Las otras sensualidades de las letras

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Es probable que las campaรฑas de promociรณn de la lectura hayan hecho todo al revรฉs. En ellas la moral y el voluntarismo ocupan el lugar que le deberรญa tocar a la sagacidad psicolรณgica. Hay excesos de โ€œdeber serโ€ y mucha falta de ser.

Muerdan o no, estรก claro que la gafa fรณrmula โ€œlos libros no muerdenโ€ no mueve a nadie a la acciรณn de leer, y que incluso aleja de la lectura a cualquier aspirante en fase de vacilaciรณn. Si en cambio nos atreviรฉramos a plantear que los libros โ€“al menos algunosโ€“ muerden rico y ponen piel de gallina en los lectores, quizรกs la cosa podrรญa ser diferente.

A las letras nos toca despertar. No somos vehรญculo de ninguna templanza del alma, ni mucho menos asรฉpticos predicadores de valores absolutos. Las letras, si sirven, sirven para otra cosa. A las letras nos toca inquietar; nos toca provocar, problematizar; nos toca movilizar, seducir; nos toca abrir, pues, en lugar de cerrar. Pero es que los seres humanos necesitamos mรกs de las preguntas que de las respuestas, de las aperturas a la incertidumbre que de los resguardos asfixiantes en รฉstas y aquellas certezas. Los libros (como en todo, los buenos libros) empujan a lo incierto y a lo ambiguo, ensanchan el mundo del lector, complejizan sus refugios. En este sentido, los libros no ayudan, ni mucho menos โ€œautoayudanโ€. Los libros hacen, constituyen; los libros nos arrojan.

Pero volviendo a lo del morder, tambiรฉn podrรญa volver aquello de que โ€œleer es un placerโ€ o de que es โ€œgenialโ€. Que yo sepa, nadie nos ha tenido que convencer de que hacer el amor es un placer. Tal vez porque en cuestiones del placer una cosa es lo sentido y otra, bien diferente y bien inconsistente, lo proclamado. O tambiรฉn porque a veces los mensajes mรกs incitadores son aquellos que se dan invertidos, y el deseo se nutre del desafรญo y de la trasgresiรณn.

Si leer es de verdad un placer, lo serรก leyendo y no escuchando una y otra vez, cual โ€œlataโ€ desafinada, que leer es un placer.

Es probable que entre leer un libro y comprar un libro, en la medida en que de libros se trate, pueda no haber diferencias; en ambos casos la cultura ha hecho una primera caladura. E incluso valdrรญa plantear que puede ser lo mismo comprar un libro que robar un libro, porque es que tambiรฉn, en algรบn sentido bien general y bien iniciรกtico, es lo mismo. Otra vez, en cuanto a la penetraciรณn de la cultura se trata, en ambos casos hay al menos un primer nivel de caladura.

Esto cuenta ademรกs para el caso del tener, a mi juicio. Tener por tener; tener para que haya. Tener libros propios o heredados o compartidos o prestados, pero tener; libros de todo tipo, de los buenos y de los otros, de los santos y de los otros (o incluso hasta todos de los otros), pero tener. Tener con independencia absoluta del leer, del consultar y hasta casi del limpiar, pero tener.

La misma cosa, entonces, es tener que leer, y รฉsta, que comprar y que robar, y a su vez que consultar y que referenciar y que โ€œmanosearโ€ un libro. Y todos aquellos interesados y sobre todo implicados en la cuestiรณn de los libros, en lugar de dedicarnos ora a la consabida queja por los bajos niveles de lectura o de reconocimiento por los libros, ora a la promociรณn estereotipada de la lectura, podrรญamos empezar a migrar hacia espacios nuevos donde nuestra labor, con proa al mismo destino, cambie tal vez sustancialmente su modo de ser.

Digo, porque si en este sentido robar un libro adquiriera tanto sentido como comprarlo, y si tenerlo significara tanto como leerlo, entonces nuestros modelos de mediciรณn y sobre todo de valoraciรณn se transformarรญan de manera evidente y comenzarรญamos a plantear avances donde sรณlo juzgรกbamos frustraciรณn, y a ver puentes donde sรณlo encontrรกbamos cismas.

