Hace exactamente medio siglo, en el verano del 53, Antonio Tabucchi, que entonces tenรญa diez aรฑos, se fue a pasar el mes de agosto a Cadaquรฉs con la familia de su tรญo paterno, que acababa de alquilar una casa con jardรญn justo al lado de la que desde hacรญa ya tiempo tenรญan mis padres para pasar los veranos. Yo, que tenรญa entonces cinco aรฑos, adquirรญ la costumbre, al caer la tarde, de coger un silla y subirme a ella para poder ver, por encima de la tapia, el jardรญn de los vecinos.
Parece ser que en cuanto veรญa aparecer al niรฑo de la casa de al lado, le decรญa:
—Antonio, Antonio…
—¿Quรฉ? —me contestaba รฉl con cierto fastidio, porque ya sabรญa lo que iba a decirle.
—Antonio, los adultos son estรบpidos.
A veces imagino que cada vez que le decรญa esta frase al niรฑo vecino, mi madre me ordenaba bajar inmediatamente de la silla y entrar en la casa.
—Anda, entra en casa, que se estรก haciendo cada vez mรกs tarde —me gusta imaginar que me decรญa. Pero mi madre se niega a aceptar como verdad que ella me obligara a entrar en casa, y dice que en realidad yo me subรญa a la silla y decรญa cosas raras y luego me cansaba y entraba en la casa para pedir la cena, y que eso era todo. Mi madre no puede aceptar que yo cuente otras versiones porque dice que simplemente son recuerdos falsos, no verdaderos. A mi madre no le gustan los recuerdos inventados.
Por su parte, Tabucchi se acuerda perfectamente de aquel niรฑo de los vecinos que asomaba al atardecer su cabecita por encima de la tapia y le decรญa, con notable obstinaciรณn, que los adultos eran estรบpidos. Yo no me acuerdo de la frase, sรณlo tenรญa cinco aรฑos, aunque sรญ me acuerdo de la silla y de la tapia y del niรฑo de los vecinos. Tardรฉ mucho, muchรญsimo, en saber que รฉste, al hacerse mayor, se habรญa convertido en Antonio Tabucchi, autor de libros como Dama de Porto Pim, esa pequeรฑa obra maestra que tanto me entusiasmรณ cuando la leรญ en el 83, y ni remotamente se me ocurriรณ pensar que el autor podรญa ser aquel vecino mรญo de Cadaquรฉs del lejano verano del 53. Y menos aรบn pensรฉ en esto cuando en el 87 escribรญ un texto, Recuerdos inventados, en el que utilizaba el tablรณn de anuncios del Cafรฉ Sport de las Azores —esa maravillosa taberna perdida en el Atlรกntico de la que hablaba Tabucchi en Dama de Porto Pim— para construir una caravana de voces, anรณnimas o conocidas, que se reunรญan en el espacio simbรณlico del tablรณn para emitir mensajes de nรกufragos de la vida.
Cuando publiquรฉ esos recuerdos inventados (entre los que me inventรฉ recuerdos del propio Tabucchi), no sabรญa ni podรญa yo llegar a imaginar que algรบn dรญa viajarรญa a las Azores y entrarรญa en el Cafรฉ Sport y verรญa en vivo y en directo ese tablรณn de madera o soporte visual de "las voces traรญdas por algo, imposible decir por quรฉ". Cuando publiquรฉ esos recuerdos inventados, mi madre, al percibir el homenaje solapado a Tabucchi que รฉstos encerraban, me dijo que no le extraรฑarรญa nada que ese escritor al que yo tanto citaba fuera el niรฑo de unos vecinos que habรญamos tenido en Cadaquรฉs en uno de los largos veraneos de los aรฑos cincuenta. "Uno con el que hablabas mucho", me dijo, y yo me reรญ, claro, me parecรญa inverosรญmil. "¿Quรฉ vecinos?", le preguntรฉ.
—Los Tabucchi —dijo.
Cuando me presentaron a Tabucchi en Barcelona, le preguntรฉ casi de inmediato si por casualidad habรญa veraneado alguna vez en Cadaquรฉs, y me dijo que sรญ, y muy pronto vimos que yo era el niรฑo que encontraba estรบpidos a los adultos. "Ya ves, no todos los recuerdos son inventados", me dijo Tabucchi, "aunque รฉste en concreto deberรญamos transformarlo hasta conseguir que parezca inventado y asรญ conseguir que no sea tan nuestro, debemos desorientar a quienes persiguen datos reales para reconstruir nuestras vidas". Entendรญ que para Tabucchi nuestra inclinaciรณn natural siempre ha sido la de ser otros y ser muchos, lo que felizmente nos ha permitido organizar nuestra poรฉtica a posteriori, convertir nuestras respectivas vidas y escrituras en una suma de las vidas falsamente verdaderas de todos aquellos personajes de nuestros libros que han habitado en nosotros. "Entonces", le dije, "¿quรฉ hacemos para que nuestro recuerdo de Cadaquรฉs parezca inventado?" "Obviamente, contarlo tal cual como fue", dijo. Y yo pensรฉ en Daniel Sada cuando en una parada de autobuses le escuchรณ decir a alguien que porque parece mentira la verdad nunca se sabe. Y retuve esa idea de Tabucchi de desorientar a quienes quieren reconstruir nuestras vidas. Y a partir de aquel dรญa, tras enterarme de que รฉl se consideraba la sombra de Pessoa, decidรญ convertirme en la sombra de Tabucchi y asรญ ser la sombra de la sombra de una sombra.
Hoy, que ya sรณlo soy la sombra de mi vecino que es la sombra de otro vecino, imagino ser el adelantado de esa caravana o expediciรณn fantasma que daba vida a mis recuerdos inventados, entre los que estรก un recuerdo veraniego del aรฑo 53, que hoy a lo que mรกs se parece es a una canciรณn toscana que alguien un dรญa cantarรก para siempre, confundiendo los nombres y las vidas. Se lo comento a veces a mi madre. Y ella entonces quiere saber cรณmo se canta esa canciรณn para siempre. "Son canciones que hablan de un tiempo inventado, que encima ya no existe. Por eso nadie las oye, sรณlo tรบ y yo, madre", le dije ayer. "Pues yo no las escucho", dijo ella, siempre tan atada a la verdad. "Las puedes oรญr en verano, a esas horas en las que uno nota que se va haciendo cada vez mรกs tarde." "Mรกs tarde", repitiรณ mi madre, y luego quiso saber en casa de quiรฉnes. Como no contestรฉ, ella ampliรณ la pregunta:
—¿En casa de quiรฉnes mรกs tarde?
—De los Tabucchi, madre. ~