Tres ficciones de la Guerra de Independencia

A propĆ³sito del texto de Fernanda SolĆ³rzano ā€œCine histĆ³rico: diĆ”logo con el pasadoā€, el autor hace algunos comentarios sobre la precisiĆ³n histĆ³rica de producciones que vieron la luz en el Bicentenario de la Independencia.Ā 
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A propĆ³sito del texto de Fernanda SolĆ³rzano “Cine histĆ³rico: diĆ”logo con el pasado”, publicado en el nĆŗmero de junio de Letras Libres, me pareciĆ³ Ćŗtil compartir algunas observaciones factuales sobre las producciones de este tipo que vieron la luz como parte de la celebraciĆ³n del Bicentenario de la Independencia de MĆ©xico en 2010. Esta conmemoraciĆ³n fue propicia para la realizaciĆ³n de un buen nĆŗmero de documentales para la televisiĆ³n abierta y restringida, series dramatizadas, obras de teatro, pelĆ­culas y filmes animados ambientados en aquella etapa fundamental de la historia de MĆ©xico. No menos de seis importantes actores mexicanos —DemiĆ”n Bichir (Hidalgo, la historia jamĆ”s contada), Gustavo Ganem (Hidalgo: frenesĆ­ de libertad), JosĆ© Carlos RodrĆ­guez (Los Minondo), Alejandro Tommasi (Gritos de muerte y libertad), JosĆ© Lavat (su voz en HĆ©roes verdaderos), Jorge Ortiz de Pinedo (El juicio de Hidalgo)— sumaron en esas fechas a su currĆ­culo la interpretaciĆ³n de Miguel Hidalgo y Costilla, iniciador del movimiento independentista. La variedad de registros de estos actores sugiere los diversos tonos con los que se abordĆ³ la era insurgente en dichas producciones, desde el habitual heroĆ­smo inmaculado hasta el retrato descarnado de los excesos a los que llegaron los padres fundadores de nuestra nacionalidad.

ResultarĆ­a demasiado ambicioso emprender una crĆ­tica comparativa de todas las obras de este tipo que nos legĆ³ la conmemoraciĆ³n del Bicentenario. Por ello he elegido solamente tres que me parecieron por algunos motivos destacadas y por otros representativas: Gritos de muerte y libertad, una serie de Televisa producida por Leopoldo y Bernardo GĆ³mez; Los Minondo, una producciĆ³n de Canal Once escrita por Fausto ZerĆ³n-Medina, bajo la direcciĆ³n de Charli Gore, Carlos Bolado y Emilio MaillĆ©; y HĆ©roes verdaderos, una cinta de animaciĆ³n dirigida y producida por Carlos Kuri. Estas tres obras comparten una caracterĆ­stica fundamental: son seguramente las que dejaron una huella mĆ”s profunda al alcanzar a un pĆŗblico muy amplio, a travĆ©s de la televisiĆ³n abierta las dos primeras y en las salas de cine de todo el paĆ­s en el caso de la Ćŗltima.

 

I. Gritos de muerte y libertad

A diferencia de las producciones histĆ³ricas previas de Televisa, esta serie no es una telenovela que introduce personajes ficticios en un entorno histĆ³rico, sino que intenta recrear con veracidad diversos episodios significativos de la Guerra de Independencia. Sus trece capĆ­tulos, cada uno de un poco mĆ”s de 20 minutos de duraciĆ³n efectiva, son, mĆ”s que fragmentos de un relato continuo, viƱetas que se remiten a momentos especĆ­ficos verificados entre los aƱos de 1808 y 1824.

Visualmente y como primera impresiĆ³n, Gritos de muerte y libertad deslumbra por la cantidad de renombrados actores que aparecen en pantalla (lo que lleva a pensar que se buscĆ³ mĆ”s bien hallarle personaje al actor y no actor al personaje histĆ³rico), por el fastuoso vestuario, por sus variadas locaciones, y por una cuidada realizaciĆ³n, manejo de cĆ”maras e iluminaciĆ³n que se acercan a lo cinematogrĆ”fico. Todos los capĆ­tulos presentan una gran riqueza de ambientes, en los que frecuentemente aparecen segundos y terceros planos que prestan una apreciable sensaciĆ³n de realidad que se traduce en la impresiĆ³n de acceder efectivamente a una ventana privilegiada abierta a otros tiempos.

Pese a todo lo anterior, persiste en la serie cierto tufillo a telenovela cuyas causas me parecen difĆ­ciles de explicar. Creo que ello se debe, por lo menos en parte, a las actuaciones, sobre todo de ciertos personajes secundarios que hablan y gesticulan con marcada exageraciĆ³n (sobre todo cuando su papel es el de malos), o que al finalizar un diĆ”logo entornan la mirada dirigida hacia el vacĆ­o, como esperando el corte de cĆ”mara y las cortinillas para los comerciales. Otros actores tienen sin duda un desempeƱo superior, pero que se acerca tal vez demasiado a lo teatral. Es el caso de Alejandro Tommasi al representar al cura Hidalgo y tambiĆ©n el de Mario IvĆ”n MartĆ­nez como el licenciado Verdad. Por fortuna, existen asimismo actuaciones muy notables, entre las que destaca sin duda Cecilia SuĆ”rez en el papel de Leona Vicario, Daniel GimĆ©nez Cacho como AgustĆ­n de Iturbide y Miguel Flores como un discreto MatĆ­as de Monteagudo.

