Los muchachos de Mandinga

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La inquietud por la visita a Mandinga desde hace veinte aรฑos podrรญa decirse que fue buena. Durante un viaje la historia que escuchรฉ fue esta:

En el Golfo de Mรฉxico, en las afueras de Veracruz, hay un pueblo que se llama Mandinga. El nombre indica que antiguamente era una aldea de esclavos africanos. La razรณn es que Veracruz era el principal puerto de entrada de esclavos a Mรฉxico.

En Mandinga el agua de mar y el agua dulce se mezclan en una laguna, tesoro de peces y mariscos y famosa porque abundan las ostras. Del lado de la costa hay exuberantes รกrboles de tamarindo que dan sombra a algunas casas. Hay pequeรฑos restaurantes construidos sobre el agua, apenas poco mรกs que chozas. Entrรฉ en un establecimiento rรบstico. Del lado que da al mar estaban varios muchachos mulatos con aire de no hacer nada. En el menรบ figuraba la comida local: “huachinango estilo Veracruz”, “cangrejo asado en su concha”, etc. Pero no la pieza central.

Lo mejor eran sin duda las ostras. Pero no estaban, asรญ que preguntรฉ al propietario y contestรณ que por supuesto tenรญan.

–¿Cuรกntas? ¿Cuรกntas quiere? –preguntรณ.

–A ver, una docena –contestรฉ.

–¡Pedro, una docena! –gritรณ el propietario y un muchacho se zambullรณ en el agua, salpicando.

Se sumergiรณ, salieron burbujas, pasรณ unos tres minutos bajo el agua y subiรณ.

Habรญa ido por la orden y la traรญa entre los brazos. Asรญ que si de ostras se trata, no dejes de ir a Mandinga.

Esa fue la historia.

 

                                                             •

Cuando le contรณ la historia a su hijo de pronto le vino a la mente que los muchachos tenรญan mรกs o menos su edad, y se le ocurriรณ que era el momento de ir juntos.

Haciendo cuentas, hacรญa mรกs o menos quince aรฑos que habรญa estado en Mรฉxico. En esa รฉpoca habรญa estado, cada tercer aรฑo, en รfrica, en Brasil, en el transcurso se habรญa casado, habรญa publicado libros, habรญa tenido sus escapadas, educado un hijo y, ocupado en el caos de la vida, no habรญa tenido oportunidad de ir a comer ostras a Mรฉxico.

Quince aรฑos de ausencia no sabรญa si eran mucho o poco pero apenas llegar a la ciudad de Mรฉxico notรณ un gran cambio. Desde el aeropuerto el taxista llevaba el cinturรณn puesto. Esto le sorprendiรณ tanto que se quedรณ sin palabras. En cualquier coche al que miraba llevaban el cinturรณn puesto.

Antes no era raro ver que en cualquier coche el cinturรณn se balanceaba golpeando la ventana. El colmo era que les estorbaba, lo amarraban a la fuerza y al encontrar que quedaba corto lo dejaban como antes.

De hecho, este cambio se veรญa claramente. Sin equivocaciรณn, significaba que el valor de la vida habรญa cambiado. Y en correspondencia el apego a la vida se reforzaba. Botellas de plรกstico de agua mineral se vendรญan en abundancia por todos lados; parecรญa estar de moda entre los jรณvenes ir caminando con una gran botella de dos litros. Pensรณ que esto era un nuevo espectรกculo de la globalizaciรณn.

Desde tiempos antiguos era fama que en el agua de Mรฉxico se encontraba “la venganza de Moctezuma”. Antes parecรญa que unas gotas de soluciรณn de yodo desinfectante en el agua del grifo eran el รบnico medio de defensa. En las zonas rurales no habรญa modo de cambiar agua por coca o cerveza y corrรญa la especie de que habรญa que enjuagarse los dientes con coca.

Sin embargo, tal vez el cambio mรกs grande estaba en รฉl mismo. Hace veinte aรฑos, solo, tenรญa el coraje y la libertad de ir adonde fuera. En cambio, el viaje esta vez era con su hijo de doce aรฑos. No serรญa fรกcil meterse en cualquier lugar, debรญa mostrar su papel de padre. Podรญa volverse un viaje complicado.

Cruzando la cordillera llegaron a Veracruz y se dirigieron directamente al hotel que habรญan reservado frente a las Playas de Mocambo. Mocambo significa aldea de esclavos fugitivos. La coincidencia del nombre lo habรญa llevado a escogerlo. Por el nombre, no podรญa dudarse de que antiguamente ahรญ habรญa una aldea de esclavos fugitivos, por lo que podรญa haber un vรญnculo con el origen de Mandinga. Pero Mocambo estรก ahora integrado por completo a un suburbio de Veracruz. Con la excepciรณn del nombre, no se ha conservado absolutamente ningรบn vestigio de la aldea de esclavos.