Los caminos de acceso a la cultura son menos esquemรกticos de lo que queremos aceptar, y los estereotipos, en lugar de libidinizar, estigmatizan y se comen las energรญas vitales. Y si por esta lรญnea siguiรฉramos, quizรกs llegarรญamos a lรญmites mรญticos donde los ladrones de libros abundan y los tenedores de libros gozan con el despojo.

Conozco quizรกs demasiados estudios sobre hรกbitos de lectura, compra de libros, pรกginas o palabras leรญdas por persona en tal o cual perรญodo, etc., pero no conozco ni un estudio que me cuente en cuรกntos hogares de alguna poblaciรณn determinada hay al menos una mรญnima expresiรณn estable de biblioteca.

Probablemente estรฉ demasiado influido por el mito borgesiano de la biblioteca paterna, que tambiรฉn fue la biblioteca de mi padre. Biblioteca en el sentido mรกs material de la nociรณn: libros acomodados (si algo desacomodados, mejor) de lomo, unos tras otros, con algรบn orden, que es el orden y el desorden de la lectura pero que no es el orden de los tamaรฑos o de los colores, ni tan siquiera el de las colecciones, porque eso ya casi no es biblioteca.

Creo profundamente en el valor simbรณlico de las bibliotecas en esto de promover la lectura; creo en eso quizรกs mรกs que en cualquier otra cosa. Creo en las determinaciones simbรณlicas. Creo que un padre (o una escuela) dice mรกs por su biblioteca que por sus, por lo general, convencionales proclamas en favor de los favores de la lectura y los libros.

Para empezar โ€“digoโ€“, que la biblioteca estรฉ; que fรญsicamente tenga su lugar perenne. Luego, si queremos seguir profundizando, convendrรญa adjuntar algunos otros detalles. Que estรฉ en lugar valorado, que tenga algรบn movimiento, aunque mรกs no sea cada tanto, y que โ€“ยกpor favor!โ€“ no sea utilizada para otra cosa como colocar portarretratos en lugar de libros, o flores, revistas, souvenirs, televisores o santos; que sea una biblioteca que contenga fundamentalmente libros.

Kรกrmica, tan kรกrmica como paciente y confiada, la biblioteca nos espera como sabiendo que mรกs tarde o mรกs temprano comprenderemos su mensaje, advertiremos su presencia (o su ausencia) y entonces sรญ ingresaremos en el โ€œotro cieloโ€ que nos ofrece. O aรบn menos que el โ€œnos ofreceโ€, que tan sรณlo nos presenta (porque las bibliotecas son pacientes como el mar). Insisto, las bibliotecas hacen lo mismo que hacen las catedrales con la fe: modelan por presencia, por carismรกtica presencia. Y el padre (o la madre, claro), cual templado samurรกi, con sรณlo habitar la biblioteca, es decir, usarla, pone a andar ese mensaje รกurico que tanto mรกs transmite porque tanto mรกs dice. Tanto mรกs dice porque sรณlo insinรบa, porque soporta bien la ambigรผedad que genera. (Recuerdo que el primer libro que identifiquรฉ en la biblioteca de mi casa paterna fue uno que se llamaba mรกs o menos como Tรฉcnicas sexuales modernas o algo asรญ. Libro que por supuesto no satisfizo mis afanes adolescentes, pero que como sin querer me instalรณ en esa escena mรญtica de estar recostado en el piso, cuando no hay nadie en la casa, con la cabeza ladeada, leyendo uno a uno los tรญtulos de los libros albergados en la biblioteca).

Cuando mรกs urgentes consideramos las cosas, mรกs torpes solemos ponernos. Y la promociรณn de la lectura se ha vuelto una urgencia social en casi todas partes. Por eso โ€“creoโ€“ debemos cuidarnos especialmente de nuestras propias torpezas. Anhelamos el descubrimiento de la endovenosa del placer de la lectura, casi desesperados ante la incontrastable โ€œperdiciรณn adolescenteโ€. ยกComprensiรณn ya โ€“aรฑoramos y exigimosโ€“ del valor del libro y sustituciรณn casi inmediata, y ademรกs por goce, de la televisiรณn!โ€ฆ Pero tal vez no. Tal vez podamos aspirar a situaciones mรกs factibles y โ€“probablementeโ€“ mรกs hondas, de mejor caladura dirรญa, como que nuestros hijos escojan un lugar junto a la biblioteca para escribir sus cientos de mensajes electrรณnicos diarios. O tal vez โ€“ambiciosos por demรกsโ€“ nos ilusionemos con que serรก nuestra querida biblioteca contra lo que ellos volcarรกn (o ellas se dejarรกn volcar) por primera vez a su amante para evidenciarle su amor y no olvidarlo nunca mรกs en la vida; y hasta incluso tal vez tambiรฉn, luego de terminar, ellos terminen ojeando entre risas y satisfacciones este ejemplar de La poรฉtica del espacio de Bachelard o aquรฉl de El largo adiรณs de Chandler que por casualidad cayeron al suelo un poco por el fragor de la pasiรณn y otro poco por la endeblez del desorden.