Es por cierto la caracterizaciĆ³n uno de los aspectos mĆ”s criticables de Gritos de muerte y libertad. Y no por su calidad, que es magnĆ­fica, sino por su pertinencia. Respecto a su inspiraciĆ³n, por momentos surge directamente en la iconografĆ­a heroica mĆ”s clĆ”sica —como en el caso de Hidalgo ataviado en algunas escenas tal como lo imaginara el pintor Antonio Fabres en 1904— o apegada puntualmente a la imagen y momento histĆ³rico, como sucede con los funcionarios de las repĆŗblicas de indios en el salĆ³n del Ayuntamiento, cuya vestimenta procede de la AlegorĆ­a de las autoridades espaƱolas e indĆ­genas, de 1809, del Museo Nacional del Virreinato. Sin embargo, y de manera inexplicable, para otros personajes se optĆ³ por un vestuario y peinado que los alejan notablemente de su apariencia mĆ”s conocida, aquella con la que pasaron a la posteridad. AsĆ­ sucede con el licenciado Francisco Primo de Verdad (Mario IvĆ”n MartĆ­nez), quien no viste las habituales casaca y peluca. Tal vez no serĆ­a de subrayarse si no fuera porque su compaƱero de corporaciĆ³n edilicia, el licenciado Francisco AzcĆ”rate (un sobreactuado Miguel Rodarte) se exhibe, para confusiĆ³n del espectador, ¡precisamente de la manera en la que Verdad ha sido inmortalizado en las estatuas de la plaza de la capital mexicana que lleva su nombre y del Paseo de la Reforma!

En el caso del virrey Iturrigaray (Emilio EchevarrĆ­a), al alejamiento de la imagen conocida e identificable se suma el anacronismo: su atavĆ­o de casaca, chupa y calzĆ³n resulta exageradamente demodĆ© para un personaje tan encumbrado en plena era napoleĆ³nica. Nada ni remotamente parecido al retrato histĆ³rico de la galerĆ­a de virreyes del Castillo de Chapultepec, al cuadro de la galerĆ­a del antiguo cabildo de la ciudad de MĆ©xico, o al retrato familiar de 1805 (tres aƱos antes de los acontecimientos que narra el capĆ­tulo en que aparece), que nos lo muestran con un mucho mĆ”s sobrio uniforme militar. Pero la caracterizaciĆ³n de su esposa MarĆ­a InĆ©s JaĆŗregui (TiarĆ© Scanda) es tal, que sin duda habrĆ­a provocado burlas y cuchicheos despiadados entre las damas de los salones del Palacio Virreinal: resulta una versiĆ³n bastante aceptable, en moreno, de la Mariana de Austria retratada por VelĆ”zquez ¡156 aƱos atrĆ”s! Y esto, cuando la fuente histĆ³rica, el mencionado retrato familiar de los Iturrigaray, nos muestra a la dama ataviada muy a la moda en su tĆŗnica de estilo imperio.

La riqueza de las locaciones sufre de los mismos males, pero en sentido contrario: con gran frecuencia se observan muebles o elementos arquitectĆ³nicos anacrĆ³nicos por posteriores. La primera impresiĆ³n de riqueza se va esfumando conforme el ojo atento se percata de que los sitios comienzan a repetirse con algunas variaciones en el Ć”ngulo de las tomas, movimiento de los muebles y cambios en los elementos de ambientaciĆ³n. En casi ningĆŗn caso, con excepciĆ³n de la AlhĆ³ndiga de Granaditas, corresponden al sitio histĆ³rico en que se desarrollĆ³ el acontecimiento recreado.

Sobre la parte estrictamente histĆ³rica de Gritos de muerte y libertad, se perciben objetivos contradictorios o por lo menos ambivalentes en el planteamiento general. Por una parte, se toman como vĆ”lidos ciertos elementos antiinsurgentes (principalmente de Lucas AlamĆ”n), pero a pesar de ello el guiĆ³n se esfuerza por sostener el aura heroica de los personajes, como forzĆ”ndonos a deducir que la descripciĆ³n de crueldades, desenfrenos y errores no alcanzan para oxidar su bronce. Ni totalmente devoto de la “historia oficial” (aunque la asume) ni plenamente crĆ­tico del desarrollo del proceso de independencia (aunque cita a sus detractores), el guiĆ³n no logra humanizar a los personajes y conduce casi de manera natural a la confusiĆ³n: sus protagonistas son hĆ©roes con manos sucias; los malos son tan malos como siempre.

