En el transcurso denso de la tarde
ha habido sólo cosas: un reloj,
la lámpara, el jarrón, un cenicero,
un cuadro azul y unas fotografías,
las baldosas oscuras junto a un rayo
de luz, la mesa y flores de papel
cegadas por el polvo.
Lentamente
han alzado su muda voluntad,
su firme espíritu de objetos sabios,
para añadir al aire de esta estancia
el brillo coagulado de su ser,
invitados a gobernar el tiempo,
a prescindir de mí
mientras los miro ausente.
Sólo cosas,
pero en su rara cumbre sin palabras.
Y de esa cumbre caen
en el preciso instante en que las nombro;
respiran en mi aliento
y se anudan a mí.
El nombre desdibuja lo que en ellas
adoptó un rostro exacto;
el adjetivo ahoga su esperanza
de ser las mismas siempre
(al matizar un nombre, sin que pueda evitarse,
se inaugura un sendero que va hasta lo distinto).
Ah la imposible escena de las cosas
exentas de esa luz que alumbra en mí
el sentido del mundo y su fervor,
la posibilidad, la certidumbre. –