Coriolano, una de las tres tragedias romanas de William Shakespeare, regresa proliferante al siglo XXI de mano de la Compañía Nacional de Teatro, en un programa que comprende también dos obras del XX relacionadas con la de Shakespeare: un Coriolano escrito/adaptado por Bertolt Brecht y Los plebeyos ensayan la insurrección, de Günter Grass.
Shakespeare escribió Coriolano a partir de la lectura que hizo de las Vidas paralelas de Plutarco: un episodio real en la historia de Roma que sin dificultad podría inscribirse en cualquier noticiero de la actualidad. Entre 1951 y 1953 Brecht reinterpretó la tragedia con hondura en un texto que quedó inconcluso. A su vez, Günter Grass hizo en 1966 una relectura de Coriolano y colocó a Shakespeare en el corazón de la agitación política de sus días: Los plebeyos ensayan la insurrección retrata la primera rebelión obrera sucedida en un país comunista, Alemania Oriental, en 1953.
El dramaturgo, actor y director Otto Minera tradujo las tres obras, dos de ellas a partir de la versión inglesa de Ralph Manheim. Minera actuó como un Diógenes y respaldó la luz de su lámpara en T. S. Eliot, que puso Coriolano por encima de Hamlet, y la juzgó, “junto con Antonio y Cleopatra, la cumbre de la obra de Shakespeare”. Lectura de lecturas, Coriolano se amplifica en esta ocasión a través de la mirada de tres directores contemporáneos.
Martín Acosta y Alberto Villarreal estrenaron las obras de Grass y Brecht respectivamente en septiembre, aunque sus montajes podrán verse en octubre y noviembre. A David Olguín le tocaron los mayores reflectores: estrenar en el Festival Cervantino el Coriolano de Shakespeare, la visión clásica y matriz de todas las aproximaciones trágicas que implica el modelo vital/fatal de Coriolano. Olguín aceptó el desafío de mostrar la actualidad de Shakespeare y de dejar en claro por qué en ella se encuentran las claves de un texto que nuestro presente no ha dejado de mirar.
En conversación, Minera ha reconocido que, de principio, el montaje triple de Coriolano representa un desafío actoral: “Los directores que hacen la trilogía (Olguín, Villarreal, Acosta) escogieron conjuntamente a veinticinco actores de la cnt para representar las obras. Esos veinticinco actores tendrán que recurrir y poner a prueba sus habilidades histriónicas, camaleónicas. Un personaje aquí, otro distinto allá; cada creación actoral bajo la particular interpretación de un director. Varias capas de pintura para llegar al preciso color deseado. Y con el elenco como pilotes, levantar el preciso edificio dramático.”
¿Coriolano es vigente para el espectador actual? Es una de las obras menos representadas de Shakespeare, admite Minera. “Carece de las pinceladas glamorosas de sus obras más conocidas, pero en realidad no le hacen falta. Es un redondo logro artístico. Sin embargo, puede seguir sucediendo que se la pase por alto en la medida en que la cultura de quienes hacemos teatro, y, en consecuencia, la de los públicos de teatro, se quede corta y no se sofistique como para gozar de ella. Por otro lado, sería una pena desaprovechar el espejo que representa y dejar que nuestra discusión sobre la democracia no pase del kindergarten.”
Para David Olguín este trabajo es una empresa mayor “por donde se le vea”. A su parecer, la gran tarea consiste en pensar en las consecuencias de la obra shakespeariana en el siglo XX si consideramos que uno de sus grandes dramaturgos –el que hace las mayores reflexiones políticas sobre el devenir de su siglo–, Bertolt Brecht, decidió adaptarla y reescribirla, y que Günter Grass haya partido de ella, a través de la experiencia brechtiana, para cuestionar el papel de los intelectuales durante la primera insurrección obrera de Alemania Oriental.
Al momento de mi entrevista Olguín se encuentra deliberando sobre las soluciones escénicas, los acentos, las discusiones con el elenco de su Coriolano. En sus respuestas, reflexiona, me confía, sobre la manera de actualizar esta obra mayor de Shakespeare; recurre a lecturas amplias, críticas, clásicas –como las de Harold Bloom o Jean Kot– para concluir que la visión que actualiza la tragedia tiene como eje al individuo contra el pueblo o contra los intereses creados. De ahí que Coriolano sea la obra política por excelencia.
En el orden de lo histórico, Olguín contempla la experiencia parlamentaria de tres siglos, que va del XIII al XVI, un proceso de transición entre el mundo feudal y la conformación del Estado moderno. Señala como innovadora la llegada de los tribunos al capitolio romano. Justo es lo que Jean Kot considera una de las primeras victorias democráticas. La mentalidad aristocrática no tiene experiencia para enfrentar la irrupción de la ciudadanía.
Shakespeare muestra al individuo contra todo lo que implican las corporaciones de intereses públicos –llámense patricios, grupos de poder, etcétera–. Coriolano termina triturado, como suele ocurrir cuando están de por medio estos grandes intereses colectivos. Coriolano tiene una educación espartana, es un hombre hecho para la sequedad, para la milicia. Su relación con el poder tiene un lado luciferino. Muestra una mentalidad aristocrática que va de la antigua Grecia al Camus de El hombre rebelde, que consigna que más vale morir de pie antes que vivir arrodillado. Un desafío contra la aplanadora de lo homogéneo.
Hay un desprecio por lo popular en el proyecto político que se adivina; en el senado de los patricios aparece la vieja máxima: todo con el pueblo pero sin el pueblo; es decir, contar con él, pero sin dejarlo tener verdadera participación política. Ese proyecto de los patricios se ve muy claro en la obra. Pero Coriolano va más lejos a través de una visión incómoda para los patricios: no es solo todo con el pueblo pero sin el pueblo. Lo que Coriolano advierte es que la pequeña parcela de poder que le hemos dado al pueblo le servirá de plataforma para pugnar por sus principios igualitarios. Por ello termina diciendo: pronto el rebaño de primitivos y vulgares vendrán a picotear el reino de las águilas.
También están los protagonistas. La madre de Coriolano, de quien Bloom asegura que es el más aborrecible de todos sus personajes femeninos, tiene su propio proyecto político al grado de que en Roma se hacía mofa de la dependencia de Coriolano hacia ella, de su dependencia edípica. A pesar de su ineptitud política, su madre le ha diseñado al protagonista un proyecto donde solo triunfan los que tienen doblez y relativizan los principios. “Ahí está su sentido trágico y ahí he puesto el acento”, concluye Olguín.
En última instancia, lo que se encuentra entre el mundo inglés que ha conquistado auténticas prácticas democráticas y nuestra verticalidad heredada de España es lo que esta obra puede poner a discusión. Coriolano nos muestra el papel del desprecio en términos personales y eso contribuye también a su vigencia. Hay sujetos –fáciles de identificar hoy día en la política nacional– que fomentan el clientelismo, armando y tejiendo sus redes de intereses. A ellos Shakespeare parece otorgarles una especie de conciencia de clase. Por este y otros temas puestos en escena, Coriolano conserva una gran actualidad para el espectador mexicano. ~