Existen imprecisiones y omisiones. El tratamiento de ciertos aspectos histĆ³ricos es tambiĆ©n discutible. AsĆ­, en la narraciĆ³n de los sucesos de 1808 (que se muestran notablemente simplificados) la falta de un contexto adecuado, la ausencia de explicaciones de conceptos clave como soberanĆ­a, autonomĆ­a e independencia, el desconocimiento entre el pĆŗblico en general de las atribuciones y Ć”mbitos de acciĆ³n de los poderes representados por el virrey, los oidores y el ayuntamiento, la abundancia de personajes y la dramatizaciĆ³n excesiva de sus ocultas segundas intenciones dificultan la comprensiĆ³n y ocultan la moraleja del episodio: que los medios pacĆ­ficos e institucionales para que los novohispanos se gobernaran a sĆ­ mismos estaban cerrados. En el segundo capĆ­tulo se muestra una falsa cronologĆ­a de los acontecimientos, en la que la denuncia del capitĆ”n Arias ocurre el 15 de septiembre de 1810, cuando en realidad fue hecha el dĆ­a 10. En consecuencia, la sucesiĆ³n de las averiguaciones por parte de las autoridades, el cateo de la casa de los GonzĆ”lez, y la cabalgata del alcaide PĆ©rez (a quien se refieren incorrectamente como “alcalde”) hasta San Miguel el Grande quedan constreƱidas a unas cuantas horas.

Hidalgo solo recibiĆ³ el nombramiento oficial de “capitĆ”n general” tras la captura de Celaya el 21 de septiembre. Por ello resulta chocante ver al cura en Gritos ceƱirse la banda azul con borlas de general en su propia casa y el mismo dĆ­a del estallido. En su arenga ante el pueblo, Hidalgo lanza el discutido ¡Viva Fernando VII! (tomado de la Historia de MĆ©jico de Lucas AlamĆ”n) que los historiadores mĆ”s serios, como Carlos HerrejĆ³n, rechazan atribuir a aquella primera convocatoria insurgente.

La ausencia del episodio del PĆ­pila fue seguramente la divergencia respecto a la historia oficial que mĆ”s llamĆ³ la atenciĆ³n del pĆŗblico televidente. El personaje, debemos recordarlo, fue introducido en la mitologĆ­a patria por el siempre imaginativo historiador Carlos MarĆ­a de Bustamante, mientras que AlamĆ”n afirmĆ³ contundente: “el nombre de PĆ­pila es enteramente desconocido en Guanajuato”. Esto justifica su inexistencia en el programa, pero hay que aclarar que el mismo AlamĆ”n reconoce la presencia de varios mineros con losas en la espalda que intentaron barrenar y volar con explosivos el edificio, y tambiĆ©n que la multitud ingresĆ³ al almacĆ©n sĆ³lo despuĆ©s de hacer arder la puerta, no Ćŗnicamente derribĆ”ndola. La muerte del intendente Juan Antonio de RiaƱo es presentada con notoria inexactitud: no ocurriĆ³ despuĆ©s de la entrada de los insurgentes a la AlhĆ³ndiga de Granaditas, sino durante su defensa. No recibiĆ³ un tiro por la espalda a quemarropa, sino una herida de fusil proveniente del exterior, de frente, sobre el ojo izquierdo.

Sin duda a JosĆ© MarĆ­a Morelos se le tratĆ³ con mucha dureza cuando finalmente cayĆ³ en manos de los realistas. Pero de esa dureza humillante al maltrato fĆ­sico, que llega en esta serie a las patadas, hay una gran distancia. Es claro tambiĆ©n que los funcionarios que juzgaron a Morelos le exigieron una retractaciĆ³n como requisito para reconciliarlo con la Iglesia y permitirle recibir los sacramentos antes de su ejecuciĆ³n. Morelos, catĆ³lico sincero y ferviente guadalupano, no habrĆ­a tenido otra opciĆ³n para morir en paz con Dios. Pero eso mismo vuelve inadmisible que se dude en este capĆ­tulo de la seriedad de ese arrepentimiento: Morelos sabĆ­a bien que para que su confesiĆ³n sacramental fuera vĆ”lida debĆ­a ser sincera, con el firme propĆ³sito de enmendar sus errores. De otro modo le serĆ­a inĆŗtil.

Se hace muy evidente el desagrado que los guionistas sienten por ciertos personajes, lo que expresan caricaturizĆ”ndolos o poniendo en su boca expresiones ominosas. AsĆ­, Iturbide, despectivo, se refiere a Vicente Guerrero (Dagoberto Gama) como “ese salvaje”. La caracterizaciĆ³n de Guerrero en los aƱos de la resistencia fue, con sobrada razĆ³n, criticada. No resulta verosĆ­mil que quien podĆ­a hacerse de armas, pertrechos y alimentos no pudiera conseguir unas tijeras para cortar su cabello, pagar a un ocasional barbero que le podara las barbas, y hasta recortar sus uƱas. Pero esta parece ser la Ćŗnica nota que se aleja de la pauta marcada por la historia de bronce: un Guerrero inmaculado (del que se olvidan los anteriores intentos por pactar con los realistas) acepta unirse a un Iturbide hipĆ³crita y ambicioso solo porque ve en el Plan de Iguala un primer paso para formar una repĆŗblica.