El Mocambo era un hotel balneario de viejo estilo art dรฉco. En los aรฑos cincuenta las estrellas de la รฉpoca de oro del cine mexicano se paseaban majestuosamente con aire moderno en sus espaciosos terrenos de albercas, terrazas y restaurantes colocados en distintos desniveles, un jardรญn que desciende y lleva hasta la playa. A su hijo le gustรณ deslizarse por la ostentosa resbaladilla que conduce a la alberca. Como los niรฑos mexicanos chapoteaban y chapoteaban desde la maรฑana hasta la tarde y permanecรญan en el agua largo tiempo, รฉl tambiรฉn, durante dos dรญas completos, se refrescรณ impaciente en la alberca. Pero el objetivo final era la comida del domingo frente a Mandinga.

No se hacรญan ni veinte minutos en taxi. Para salir de los suburbios se cruza un rรญo. La dispersa selva a lo largo del mar parecรญa perderse. Alejรกndose del mar y dando vueltas se desciende por la cuesta sin parar en los pueblos en que entra el camino reseco y ardiente. A paso de tortuga se iba por un camino polvoriento lleno de baches, del lado izquierdo colgaban espectaculares de anuncios de restaurantes y aproximadamente una decena de casas aparecรญan en caravana. Desde el coche que serpenteaba esquivando baches se podรญa ver que un lago se extendรญa por detrรกs de los edificios. Siguiendo por una vereda, un bosque espeso de รกrboles de tamarindo hacรญa sombra al lado del camino. Se habรญan multiplicado las pequeรฑas chozas del lado del agua. No se habรญa equivocado. Estaba seguro de que aquรญ estaba lo que era su ilusiรณn por Mandinga.

Confiando en el chofer, entraron en un negocio manejado por un amigo suyo. En todos los negocios abiertos frente a la laguna se veรญan sillas de plรกstico con el logo de una marca de cerveza y mesas en hilera. Un grupo amenizaba dando vueltas y en todas las mesas turistas mexicanos gozaban de la intimidad de un gran banquete que apenas comenzaba.

¿Realmente aquรญ estarรญa bien? Por un momento le asaltaban los temores pero no habรญa vuelta atrรกs.

–¿Tiene ostras?

–Claro. En esta temporada tenemos de las pequeรฑas, ¿cuรกntas quiere?

Eran las palabras clave y entonces pidiรณ resueltamente una docena. Ademรกs ordenรณ cualquier cosa: un coctel de camarรณn, una sopa de mariscos, un huachinango estilo Veracruz y platillos del lugar, sin pensar demasiado en ello.

–¡Pedro, una docena para el seรฑor!

Sin duda era la voz del dueรฑo y solo resonรณ la ilusiรณn dentro de รฉl: la imagen de los muchachos buzos que salpican y se zambullen en el agua. Pero mirรณ a todos lados con inquietud, y en ningรบn lado estaban.

Su hijo esperaba ver algo de los malabares de la historia de los muchachos que se zambullen, que reiteradamente le habรญa hecho escuchar. Sobre el plato escaso miraba las doce ostras en su concha. Y desde el principio ni las almejas ni los pescados le gustaron.

–¿Te engaรฑaron? –el tono era de provocaciรณn.

Tal vez era cierto. Su confianza se sacudiรณ. Pero, ¡ah!, seguramente no era eso.

Los tiempos cambian. Ahora ver a unos muchachos zambullirse por unas ostras podrรญa sin duda calificar como abuso a los menores.

Estuvo desolado y atormentado en la comida. Salieron de ahรญ bajo los intensos rayos del sol. A la orilla del camino compraron un coco verde. No habรญa sombra en la tienda de cocos. Con la mano izquierda tomรณ el coco, con un gran machete afilado hizo tres, cuatro cortes y quitรณ el extremo superior. Con giros de muรฑeca abriรณ un agujero. Se alternaron el coco para beberlo con un popote. Debiรณ de ser la primera vez que su hijo bebรญa agua de coco. No era ni dulce ni salada, quรฉ decepciรณn. Era la vaguedad del trรณpico.

Terminaron de beberlo y con el coco en la mano, mรกs grande que su propia cara, el hijo dijo:

–¿Quรฉ hacemos con esto?

Se lo quitรณ de la mano.

–Lo llevaremos a la tienda de cocos.

–รbrelo –pidiรณ.

Abrirlo era el verbo que habรญa que usar. Su confianza volviรณ sรบbitamente.

Lo partieron en dos, del centro del coco sacรณ la pulpa y se la mostrรณ. Un poco demasiado maduro, se fue endureciendo, y los dos lo iban mordiendo mientras caminaban.

Ya aparecerรญa un taxi en el camino. Si era asรญ, lo tomarรญan e irรญan al acuario de Veracruz. Le habรญan dicho que se podรญa ver la panza de un tiburรณn. ~

Traducciรณn de Monserrat Loyde

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