Vuelve Pedro Almodóvar a las pantallas, y eso siempre es un acontecimiento, en España y fuera de España. El título de su última película es un guiño múltiple: vuelve el director a los patios manchegos de su niñez, vuelve Carmen Maura a trabajar a sus órdenes, vuelve a rodar en su país Penélope Cruz, y vuelven las protagonistas a su pueblo natal, un pueblo lleno de locos porque no para de soplar el viento solano. Y, como remate, Penélope Cruz “interpreta” (la voz es de Estrella Morente) una versión del famoso tango “Volver” (“con la frente marchita…”).´
Almodóvar ha dirigido 17 películas. Yo he visto todas, pues siempre espero algo de él. Sus primeras comedias eran desenvueltas y descaradas, ingeniosas, alegres y algo provocadoras. Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980) o Laberinto de pasiones (1982) estaban llenas de frescura, y a la gente joven –yo entonces lo era– nos gustaban. ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984) es una película extraordinaria, personalísima, en la que se mezclaba el humor, el absurdo, lo cotidiano, lo moderno y lo cutre, lo triste con la fuerza de la vida. Con La ley del deseo (1986) –una de mis preferidas– Almodóvar dio el difícil salto de la comedia al drama, un drama absorbente, intenso y asfixiante. Volvió al disparate divertido con Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), que tuvo un éxito enorme, y a partir de entonces se convirtió en una especie de fenómeno social, en una marca. Aunque su siguiente película, Átame (1990), fuese criticada por sus parecidos con otras ajenas (El coleccionista, por ejemplo), guardo buen recuerdo de ella. Pero en la década de los 90, a la vez que se convertía en un objeto de culto internacional, muy especialmente en Francia (estos días, y hasta julio, la Cinemateca Francesa le dedica una gran muestra), se sucedieron obras mediocres como Kika, Tacones lejanos o Carne trémula, y sólo con Todo sobre mi madre (1999) volvió a levantar el vuelo. Con ésta le llovieron los goyas, obtuvo el Oscar a mejor película extranjera y el Globo de Oro, entre otros premios. Con Hable con ella (2002) ganó nada menos que el Oscar al mejor guión, y fue nominado como mejor director.
Si hablamos de vueltas, Almodóvar vuelve también, tras La mala educación (2004), a su cine sobre mujeres, a conjugar el drama con la comedia, y a ese mundo suyo, tan particular, por una parte, y tan español, por otra, en el que mezcla con gracia lo satírico, lo moderno, lo de toda la vida y lo esperpéntico. Aquí, lamentablemente, también aparece lo zafio: la escena en la que Penélope está a punto de descubrir a su madre (Carmen Maura) por el característico olor de sus pedos arrancó risas en la sala, pero a mí me hizo temer lo peor. Cierto que en sus primeras películas había a veces sal gorda, pero entonces era dentro de un tono irreverente o liberador, mientras que aquí simplemente es costumbrismo en el peor sentido de la palabra. Por suerte, en Volver hay otro humor, mucho más fino, y para mí, más eficaz: por ejemplo, Carmen Maura haciéndose pasar por una rusa que no entiende español ante las clientas de la peluquería clandestina de Lola Dueñas, o ésta saludando a gritos a Penélope para avisar de su llegada a la madre de ambas. Las actrices (las ya citadas, más Yohana Cobo, Blanca Portillo, Chus Lampreave…) están todas muy bien. Sería injusto destacar a alguna. Sin embargo, merece un comentario aparte Penélope Cruz. Algunos, tras sus películas hollywoodenses, han dudado de que sea una gran intérprete. Puede ser que en los Estados Unidos haya elegido mal las películas. Puede que el inglés sea un obstáculo casi insalvable. Puede que haya tenido hasta ahora mala suerte. Lo que es seguro es que se fue siendo una buena actriz, y ha regresado soberbia. Resplandece, a la altura de las grandes actrices italianas de los 50 y 60. En cuanto a los varones, sólo existen como imagen negativa. Que para presentar la falta de interés de un hombre nos lo muestren bebiendo cerveza y viendo un partido de fútbol, como algo casi definitivo, es ya un tópico cansino. El que no sale, el ex marido de Carmen Maura, es mucho peor. Y el tercero, el joven que trabaja en un rodaje y se siente atraído por Penélope, es un personaje que hubiera sido mejor que tuviera más presencia, o menos: amaga y se queda en nada.
Como muchas películas de Almodóvar, Volver participa de diversos géneros, y es difícil de definir. Tiene mucho de película de misterio, pero en la trama hay un problema: sólo hay dos opciones. Con la primera, la película entraría en el terreno de lo chusco, tras El sexto sentido, Los otros o, yendo a ilustres precedentes literarios, el Pedro Páramo de Rulfo; eligiendo la segunda, Almodóvar acierta, pero es previsible y alarga demasiado el doble juego. Comedia, drama, suspense o cine fantástico –aunque Almodóvar, afortunadamente, salve la mayor– se mezclan, a la sombra de grandes temas, como la maternidad y la muerte. Tengo la impresión de que éste es uno de los motivos por los que el cine de Almodóvar, a la vez que cosechaba más y más premios, se ha ido haciendo menos directo y más grandilocuente, más vacío y pretencioso: porque en los 80 contaba historias, gamberras o dramáticas, pero, a partir de cierto momento, empezó a centrarse en grandes temas, a partir de los cuales construir las historias. Es como si, de pronto, hubiera empezado a construir las casas por el tejado, olvidando que cualquier historia ya cuenta, inevitablemente, con algún gran tema. El éxito, cuando es tan arrollador como el del manchego, no siempre es bueno para un creador.
Es muy probable que Volver obtenga muchos premios. Su factura es muy buena, tiene escenas hermosas (la de Penélope Cruz fregando el suelo del edificio en el que trabaja como limpiadora, sencillísima pero llena de significado en el contexto de una película en la que también se lavan la sangre y las lápidas), hay emoción y humor. Las críticas han sido casi unánimes: es una obra maestra, ha vuelto el gran Pedro Almodóvar, el de ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Aunque haya disfrutado en algunos momentos, soy de muy distinto parecer. Tuve la sensación, viendo la película, de que había efectivamente un intento de volver a los orígenes. Pero las referencias a la actualidad –por ejemplo, cuando se dice que ahora hay muchas top-models rusas–, que en las obras de los 80 eran chispazos, aquí sonaban a pinceladas oportunistas, encajadas sin la naturalidad que antes las hacía graciosas e incluso tiernas. Y es que nunca se puede volver al mismo sitio: cuando no ha cambiado éste, somos nosotros quienes lo hemos hecho.
Pedro Almodóvar ha sido capaz no sólo de rodar varias películas muy buenas, sino de crear un mundo propio y reconocible. Una obra fallida no convierte en malas las demás, pero tampoco hay que caer en lo contrario, en pensar que las películas excelentes hacen también excelentes al resto. Una firma no convierte por sí misma en bueno lo firmado, aunque estemos acostumbrados a creer lo contrario. “Tú no pierdas la esperanza”, le dice Penélope Cruz a Blanca Portillo, en un momento de la película. Yo no la pierdo, y por eso seguiré viendo sus películas, para volver a encontrarme con otra de la talla de ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, La ley del deseo o, más recientemente, Todo sobre mi madre. ~