Los dos capĆ­tulos finales de la serie pertenecen, estrictamente hablando, a una etapa histĆ³rica distinta, la del MĆ©xico Independiente. Al incluirlos se advierte la intenciĆ³n por demostrar que solo pudo considerarse concluida la obra iniciada por Hidalgo una vez establecida la RepĆŗblica Federal. AsĆ­ lo sugiere tambiĆ©n el desdĆ©n con el que una campesina (MarĆ­a Rojo) ve marchar a “nuestros generales al lado de nuestros enemigos”, lo que contradice a los historiadores que seƱalaron aquellos hechos como los mĆ”s felices de la historia del paĆ­s. Bajo esta misma Ć³ptica no se recreĆ³ la entrada del EjĆ©rcito Trigarante a la ciudad de MĆ©xico, la firma del Acta de Independencia, la coronaciĆ³n de Iturbide o su misma abdicaciĆ³n; todo ello se omite como si no existiera.

 

II. Los Minondo

Esta es una serie de diez capĆ­tulos de carĆ”cter principalmente novelesco, en el que todo gira y se pliega alrededor de las dos ramas familiares —una legĆ­tima y otra bastarda— engendradas en tierras novohispanas por el espaƱol Manuel Minondo (IvĆ”n Arana) tras su escape de un duelo en la penĆ­nsula en 1787. Sin embargo, la narraciĆ³n comienza en Cuautla en abril de 1919, con la exhibiciĆ³n del cadĆ”ver de Emiliano Zapata. La historia de la familia se presenta en flashback, como un relato de la anciana Isabel San Juan (de la rama bastarda, interpretada por Tara Parra) a su nieto Manuelito (Rodolfo CalderĆ³n). Tanto la narraciĆ³n de la abuela como las intervenciones del nieto ya adulto guĆ­an al espectador por los vericuetos de una historia familiar y costumbrista, que a ratos recuerda la novela folletinesca del siglo XIX, con ecos de obras mexicanas tan clĆ”sicas como El fistol del diablo o Los bandidos de RĆ­o FrĆ­o.

Aunque es Manuel Minondo el patriarca de la familia, el personaje central resulta ser mĆ”s bien Eduviges San Juan (Stephanie Sigman), la indĆ­gena de Xochimilco que lo salva del matlazahuatl y con quien engendra a Nacho (que se dedicarĆ” a la arrierĆ­a y militarĆ” en las filas insurgentes). DespuĆ©s de caer injustamente en prisiĆ³n por traiciĆ³n al rey sĆ³lo por estar reunido con unos criollos descontentos, Minondo es rescatado por Cayetana (InĆ©s de Tavira), su antiguo amor, que ha llegado de EspaƱa para buscarlo. Con ella se casa y tiene tres hijas y un varĆ³n, Blas Minondo. Queda asĆ­ planteado el drama social y Ć©tnico que se desarrolla a lo largo de la serie: el acaudalado matrimonio de espaƱoles peninsulares, la antigua amante indĆ­gena ligada a la tierra, los hijos criollos y el mestizo ilegĆ­timo. Pero estos personajes no son simples estereotipos, sino que muestran matices a veces tan acusados que bordean lo improbable. AsĆ­, las hijas de Minondo, casi unas niƱas, son autonomistas manifiestas que imprimen papeles sediciosos. El hermano fraile, AntĆ³n, es un liberal que apoya las cortes y la ConstituciĆ³n de CĆ”diz. La esposa, Cayetana, departe con los mismos contertulios que conspiran con Hidalgo en QuerĆ©taro y, pese a ser peninsular, comparte las ideas libertarias de sus hijas y cuƱado. Adelina Minondo, una de las hijas, tiene por confesor al propio Miguel Hidalgo y no sĆ³lo sirve de correo a los insurgentes (algo un poco difĆ­cil ciertamente en una monja de clausura), sino que incluso discute con el cura de Dolores el curso que toma la insurrecciĆ³n.

