Si usted tuviera el poder para resolver dos problemas que afectan a la humanidad, ¿cuáles escogería? Si respondió eliminar la pobreza extrema y el hambre y controlar el cambio climático, sus prioridades coinciden con lo que los países de la ONU se han comprometido a lograr, entre otros objetivos, para el año 2030. Que la pregunta sea personal tiene mucho sentido porque estos problemas también nos exigen asumir responsabilidades personales.
En el año 2000, los jefes de Estado y de gobierno de los países miembros de la onu adoptaron la llamada Declaración del Milenio, cuyo objetivo era hacer frente a los problemas socioeconómicos más acuciantes de los países en desarrollo. La declaración, organizada en ocho objetivos, se propuso atender los desafíos concernientes a la pobreza extrema y el hambre, la educación, la igualdad de género y las oportunidades para las mujeres, las enfermedades contagiosas potencialmente pandémicas, la mortalidad infantil, la salud materna, el desarrollo sostenible y el fomento de la acción asociativa internacional para un desarrollo integral.
Los Objetivos del Milenio buscan resolver problemas a corto plazo y brindar herramientas para que la gente “aprenda a pescar”, universalizando la educación primaria, dando oportunidades reales a las niñas y de trabajo a las mujeres, y ampliando el acceso a medidas sanitarias de toda índole. De acuerdo a evaluaciones realizadas en 2014, los resultados obtenidos hasta el momento son alentadores, aunque desiguales por área y región.
A pesar de los avances que se han dado en reducción de la pobreza, acceso a salud infantil y materna y participación política femenina, los logros han sido insuficientes. La onu ha establecido la Agenda Post 2015, con el propósito de no perder lo alcanzado y añadir objetivos referentes a combatir el cambio climático. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ods), que constituyen esta agenda, deberán alcanzarse a más tardar en 2030. Los países están obligados a integrar estos objetivos globales a sus propias necesidades de la manera más armoniosa posible.
Es sabido que con frecuencia hay trade offs entre el crecimiento económico (de corto y mediano plazo) y los objetivos ambientales. Esos trade offs generan a veces divergencias entre países y entre actores sociales y empresas económicas, por lo que alcanzar un acuerdo consensuado es una tarea difícil. Menciono esto porque tampoco deben minimizarse los obstáculos políticos, y de intereses legítimos, que tienen los gobiernos al momento de tomar una decisión.
Aunque, con frecuencia, obstáculos políticos y económicos nacionales dificultan los acuerdos globales reque- ridos para resolver desafíos de escala mundial como el cambio climático y la pobreza extrema, la diplomacia multilateral ha dado buenos frutos. Un buen ejemplo es el tratado para el control de gases que vulneran la capa de ozono o el reciente avance en Lima, en diciembre pasado, hacia un acuerdo para reducir y paliar la amenaza del calentamiento global, aunque este último no sea todo lo sólido que deseamos. Estos logros de la diplomacia deberían llevarnos a seguir trabajando, no bajar la guardia y presionar para, que antes del 2030, las metas esenciales de la nueva agenda haya sido cumplidas.
Los temas más controversiales de esta agenda han sido los relativos al acceso efectivo a la justicia, la igualdad de género, la protección del ambiente y de los medios para lograrlo y, por supuesto, los “medios de implementación”, es decir, el volumen y tipo de recursos que se aportarán, reformas a las normas del comercio internacional (finalizar la difícil Ronda de Doha de la Organización Mundial de Comercio), transferencia de tecnología y otros. Se ha reclamado un mínimo anual del 0.7% del pib para la Ayuda Oficial al Desarrollo como compromiso ya asumido por los países desarrollados que, sin embargo, objetan que la economía global ha cambiado sustancialmente desde lo acordado en Monterrey en 2002 y, por lo tanto, nuevos países deberían ser donantes netos.
Los ciudadanos, en coherencia con los derechos y responsabilidades que nos otorga tal condición, debemos usar todas las vías y herramientas que nos ofrecen las sociedades democráticas para exigir de nuestros gobiernos asumir con seriedad esta agenda y pasar de la discusión a la acción. En la dirección un.org/desa es posible encontrar toda la información oficial; también hay múltiples plataformas de sociedad civil (buscar “Agenda Post 2015” en Google). Un mínimo de solidaridad con los pobres y de responsabilidad con las generaciones jóvenes y futuras, nos demandan involucrarnos, ya sea participando políticamente o, al menos, comunicando nuestro compromiso a fin de formar redes de apoyo y acción. ~
(San José, Costa Rica, 1950) es economista. Hasta el año pasado, se desempeñó como embajador alterno de Costa Rica ante la ONU. Es investigador en desarrollo económico y sostenible.