Un islam democrático. Entrevista con Fareed Zakaria

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Después del once de septiembre, Estados Unidos cayó en un pantano intelectual del que apenas ha comenzado a emerger. Dominada por la histeria neoconservadora, la discusión perdió lucidez, tolerancia y, más importante aún, contacto con la realidad. Muy pocas voces consiguieron distanciarse de la coyuntura para exponer los riesgos de la respuesta estadounidense a los atentados. Una de las más notables fue la de Farreed Zakaria. En la primavera del 2003, Zakaria publicó The Future of Freedom, texto que, a la distancia, ha resultado profético. Años antes de que Iraq se convirtiera en una tragedia, Zakaria ya advertía sobre los riesgos de imponer una democracia liberal en un Estado sin instituciones libres y consolidadas. En esta entrevista, el editor de Newsweek Internacional comparte sus puntos de vista sobre Irán, el islam radical y el debate sobre la integración musulmana en Europa. De nuevo navegando a contracorriente, Zakaria aconseja prudencia y perspectiva histórica. Hace algunos años no se equivocó. Quizá vale la pena escucharlo ahora.


En su libro The Future of Freedom usted vaticinaba, considerando la retórica de corte reformista del entonces presidente Jatami, que Irán podría convertirse en una “democracia secular que combine la reforma y la revolución”. Al ver cómo se han desarrollado las cosas, ¿le sorprende la elección de Ahmadineyad y su posterior discurso belicista?

En cierto sentido me sorprendió, pero en otro no. Me sorprendió que, en una elección imperfecta y deficiente, los iraníes eligieran a Ahmadineyad. Pero recuerde que uno de los temas de mi libro es la propensión de los liberales a ser un grupo acorralado y embestido dentro de las sociedades en transición en casi cualquier lugar. Los liberales no suelen ser el grupo que gana las elecciones. Ellos institucionalizan la libertad, crean una sociedad civil y difunden la causa de la libertad, pero muchas veces no son el grupo que más atrae a las masas. Ahmadineyad es un ejemplo perfecto de un demócrata no liberal, si advertimos que cuenta sin duda con un gran atractivo popular. Además de esto, ha sido capaz de utilizar una serie de métodos para granjearse ese tipo de fascinación: el populismo, el nacionalismo, la xenofobia, el antisemitismo. Éstas son viejas armas en el arsenal de los demagogos.

Pero la razón por la cual no estoy demasiado desalentado es que nunca puedes predecir el tiempo que requerirá el proceso histórico que describo en mi libro. Los procesos de liberalización y modernización pueden ser bastante largos y bastante accidentados. Irán aún tiene, diría yo, algunos elementos fundamentales para una transición hacia un futuro más liberal y más democrático. Tiene una población urbana, una clase media educada, una verdadera intelligentsia, y sobre todo, tiene la experiencia de un fundamentalismo que ha sido básicamente negativo y, por ende, a diferencia del resto del Medio Oriente, donde el fundamentalismo tiene un gran encanto y poder de seducción, en Irán no existe ya la posibilidad de seducir así. Puede existir la seducción del populismo, de la pureza, pero el atractivo primordial de la religión mezclada con la política no existe en Irán. Así pues, yo sostendría que dentro de cinco años o diez años veremos un Irán con una política más moderna en comparación con el resto del Medio Oriente, un Irán en que la religión se sitúe más en el reino privado, a diferencia de lo que sucede en el resto de la región.


Usted ha apostado por la contención pragmática cuando se habla de Irán. ¿Un golpe militar contra Irán sería una opción? ¿Qué se puede hacer para impulsar el surgimiento del Irán que acaba de describir?

Estoy impresionado por una extraña paradoja. Por una parte, parece obvio que no podemos embarcarnos en una operación militar contra Irán. Estamos atascados en Iraq y el gobierno se encuentra en su punto más bajo de credibilidad y de capital político a nivel mundial. Las condiciones para un ataque de esa naturaleza no están dadas. Por otra parte, existe una gran discusión en torno al tema. Se habla de ello en Washington, y se percibe mucho miedo en Irán. Acabo de estar con Akbar Ganji, uno de los disidentes iraníes más famosos, y él me decía que en Irán hay mucha preocupación y temor por la posibilidad de un ataque. Así que la paradoja es ésta: si resulta tan obvio que este ataque no puede ocurrir, ¿por qué todos hablan del tema? Yo espero que el gobierno esté apostando por una suerte de elaborado juego de presión y alardeo. No creo que sea posible concebir que los sectores más duros, los Cheneys del mundo, triunfen en este caso. El argumento más importante contra una operación militar en Irán consiste en escuchar a los liberales iraníes. Ellos dicen que nada ayudaría más a Ahmadineyad y a los que mantienen una postura recalcitrante que un ataque militar. Esto permitiría a los duros conseguir el apoyo de la nación entera y convertir la situación en un asunto de nacionalismo iraní.