Pero en esta definiciĆ³n del carĆ”cter de los protagonistas es Eduviges quien pasa de lo improbable a lo imposible. No se trata solo de que se le pinte con las ya habituales cualidades mĆ­sticas, ecolĆ³gicas y panteĆ­stas, casi New Age, con las que parece casi imprescindible elaborar un personaje indĆ­gena en nuestros dĆ­as. Se va mĆ”s allĆ” para reconocerle poderes de precogniciĆ³n y otra suerte de dones, como adivinar el sexo de un niƱo en el vientre de la madre o hacerla concebir un varĆ³n. La indĆ­gena, ademĆ”s, vive aparentemente libre de cualquier creencia cristiana: entierra a sus muertos en un sitio no consagrado inmediato a su casa (lo que difĆ­cilmente aceptarĆ­an las autoridades civiles y eclesiĆ”sticas, y aun sus vecinos) e incluso su hijo hace frente a esas sepulturas una aparente referencia al Mictlan prehispĆ”nico cuando habla de la “tierra de los muertos”. Heterodoxias todas de dudosa verosimilitud que nada tendrĆ­an que hacer en una serie de pretendida elaboraciĆ³n histĆ³rica. Presentarnos al lado de hombres tan concretos como Hidalgo y Morelos a una indĆ­gena mĆ”gica es una verdadera falta de respeto a la inteligencia del espectador.

Llama la atenciĆ³n una lĆ­nea de no tan soterrado anticatolicismo a lo largo de la serie que alcanza su cima cuando el fraile AntĆ³n Minondo, en plena intervenciĆ³n de los estadounidenses en 1847, elogia a los Estados Unidos, las virtudes del protestantismo y ve a este como causa de su victoria sobre los mexicanos.“AllĆ” hay libertad de religiĆ³n”, dice, repitiendo las palabras que antes pronunciĆ³ su sobrina Adelina, la monja. “Su iglesia no castiga, guĆ­a… no tiene temor al obispo, ni miedo al infierno, y tienen el apoyo del rey”. Una visiĆ³n demasiado romĆ”ntica de un paĆ­s que igual habĆ­a quemado brujas y defendĆ­a la esclavitud, y que por cierto no tenĆ­a una Ćŗnica Iglesia como afirma la frase de AntĆ³n. La visiĆ³n del fraile sobre EspaƱa y los espaƱoles es la de la leyenda negra anglosajona: “todo lo que nos dejaron [es] temor y miedo”.

Las actuaciones son, en general, buenas y discretas, realistas, propias del lenguaje cinematogrĆ”fico que define a la serie, sin aquellas extravagancias que le impiden a Gritos… librarse del aire telenovelesco. Destacan, sobre todo, Marina de Tavira como Cayetana, Tara Parra como Isabel San Juan y Sergio Reynoso como un cĆ”lido JosĆ© MarĆ­a Morelos y PavĆ³n. Stephanie Sigman hace un papel muy decoroso como Eduviges, lo mismo que InĆ©s de Tavira (Cayetana joven) y Tenoch Huerta (Nacho adulto). El eslabĆ³n dĆ©bil estĆ” en los actores mĆ”s jĆ³venes, pero aun ellos logran interpretaciones bastante dignas. En Los Minondo sĆ­ se emplea la pronunciaciĆ³n espaƱola para los personajes peninsulares, lo que se consigue sin problemas, si bien con algĆŗn problema momentĆ”neo de inteligibilidad para la audiencia que no estĆ” acostumbrada a ese acento.

El tema mĆ”s escabroso de la historia es sin duda el incesto no intencional entre dos medios hermanos: Casilda (Aislinn Derbez), la menor de las hijas de Manuel Minondo, y Nacho San Juan, el hijo bastardo habido con Eduviges. El asunto se subraya con la correspondiente escena de cama, el embarazo de Casilda… pero todo llega hasta ahĆ­ porque el varĆ³n legĆ­timo de Minondo asesina sin querer a su propia hermana y su hijo nonato.

De los diez capĆ­tulos que conforman la serie, los cinco primeros se refieren a la etapa insurgente y es en ellos donde concentraremos nuestra atenciĆ³n respecto a su contenido histĆ³rico. Por cierto, la cabal comprensiĆ³n de esos momentos histĆ³ricos se complica por la rapidez con la que fluye la historia, pero sobre todo con los textos en los que, con desesperante irregularidad, aparece el aƱo y el lugar en el que se desarrolla la acciĆ³n, a veces tan mal puestos que dos o tres segundos despuĆ©s ya se estĆ”n refiriendo sucesos que corresponden a fechas posteriores, o con generalizaciones como “Nueva EspaƱa” cuando lo conveniente habrĆ­a sido saber si la acciĆ³n se desarrolla en Veracruz, MĆ©xico o Valladolid.

Los personajes histĆ³ricos de relieve surgen incidentalmente a lo largo de la trama, pero ligados siempre a los Minondo, de manera a veces poco imaginativa. AsĆ­, Hidalgo, como ya dijimos, es confesor de Adelina Minondo. Morelos bendice la uniĆ³n de Nacho y Casilda. Blas Minondo sienta plaza de soldado bajo el mando de Calleja y departe en la cantina con Iturbide (MoisĆ©s Arizmendi). Demasiadas casualidades que visten de irrealidad narrativa la realidad visual de esta serie. La presencia de esos personajes histĆ³ricos rara vez cobra verdadera importancia en el guiĆ³n; casi siempre son, por decirlo asĆ­, parte del telĆ³n de fondo costumbrista de la serie, sin gran profundidad humana ni heroica, ni redimibles ni condenables.

