El oído de tierra de la víbora
Oye bullir la vida bajo tierra
Las lenguas de agua negra
Que lamen lentamente los cimientos
De las casas nuevas
El ruido de las piedras partiéndose
En pedazos volviéndose a juntar
La piedra intacta eterna
No hace falta decirlo
Oye gemir el viento que aún no viene
Y el agua que no vuelve
Oye subir la noche y el rayo de la tierra
Y cómo se disuelve en líquido la piedra
Para subir de nuevo por voraces raíces
Hasta el árbol ya muerto
Oye subir la sangre por el huerto
Oye la gota de agua que en ondas se propaga
La nota de agua pura que su cabeza orada
La vibración del aire en gritos de cigarra
Y oye los esqueletos que tañen sin aliento
Que crujen en secreto
Oye con todo el cuerpo en ondas que repiten
Las formas de la tierra alrededor de un fuego
Que no se queda fijo
Siente pasos abajo y es la araña
Que sube por su hilo
Caracol de la oreja en círculos concéntricos
Que llevan hasta dentro
Del silencio
El ruido de una aguja que cae en el abismo
Y el del aire que rasga al ir cayendo
Oye lo que no se oye
La luz que va naciendo
La piel de la mañana en torno de la fruta
Y los roces de seda de cebollas oscuras
El rumor de la hierba cuando no sopla el viento
Y el rechinar de dientes de cristal de allá adentro
El fragor mineral de las profundidades
Y el sopor de los sueños vegetales
Oye los estallidos rojos de la tarde
La noche y sus insectos
Las sirenas del alba la escarcha del desierto
Y el círculo del sueño
Que ha tejido la oruga
En el séptimo suelo
Y oye nacer la gota de rocío
En el lóbulo oculto de su oído
Y de la lejanía que su propio silbido le regresa
Oye subir del silo de su cuerpo
Vértebra a vértebra
Por la escala de vidrio de su cielo
Sordo grito de fuego
Llama adentro
Y reviran de nuevo la víbora y la tierra
Y no oyen nada nada sino su propio aliento
Su silbo alucinado
Su silencio. –
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