El mirlo
Verde es el canto del mirlo
que mana arriba, en la copa del árbol,
hasta que se desprende con frescor de fuente
y en ondas se prodiga, en saltos, chispas
y tenues gotas de su luz sonora.
Verde es el denso murmullo que circunda
la grávida columna con sus hojas
y el rumoroso viento en torno al canto
y los viejos, aéreos pensamientos…
El mirlo canta solo, eso le basta.
Aquí y allá mueve su cuerpo, no su canto;
el canto sigue intacto y más inmóvil
a través de los años y las horas.
De verdor en verdor, de un siglo a otro,
indemne a quien lo escucha o lo recuerda,
con borbotear en círculos de fuente,
cada vez más vivaz –el canto llega…
Y dentro trae un nuevo canto y otro,
el mismo siempre en plumas diferentes,
el que se escucha aquí y aquél y tantos
mirlos y cantos de hoy, ayer, mañana,
mirlos sin mirlos dentro de sus sombras
que están aquí y no están, aunque sus vuelos
vayan y vengan raudos cada instante
junto a la luz, el árbol y sus hojas.
Pavana
Pavana para mi vida aquí en la tierra,
en esta tierra que no atormenta con la muerte
sino con la belleza.
Pavana que celebra cada instante y su prodigio,
cuando nace una gota de verde en la rama del junco
y otra gota de luz en el pico del pájaro,
aquí y allá y en todas partes, al unísono.
Pavana para el mundo que se abre en su milagro,
el antiguo milagro que siempre nos sorprende,
éste que me habita aquí donde me encuentro,
el que trae a mis venas sus coros de música
y corre con el agua y ríe entre las piedras.
Pavana para el sapo que llega aquí a mi lado,
croando tan ronco a orillas del paisaje.
El mistagogo de las ciénagas
con sus ojos ya viejos, llenos de tanta noche,
y la torpeza fláccida en la carne,
siempre a la espera en la densa penumbra
hasta que la luna se encienda en el agua.
Sea también para él esta pavana
cuando viene a croar por mis días en la tierra,
en esta tierra que no atormenta con la muerte,
sino con la belleza.
Gramática de la ausencia
Ya no quiero volver a aquella calle
donde las casas demolidas
siguen en pie.
Ni tampoco leer en esta hora
esos poemas míos
que estoy seguro de no haber escrito.
La gramática de la ausencia
declina voces tan amargas
que siempre significan otra cosa
sin que nos demos cuenta.
Por eso mi trato con el mundo
prefiere el pospretérito,
sin creerse raíz
ni desinencia.
Y al fin, ¿de qué me sirve
volver de nuevo a la rue de Turenne,
si aquellos barcos en que viajaba
nunca partieron?
El perro muerto hace treinta años,
cuando sale a buscarme
ladra más fuerte que en su propia vida,
pero no va a reconocerme.
Acaso lo mejor sea ver la lluvia
cayendo sin cesar sobre los techos,
aunque la calle al sol siga más seca.
Entonces llueve pero no llueve,
es decir, ya la ausencia no es ausencia
y podemos salir a cualquier parte.
(1938-2008) fue un poeta y ensayista venezolano.