Pero curiosamente esto no fue siempre asĆ­ desde que comenzĆ³ a prepararse la serie. Por el contrario, Hidalgo, Morelos y otros personajes tenĆ­an en el guiĆ³n original de Fausto ZerĆ³n-Medina (del que tengo copia) una mayor presencia y sus intervenciones eran mucho mĆ”s amplias, pero sobre todo mĆ”s propicias a la polĆ©mica y el escĆ”ndalo. Veamos un ejemplo: la escena del capĆ­tulo 3 en la que Adelina Minondo (Marianela CataƱo), en el confesionario, le declara su amor a Miguel Hidalgo. AsĆ­ se lee en el guiĆ³n original:

ADELINA: AcĆŗsome de pecar, padre. Creo estar enamorada de un hombre… Y lo peor es que ese hombre es sacerdote. Pero lo veo mĆ”s como hombre que como sacerdote y eso hace que… que… mis partes Ć­ntimas me incomoden… ¿SĆ­, padre?

HIDALGO: ¿Te estĆ”s confesando, me estĆ”s avisando, o me estĆ”s invitando, Adelina? Disculpa, fue una broma de mal gusto. Te agradezco que me veas como lo que realmente somos: un hombre y una mujer. Pero sabes que lo nuestro es una amistad espiritual y que de ahĆ­ no puede pasar.

A: Pero es que yo…

H: DĆ©jame terminar. Yo como hombre… Lo dirĆ© en tus palabras: si te incomodan tus partes Ć­ntimas, puedes hacer dos cosas. Una es echarte cubetazos de agua frĆ­a, la otra es dejar que la naturaleza cumpla su cometido.

A: ¿QuĆ© la naturaleza cumpla su cometido?

H: SĆ­, puedes tocarte.

A: ¡Padre!

Sin embargo, en el capƭtulo tal como fue televisado, la parte central del diƔlogo anterior aparece transformada y, podrƭamos decirlo asƭ, censurada:

ADELINA: AcĆŗsome de pecar, padre. Creo que estoy enamorada de un hombre… Lo peor de todo es que ese hombre es sacerdote. Pero yo lo veo mucho mĆ”s como un hombre, y eso hace…

H: ¡Adelina, hermana! Me voy a ir de aquĆ­.

A: SĆ­… ¿se va?

H: Las cartas con las que me has ayudado, las cosas que hemos platicado… tengo que dedicarme a eso. ¡Adelina!

De haberse conservado los diĆ”logos del guiĆ³n original, el Hidalgo de Los Minondo habrĆ­a sido sin duda el que mĆ”s discusiones habrĆ­an provocado entre todas las obras aparecidas en el Bicentenario, muchas mĆ”s que el alegre y enamorado cura de Hidalgo, la historia jamĆ”s contada. ¿QuĆ© decidiĆ³ a la producciĆ³n a editar esos textos tan controversiales pero a la vez con razonable fundamento histĆ³rico, ya que Hidalgo ciertamente fue acusado de haber afirmado “que la fornicaciĆ³n no es pecado, ni los tactos impuros, con que se solicita la poluciĆ³n” (aunque lo dijo no en el confesionario, sino ante tres eclesiĆ”sticos con quienes pretendĆ­a entablar una discusiĆ³n filosĆ³fica)? OjalĆ” que la razĆ³n no haya sido el simple temor al escĆ”ndalo.

Haciendo a un lado los poderes sobrenaturales de Eduviges, existen muchos otros errores, improbabilidades o imprecisiones. EstĆ”, por ejemplo, el abierto radicalismo y provocaciĆ³n de los criollos que son aprehendidos junto con Manuel por traiciĆ³n al rey. Recordemos que esto sucede bajo el gobierno de uno de los virreyes mĆ”s estimados de la historia novohispana, el segundo conde Revillagigedo, tan querido que podĆ­a pasearse sin escolta por la ciudad y que mucho tuvo en cuenta la opiniĆ³n de los criollos para emprender las reformas que caracterizan a su gobierno. Ɖl mismo era un criollo, nacido en La Habana.

Hay un error cronolĆ³gico cuando se menciona la ConstituciĆ³n de CĆ”diz mucho antes del aƱo 1812 en que fue promulgada. Un error factual consiste en hacer de Hidalgo confesor de las monjas de un convento de la ciudad de Valladolid en 1810. TambiĆ©n una gran suma de improbabilidades (que acaba por convertirse en una de las caracterĆ­sticas de la serie): la conversaciĆ³n en la sala de los Minondo en la que se habla mal y bien de Hidalgo (“El sacerdote… cuando se acuerda”, “Dios nos manda gente como Hidalgo, para que las cosas puedan cambiar”), como si ya se adivinara al caudillo en que habrĆ­a de convertirse; la reuniĆ³n de Minondo padre e hijo con Calleja (Mario IvĆ”n MartĆ­nez) en la propia capital, cuando en realidad ya debĆ­a hallarse en San Luis PotosĆ­; el encuentro en EspaƱa con Francisco Javier (sic) Mina en 1812, cuando el Mina de la realidad se hallaba prisionero en Francia (y lo estarĆ­a hasta 1814). O, tambiĆ©n, cuando en determinado momento la narraciĆ³n se detiene para mostrar la reuniĆ³n de Isabel con un Ɓlvaro ObregĆ³n que no podĆ­a encontrarse por aquellos dĆ­as en Morelos y menos al mando de tropa, pues se habĆ­a retirado a la vida privada en su rancho de Sonora, la Quinta Chilla.

