo tengo claroโ entre ambos รญdolos. Claudio Magris en alguna ocasiรณn y desde algรบn punto de las islas salgรกricas lanzรณ una bengala de advertencia sobre el โpequeรฑo gran estiloโ de nuestro veronรฉs. Fortalecรญ mi propรณsito de adquirir nociones responsables al respecto. Pero, en cuanto a lecturas, nunca me he resistido al buen margen que gobierna el azar. En este caso, me deparรณ un รบltimo libro de mi desatendido รฉpico, en reciente, impecable ediciรณn milanesa, entre los paรฑales de un nutrido prรณlogo de Roberto Barbolini (โCapitan Salgari e gli hackers de la Malesiaโ) y una conclusiรณn de Vittorio Orsenigo, director de la colecciรณn Le Melusine, referida a las peculiares exclamaciones que el autor pone en boca de algunos personajes. Y, aclarando que no voy a aventurarme por el resto del archipiรฉlago, me concentro en las 400 pรกginas y pico de Le straordinarie avventure di Testa di Pietra.
Esta vez estamos lejos del mundo mediterrรกneo y sus habitantes peligrosos, pero no cabe esperar un salto en el vacรญo. Cabeza de Piedra, aunque viejo bretรณn, es un leal luchador en pro de la independencia americana y debe hacer llegar al fuerte Ticonderoga unas cartas de Washington que advierten sobre un ataque inglรฉs inesperado. Tambiรฉn ha sido pirata (las maรฑas literarias no se pierden asรญ como asรญ y Salgari no desperdicia esos conocimientos de las cosas del mar por los cuales usurpรณ un tรญtulo de capitรกn). Por las vueltas de un argumento sometido a la ley de gravedad, librarรก un duelo a muerte contra un cacique, y al triunfar quedarรก convertido en el sakem de los mandanos y heredarรก (sin ningรบn provecho) sus doce esposas. Lo rodean subordinados pintorescos y algunos traidores y enemigos que terminan poniรฉndose de su parte. โLas ardientes arenas del desiertoโ son reemplazadas por nieve, bosques infinitos infestados por tribus enemigas unas de otras y (algo sabรญa Salgari de la historia de Occidente) manejadas a su conveniencia por โhombres blancosโ. La Historia da cierta verosimilitud a su historia. Literatura para adolescentes, no falta el drama sentimental: dos hermanos, hijos de distintas madres, tienen distinta nacionalidad, la guerra los enfrenta, se enamoran de la misma mujer, uno es malo y desea raptarla y como โDios ayuda a los malos cuando son mรกs que los buenosโ, de cuando en cuando lo logra. Cabeza de Piedra, obviamente del lado bueno, interviene en la รบltima reconquista. Emilio Salgari es prudente y no habla de lo que ocurre en esos espantosos parรฉntesis en el idilio bรกsico.
Salgari, al menos aquรญ, es lineal. Le es ajena la astucia de un Dumas, capaz de prever una cambiante retaguardia de sorpresas, que nos impide olvidar a los personajes de un capรญtulo mientras atendemos a los que trabajan en otro, arrastrรกndonos en un sistema de cremallera ascendente hasta el desenlace al que queremos llegar y no llegar (por favor, permรญtanse la delicia de releer Los tres mosqueteros). Salgari, a lo sumo, deja perdido a un personaje lateral para hacerlo reaparecer cuando ya, francamente, nos importa un comino.
Sin embargo, no abandonamos al tozudo Cabeza de Piedra a su hirsuto destino. Su propia vida le dicta a Salgari la imagen de รฉste, la que salva a su personaje: como รฉl, รฉste es viejo y la vida no le da descanso. Se fatiga, resopla, repite todo el tiempo sus absurdos juramentos, que aislados e hilvanados constituyen la grotesca letanรญa de la momentรกnea derrota. Aun frente a รฉsta, no olvida los remotos triunfos juveniles, por lo cual, uno de sus jรณvenes secuaces no pierde ocasiรณn de burlarse de รฉl, aunque lo respete y lo obedezca. Pero Salgari no apuesta tanto sobre su sabidurรญa โel nombre elegido lo dice todoโ como sobre su inverosรญmil fortaleza, irrealidad extraรฑa en un personaje que nunca olvida que sus personajes comen y beben con gusto, y los hace transportar desde salames hasta exรณticas carnes frรญas de oso. El clamor de โbirra, birraโ, cerveza, define a dos de sus auxiliares alemanes. Salgari tambiรฉn sabe que el drama requiere un respiro para que los muchos desastres que el argumento acumula, no agobien del todo a su lector, mientras รฉl, tambiรฉn irracional, sigue adelante en su batalla hacia el final, buscando el agobio definitivo, la muerte.
