Algunos dicen que la política se parece a la seducción amorosa, y en muchos sentidos es cierto. Piénsalo. Como votante, comparas, estudias las distintas personalidades y estilos, hasta que al final te decides por el hombre o la mujer que, te parece, comparte tus valores esenciales y junto a quien imaginas que podrías envejecer (al menos durante una legislatura o dos). Y, por otro lado, tienes a políticos que interpretan el papel de Casanova: cortejan a un votante tras otro con elevadas promesas de felicidad y éxito, y mientras las hacen se preocupan porque su pelo tenga buen aspecto.
Esta temporada presidencial no ha sido distinta. Hemos visto a Barack Obama y Mitt Romney jugando a varias bandas, con el vigor y la persistencia infatigables de un estudiante universitario que vive su despertar sexual. Sin embargo, en los últimos meses, tras ir a los sitios donde tenían que ir e incitar a los potenciales votantes a la coquetería y promiscuidad políticas, parece que los dos candidatos han decidido a qué pareja quieren dedicar la mayor parte de su noche. Y es la misma: los hispanos.
Y las dos partes están más que dispuestas a hacer todo lo posible para certificar que el sentimiento es mutuo.
Este verano hemos visto a Obama y Romney intentando hablar español (con diferentes grados de éxito), a Eva Longoria desempeñando un papel importante en la convención demócrata, y anuncios de campaña con eslóganes en español como “Ya no más”. Mires donde mires, parece que ambos lados han encontrado una nueva forma de atraer a los votantes hispanos. Y con razón: los hispanos tendrán un papel extremadamente importante a la hora de decidir la elección presidencial este año. Con cincuenta millones de electores potenciales, el bloque hispano tiene mucho más poder y empuje en 2012 que en ninguna elección anterior. Pero, pese a todas sus aperturas, Obama y Romney siguen siendo algo simplistas en su búsqueda de esa cita de ensueño.
El último episodio de esta intensa batalla por el voto hispano (también llamada “Halagando a los hispanos 2012”) se produjo durante las convenciones nacionales de los republicanos y los demócratas. Cada partido invitó a una joven y excitante estrella de origen hispano a que pronunciara uno de sus discursos principales. El elegido por el Partido Republicano, el senador de Florida Marco Rubio, tiene el aspecto, la sonrisa y la elegante habilidad oratoria que su formación política considera claves para atraer a los electores hispanos, mientras que el hombre que seleccionaron los demócratas, el alcalde Julián Castro, posee la pasión, el optimismo y el pedigrí que, a juicio del partido, entusiasmará a un grupo de votantes extremadamente poderoso. Y, aunque los dos hombres tuvieron una intervención admirable bajo los focos abrasadores de la convención (de hecho, los discursos de Rubio y Castro estuvieron entre los mejores momentos de cada acontecimiento), y aunque es indudable que muchos hispanos de todo el país se sentían henchidos de orgullo, cuando el brillo desapareció, muchos percibían que una sensación de advertencia y desaliento acechaba entre las sombras: solo es una parte del juego.
Si las cifras fueran distintas, el guion también lo sería. Si Obama y Romney creyeran que la clave de su éxito reside en el voto negro o asiático-estadounidense, esos serían los rostros que saldrían en nuestras pantallas y los gritos que se oirían en las campañas. Pero como todas las cifras señalan que esos cincuenta millones de hispanos tienen la llave del despacho oval, a ellos irán dirigidos los requiebros más ingeniosos y entusiastas.
Y es una sensación extraña. En muchos sentidos, ver que los hispanos desempeñan un papel más importante en el discurso nacional da una sensación de poder y emoción pero, al mismo tiempo, observar cómo se agrupa a los hispanos en una sola categoría homogénea y constatar cómo las preocupaciones de la población hispana se condensan pulcramente en un par de fases produce una impresión de frustración y paternalismo.
Lo que hace que la población de Estados Unidos sea tan atractiva, y lo que ni Obama ni Romney parecen entender por completo, es la enorme diversidad que hay en ese grupo de votantes de cincuenta millones de personas. Hay mexicanos y cubanos. Hay colombianos y portorriqueños. Hay estadounidenses de primera y segunda generación. Pero, por encima de todo, son estadounidenses.
Sus preocupaciones no deberían encerrarse en cuestiones de guetos o casillas, y sus identidades no deberían embutirse en un solo hombre o una sola mujer que habla en una tribuna. Las preocupaciones de los hispanos son preocupaciones estadounidenses y el voto hispano se basa en el mismo cálculo intricado que decide el de sus vecinos. Si Obama y Romney creen que pueden conquistar la mente y el corazón de los hispanos con un solo enfoque, están siendo algo imprudentes.
Es agradable ver que los candidatos presidenciales prestan a los hispanos un poco más de atención de la que les dedicaban en el pasado, pero que su atención se aplique de una manera tan estrecha demuestra que, aunque la población siga abriéndose paso en el tejido de la sociedad estadounidense, a los hispanos todavía no se les considera mucho más que un nicho de la población y una mercancía temporal durante los años electorales.
Pero veamos el lado bueno: por ahora al menos somos la chica más guapa de la fiesta. ~
Traducción de Daniel Gascón
es doctor en derecho por la Universidad de Michigan, es el redactor jefe en Univision News