¿Está usted de acuerdo con la estrategia del “poder blando” hacia Irán propuesta por Thomas Friedman? ¿Acaso la cooperación y el intercambio cultural recientes son en verdad la única forma de impedir la consolidación a largo plazo de una teocracia iraní?

Creo que el arma más poderosa de nuestro arsenal es tener a la historia de nuestro lado, la historia en el sentido de Fukuyama, esto es, la evolución de las sociedades modernas que sigue la línea de la democracia liberal occidental. Y cualquier cosa que exponga a los países a las fuerzas políticas de la liberalización y la modernización será un impulso poderoso que juegue a nuestro favor. Pienso que si uno considera las políticas aplicadas en contra de aquellos países a los que hemos aislado –Cuba, Birmania, Corea del Norte, Irán–, se da cuenta de que no han cambiado en nada. En los países con los que nos hemos relacionado –China, Vietnam, y ahora Libia– uno puede ver la transformación. Así que, para mí, el registro histórico es tan obvio que parece absurdo continuar aislando a los países de las fuerzas que pueden cambiar la suerte a nuestro favor. Los recursos de la modernidad eliminarán las estructuras autoritarias y dictatoriales en Irán, en Cuba, pero si no permitimos que estas sociedades tengan contacto con el liberalismo, entonces esos regímenes serán capaces de sobrevivir y fortalecerse.

Habría que advertir, empero, que estos regímenes pueden no querer ningún tipo de contacto con el mundo moderno. Así que no podemos decirle a Irán unilateralmente: “abramos la sociedad iraní al mundo”. La razón por la que Irán no será miembro de la VII tiene poco que ver con Washington. Los iraníes no están dispuestos a abrir su sociedad y su economía. El régimen sabe que esta apertura significaría su fin.



Cuando uno lee a Sayyid Qutb, parece que su querella no sólo se dirige –o no se dirige principalmente– a Occidente, sino a la modernización en sí misma (quizás Qutb se vio abrumado por la modernización, y después, aborrecido por ella). ¿Existe alguna forma de incentivar el cambio en el marco político del mundo árabe?

Es una pregunta muy difícil y muy importante. Pienso que la cuestión en cierto nivel es la siguiente: ¿se puede alcanzar la modernidad sin la occidentalización? Porque lo que debemos esperar es que el mundo árabe se sienta cómodo con la modernidad: que no la vea como algo ajeno, que no la vea como un producto del colonialismo y que, a la larga, pueda combinar sus propias tradiciones con la modernidad y encuentre una suerte de expresión moderna de la cultura árabe musulmana, y no una que tenga sus raíces en los desiertos de Arabia en el siglo VII.

El problema, por supuesto, radica en que Occidente ha inventado la modernidad. En realidad, no sabemos cómo podría ser una modernidad no occidental. Así que, ¿cómo hacer para que esto se dé? En verdad creo que la respuesta radica en que esta conversación salga de las manos de las elites, que tienen intereses creados en el nacionalismo cultural, y se convierta en una conversación entre personas. Las personas se sienten mucho más cómodas con una mezcla de lo viejo y lo nuevo, del oeste y el este, porque quieren prosperidad y quieren proteger sus tradiciones culturales, quieren mantener sus tradiciones familiares y, no obstante, quieren los beneficios de una mejor calidad de vida. Miremos tan sólo a Japón. Se trata de un país bien moderno, pero muy japonés, un país nada occidental. Y creo que ahí está la clave. En un nivel intelectual uno asiste a debates desgarradores, como los que han tenido los rusos durante trescientos años.

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Eko
Pero miremos a Tokio, a Osaka. Y podríamos decir lo mismo de Dubái. Estamos empezando a ver un fenómeno similar en la India y China, una forma nada occidental y, sin embargo, muy moderna de la civilización.


Pero para que algo así suceda, ¿no se necesita alguna forma de Ilustración islámica? Y dada la naturaleza del islam, dada la forma en que en él se vinculan la religión y el Estado, ¿no es una empresa intimidante?