La cronologĆ­a y el desarrollo se vuelven a veces muy confusos. Por ejemplo, aun antes de que se mencione que Hidalgo se ha sublevado, aparece un ejemplar de El Despertador Americano, publicaciĆ³n insurgente ¡que aparecerĆ­a sĆ³lo hasta diciembre de 1810 en la ciudad de Guadalajara! El antiiturbidismo le pesĆ³ demasiado al guiĆ³n. Si juzgĆ”ramos por lo que vemos en Los Minondo, apenas podrĆ­amos creer que esto llegĆ³ a suceder y que el 27 de septiembre de 1821 fue descrito el dĆ­a mĆ”s feliz de la historia de MĆ©xico, pues casi nadie se muestra partidario de Iturbide y todos le miran con desprecio. Por cierto, el exemperador es fusilado portando su uniforme militar, que ciertamente no llevarĆ­a puesto en aquel momento.

 

III. HĆ©roes verdaderos

Este es un filme de dibujos animados dirigido claramente a un pĆŗblico infantil, aunque su lenguaje solo es comprendido cabalmente por los mayores. El trazo de los dibujos es tan convencional como el guiĆ³n mismo que, salvo alguna excepciĆ³n notable, se desarrolla siguiendo, quizĆ” no al pie de la letra pero sĆ­ en espĆ­ritu, la mitolĆ³gica historia oficial. Su tono es completamente distinto de las dos producciones antes analizadas y su elaboraciĆ³n, ciertamente, no representa como las otras dos un avance positivo en su campo, menos aĆŗn en estos tiempos de elaboradas animaciones por computadora y efectos de tercera dimensiĆ³n. Su crĆ­tica en el terreno histĆ³rico no puede llegar a ser profunda, ya que por su misma naturaleza no tiene una intenciĆ³n de realismo.

Los espaƱoles de 1790-1821 hablan en este filme con giros lingĆ¼Ć­sticos que evocan el Siglo de Oro, mientras que los indios y mestizos emplean un lenguaje actual, en el que no puede faltar un Ć³rale y otras expresiones parecidas. El vestuario de los personajes es muy sencillo, lo mismo que la ambientaciĆ³n; solo se trata de darle cierto aire de Ć©poca a ambas cosas.

Los tres personajes principales representan otros tantos estamentos del sistema social de la Nueva EspaƱa: el reciĆ©n nacido MixcĆ³atl, indio; el mestizo Xama (cuyo origen es relatado en el primero de varios nĆŗmeros musicales al estilo Disney) y el criollo Carlos Navarro. Pronto comienzan a aparecer algunos de sus rasgos, mĆ”s allĆ” de los Ć©tnicos. El mestizo Xama, por ejemplo, resulta ser quien mĆ”s odia a los espaƱoles y quien en mayor medida pretende distanciarse de ellos: “yo no ando por ahĆ­ conquistando gente y quitĆ”ndole sus tierras”, asegura. La situaciĆ³n del mestizo es mostrada, empero, como un no encontrarse a gusto ni entre ellos ni entre los indios, sin que siquiera mitigue esa condiciĆ³n el mayor Ć”mbito de libertad que ciertamente gozaban los de su casta en aquel tiempo y que les permitĆ­a apartarse del proteccionismo que encerraba a los indios en sus pueblos. MĆ”s tarde, este mestizo resulta ser el malo de la pelĆ­cula, falto de “valor y de honestidad, taimado y traicionero”. El criollo Navarro (Carlos Rivera), en cambio, se muestra identificado con indios, en particular con la joven india hermana de MixcĆ³atl, Tonantzin.

Las escenas de HĆ©roes verdaderos se suceden apresuradas. En pocos minutos se transita por un intermedio musical interpretado por el criollo (que mientras canta recoge entre sus manos un pajarillo azul herido, habla de igualdad y fraternidad y finalmente une voces con la india Tonantzin), despuĆ©s por la prisiĆ³n de Fernando VII en Francia, donde se le muestra tan enĆ©rgico como habrĆ­an querido verlo sus sĆŗbditos novohispanos y no como el pusilĆ”nime manso ante NapolĆ©on que en efecto era y, finalmente se llega a la ConspiraciĆ³n de QuerĆ©taro.