El siglo XIX todavรญa estaba indefenso contra la sรญfilis y sus consecuencias, una de las cuales puede ser la locura. El padre de Salgari se suicidรณ, su mujer enloqueciรณ. La triste historia de Emilio se cierra con final truculento: se abre el vientre con un cuchillo, en un harakiri sin refinamiento ni auxiliares (para nada Mishima). Despuรฉs se matarรญan sus dos hijos, con varios lustros de distancia. Sin duda, el trabajo desesperado de llenar pรกginas, una novela tras otra, para sostener a su familia, fue excesivo para alguien que un dรญa se habรญa soรฑado hombre de mar, quizรกs con aventuras reales. Deja una carta terrible a sus dos editores sucesivos, en la que los acusa de haberlo despellejado y de las miserias de su familia y dispone que, de lo mucho que les ha hecho ganar, paguen su entierro. Y concluye: โLos saludo partiendo la plumaโ. Si pensamos que, en Italia, todavรญa hoy, Salgari es tenido por el maestro de la novela de aventuras y el cine no lo ha ignorado, su esclavitud de escribiente resulta mรกs injusta.
Un poema de Bartolo Cattafi, โPara despedirmeโ, parece nacido de ese final: โDespuรฉs de tantas palabras/ algo concreto:/ aguda, puntiaguda,/ temblorosa y firme,/ buena para pergamino, para papel estraza,/ seca, mojada/ de tinta verdebilis,/ blancoesperma,/ esta pluma mรญa/ te la tiro a la caraโ.
Aunque puede ser ingrato tener que explicar el suicidio de un escritor de libros juveniles a un lector, no creo que esa derrota final lo excluyera de entre los autores formativos. Sospecho mรกs bien una obediencia rutinaria a ciertos temores pedagรณgicos ante la posible inoculaciรณn del virus de la aventura. Tambiรฉn sospecho temores hereditarios en los genes familiares: sin duda mi abuelo casi palermitano absorbiรณ en su infancia las terribles historias de piratas, esos astutos depredadores que vigilaban las salidas de los puertos y marcaron la difรญcil historia siciliana. En un bello poema de Lucio Piccolo, el primo de Lampedusa, siciliano como รฉste, la escena, detenida como un cuadro, contiene la amenaza latente del pirata que, al fondo, enarbola como bandera la falda de alguna raptada.
Pirata, experiencia, aventurarse (peirรกn) estรกn etimolรณgicamente relacionados. Quizรกs lo supiera Salgari, que hace que sus personajes se concentren en ese eje, mรกs cerca de las sangrantes vicisitudes del pequeรฑo vigรญa lombardo que de Pinocho. (Sospecho que el muรฑeco tiene mรกs porvenir que ambos). Pero, si bien aquel tipo de piraterรญa no prosigue o prosigue transformado โquizรกs alguno recuerde el barco pirata que ante las costas inglesas imponรญa, dรฉcadas atrรกs, sus trasmisiones de mรบsica pirataโ, siguen existiendo los novelistas nรณmadas como Cees Nooteboom o Chatwin, que tienden un puente de viajes del siglo XX al XXI, no siempre sin riesgos.
Todavรญa una รบltima vicisitud, esta vez una disputa en torno a la pronunciaciรณn de su nombre, mantiene a don Emilio en una actualidad en la que nunca sabremos si รฉl confiรณ: mientras sus conciudadanos pronuncian su apellido, que alude a un saucedal, de modo llano, como en espaรฑol, el resto de Italia, no se sabe porquรฉ, optรณ siempre por el โSรกlgariโ, al que muchos estรกn aferrados como a una fe adolescente. Puristas y tradicionalistas se fruncen el ceรฑo por un acento mal o bien puesto y aseguran que el autor siga vigente. ~