En tiempos saturados de modernidad como los que vivimos, cuesta entender por quรฉ en todo esto de la lectura le apostamos tanto al mensaje explรญcito (soportado en una vetustรญsima teorรญa comunicacional de un conductismo naรฏf) y desatendemos y parecemos descreer de los mensajes subliminales, de caladura simbรณlica.

Dos elementos hacen, a mi juicio, al no lector no lector. Uno, la ausencia de referencias simbรณlicas en su imaginario psรญquico. Y dos, la falta de fluidez en la acciรณn de leer, lo que impide el encuentro con la dimensiรณn narrativa o expresiva de lo leรญdo. Todo lo demรกs โ€“verbigracia: exceso de alternativas, falta de estรญmulo escolar o familiar, precios de los libros, insuficiencia de campaรฑas oficiales y privadas sistemรกticas, cantidad de librerรญas o bibliotecas, etc.โ€“ es superfluo al lado de lo basal de estos dos elementos.

Respecto al primero, conviene desglosar la referencia simbรณlica en sus dos dimensiones: la de sujeto y la de objeto. En tรฉrminos de sujeto, al no lector suele faltarle modelo con quien identificarse en la aficiรณn por la lectura. Sencillamente, alguien que lea y goce y le confiera sentido al acto de leer; y eso sistemรกticamente.

Respecto al segundo elemento, el problema de quรฉ origina, quรฉ estรก aquรญ siempre. ยฟNo se lee porque no se goza o no se goza porque no se lee? Serรก de las dos, pero me centrarรฉ en la segunda: no se goza porque no se lee; o mejor aรบn: no se lee porque no se estรก preparado para leer. Las dimensiones narrativas y expresivas de los textos sรณlo emergen con el lector fluido. Atravesar el espesor del verbo โ€œleerโ€ para ingresar en la dimensiรณn de lo leรญdo es decisivo para valorar y gozar de la lectura. Sin embargo, los malos lectores โ€“tรฉcnicamenteโ€“, ora por falta de formaciรณn ora por falta de entrenamiento, no acceden a las dimensiones significativas de la lectura. El hรกbito de la lectura, entonces, no ya como corolario del buen lector, sino como condiciรณn necesaria de la posibilidad de la lectura. Leer habitualmente, es decir, periรณdicamente, como ejercicio para estar preparados para leer en un sentido cabal, de eso se trata.

Las letras, los planes de lectura, los libros y demรกs corren, a mi juicio, el riesgo de la infatuaciรณn. A fuerza de exaltarlos y exaltarlos, y sin matices ni mรญnimas ambigรผedades, estamos haciendo borde con nuevos riesgos insospechados. De seguir por este camino, alguna vez el gentilicio โ€œlectorโ€ se cuadrarรก definitivamente y ya nada nos permitirรก moverlo de su propia infatuaciรณn. Y si bien sabemos de sus valores y de sus potencialidades, tambiรฉn sabemos de su necesidad de transformaciรณn.

Las letras nos necesitan, pero de otra manera. No necesitan de su constante y plana exaltaciรณn, sino de una buena vez de nuestro involucramiento para repensarlas. Si todo esto sucediera, el cuadro se equilibrarรญa de nuevo, y el debate sobre la lectura se verรญa compelido a revisar su propia imagen en el espejo. Y los demรกs nos verรญamos forzados a abandonar nuestra cรณmoda poltrona retรณrica de la ponderaciรณn para medirnos en otros planos. Las otras sensualidades de las letras, de las que hablaba. Pero si no sucediera, me parece que la diosa paciencia puede aburrirse y todo petrificarse para siempre. ~

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