En esta conjura, Allende (Mario Filio) se asume, tal como estaba planeado, iniciador del levantamiento. Hidalgo (Pepe Lavat) por su parte ofrece “su espada y fe”. En el conciliĆ”bulo, el ficticio capitĆ”n Arias rezuma maldad. Pero el capitĆ”n Arias de verdad, mĆ”s que una traiciĆ³n como la que consuma el de los dibujos animados, cometiĆ³ un error: sabiendo que la conspiraciĆ³n habĆ­a sido descubierta y pensando que no le quedaba otra salida, se delatĆ³ a sĆ­ mismo y entregĆ³ las cartas que comprometĆ­an a Hidalgo, Allende y al corregidor. Pero en cuanto pudo hacerlo huyĆ³ para unirse al ejĆ©rcito insurgente y recibiĆ³ en sus filas el grado de teniente general, lo que elimina la sospecha de autĆ©ntica infamia. No hay nada, pues, del “sĆŗbdito leal” al rey que afirma ser en el filme. Antes bien, Arias fue un hombre de carne y hueso, con buenas intenciones y notorias debilidades, de esos que precisamente no gustan a la caricatura por difĆ­ciles de caracterizar.

La orden que Josefa Ortiz de DomĆ­nguez (Jacqueline Andere) da para avisar a los otros conjurados (“busca al capitĆ”n Aldama, dile que consiga un caballo y se dirija a San Miguel El Grande. Debe avisarle al capitĆ”n Allende que nuestros planes han sido descubiertos“) no coincide con la realidad de aquel momento: doƱa Josefa ordenĆ³ a PĆ©rez que cabalgara hacia San Miguel para avisar directamente a Allende. Al no encontrarlo, pues se hallaba ya en Dolores, informĆ³ a Aldama y este se dirigiĆ³ entonces hacia ese punto.

El Grito de Dolores es escenificado en un nuevo nĆŗmero musical que, en la letra de la canciĆ³n, no guarda relaciĆ³n alguna con lo que Hidalgo pudo haber expresado en las palabras que dirigiĆ³ a la multitud. Poco despuĆ©s, sin que parezca casi haber transcurrido el tiempo (cosa de un mes) aparece el fĆ”cilmente reconocible edificio de la AlhĆ³ndiga de Granaditas, aunque extraƱamente situado en un paisaje desolado, no en el entorno urbano de Guanajuato en que se emplazaba. Sale entonces en pantalla, naturalmente, el PĆ­pila cargando una losa enorme, pues ya hemos dicho que este filme da por buena nuestra historia de bronce. La alhĆ³ndiga es tomada, pero no existe la menor alusiĆ³n a la matanza a civiles desarmados que ahĆ­ se registrĆ³. Todo son escenas de generosidad y heroĆ­smo que se suceden unas a otras. El resto de la ruta de Hidalgo, por cierto, solo es seƱalada en un mapa.

Ahora es Morelos (VĆ­ctor Trujillo) quien aparece en escena y se nos presenta como experto espadachĆ­n. Musculoso y alto, muestra una enorme fuerza fĆ­sica… nada que ver con el real Morelos, bajito, gordo y bromista. 

En un nuevo intermedio musical, Morelos canta a los Sentimientos de la NaciĆ³n y al Congreso de Chilpancingo. Sus campaƱas son representadas en el mapa que, naturalmente, parece al final un bordado confuso. Luego, en una de esas escenas que proyectan mĆ”s bien las obsesiones de algĆŗn guionista, productor o dibujante, Morelos aparece enseƱando una especie de tai chi chuan a sus tropas. Para glorificar al personaje, se muestra en ese momento en pantalla la falsa pero difundida anĆ©cdota en la que un descalabrado NapoleĆ³n en Rusia exclama “si tuviera dos generales como Morelos, conquistarĆ­a el mundo”. El filme ha transitado ya de lo posible a lo improbable y hasta a lo falso.

ContinĆŗan las desdichas. Se observa la degradaciĆ³n sacerdotal de Morelos y la entronizaciĆ³n de su enemigo Calleja como virrey de la Nueva EspaƱa. La ejecuciĆ³n de todos los lĆ­deres insurgentes se muestra casi simultĆ”neamente, pese a que transcurrieron cuatro aƱos entre ellas. Morelos no es fusilado por la espalda, como se hizo realmente. Hidalgo, en cambio, aparece convenientemente sentado en una silla.

“Pero la lucha por la libertad no se puede detener”, nos consuela el narrador, con lo que surgen rĆ”pidamente ante nuestros ojos Xavier Mina, fray Servando Teresa de Mier, Guerrero e Iturbide. Finalmente en un ZĆ³calo lleno de gente, un personaje se asoma al balcĆ³n central de Palacio Nacional para mostrar, ya firmada, el Acta de Independencia. Y en la pantalla, como cuando Simba ve el rostro de su padre formarse en las nubes en El Rey LeĆ³n, haciendo gala una vez mĆ”s de la poca creatividad que domina el filme, los rostros de los personajes caĆ­dos se esbozan en el cielo…

 

 

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Ingeniero e historiador.


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