Sin duda. Tiene razón en que históricamente ha demostrado ser una tarea difícil. El simple hecho de que estemos discutiendo en el año 2007 lo ilustra. Pero no estoy tan seguro de que sea una cuestión intrínseca ni una especie de barrera teórica insuperable. Si uno mira hacia el catolicismo en el siglo XV, se da cuenta de que era bastante antimoderno. Cuando Weber escribió su gran obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo, señaló al catolicismo como antimoderno. Esto era en 1904. Así que pensemos: si volteamos a ver sociedades como las de Turquía, Malasia o Indonesia, vemos simplemente lugares que comienzan a combinar la modernidad. Turquía en algunos aspectos es el mejor ejemplo. Pero, para contestar a su pregunta honestamente, se necesita un país árabe, un modelo árabe. Y la mayor esperanza debe centrarse en Egipto, el corazón y el alma del mundo árabe. Las reformas económicas que se han implantado en Egipto han sido muy prometedoras, pero aún tienen un largo camino por recorrer.


Ahora que menciona a Turquía, ¿qué hay de Europa? En su provocador libro sobre los límites de la tolerancia, Ian Buruma aborda ampliamente el tema de cómo comprender el fracaso de ciertas comunidades musulmanas para integrarse a la vida europea secular, la vieja ciudadanía contra la cuestión del multiculturalismo. ¿Cómo lee usted este conflicto, quizás uno de los problemas más complicados de nuestro tiempo?

Creo que el dilema europeo respecto de su población musulmana es en gran medida una cuestión de ida y vuelta. No cabe duda de que la gente que viene a Europa parece demostrar una falta de deseo de integración, y de hecho una suerte de hostilidad hacia los países mismos en que residen ahora y de los cuales desean ser ciudadanos. Por otra parte, también es cierto que las sociedades europeas no les dan la bienvenida en ningún sentido: no los tratan de integrar en realidad, no les proporcionan un mecanismo a través del cual puedan convertirse realmente en ciudadanos en un sentido más legal, quiero decir. El nacionalismo europeo ha sido siempre un nacionalismo del tipo “Sangre y Tierra”. Y de cierta forma eso es lo que admiramos. Uno va a Francia, por ejemplo, y ahí, en los pueblos, viven las mismas familias, generación tras generación, y esto le proporciona a Francia su gran sentido del terroir. Pero piense ahora en el inmigrante marroquí que llega a ese mismo pueblo. ¿Cuál es su lugar ahí? Mire la televisión francesa. Encuentre ahí una cara negra. Mire los periódicos. Encuentre ahí a una persona con apellido marroquí o argelino. Y, no obstante, esta gente constituye un 7 u 8 por ciento del país. Así es que la realidad es en gran medida de ida y vuelta. Si uno observa estas comunidades se da cuenta de que están marginadas, de que están físicamente separadas del resto de la sociedad. Sin embargo, también es cierto que esta gente tiene una actitud profundamente antiliberal hacia la vida moderna. Pero mi temor es que éste sea un círculo vicioso y que ahora vayamos en la dirección equivocada, con los europeos hartos de las tradiciones culturales de esta gente, convirtiéndose en personas más excluyentes, y esta gente cada vez más resentida. Algo debe romper ese ciclo. Y al final de día, siempre será una mayoría la que deba actuar. Si se quiere cambiar esta dinámica, se necesita a la mayoría de los holandeses o a la mayoría de los franceses para dar inicio al proceso.


¿Así que usted se opone a pensadores como Ayaan Hirsi Ali, que ven la capacidad islámica de integración con escepticismo?

Admiro a Ayaan Hirsi Ali por su valentía. Me parece que es muy difícil decir las cosas que ella dice viniendo del mundo del que viene. Pero no creo que sea una propuesta práctica, pues lo que afirma la gente como ella es que mil doscientos millones de musulmanes sencillamente deberían abandonar su fe si es que quieren entrar al mundo moderno. ¿Cuáles son las posibilidades de que esto suceda? Ninguna. ¿Cuáles son las posibilidades de que estas comunidades en Europa, que viven en países extraños, en un clima extraño, habiendo dejado atrás a sus familias, abandonen la única cosa que les da algún sentido de seguridad? Ninguna. Así que el único camino hacia delante es algún método para hacer compatible tu religión con la vida moderna, con la civilización moderna. E, históricamente, hemos visto que esto sucede con otras religiones. Hemos visto qué pasa con el islam en lugares como Turquía y Malasia. Así que trabajemos por la vía en la que hay posibilidades de ser efectivamente progresistas y de hablar sobre las aspiraciones de la gente, en lugar de tener un debate teórico sobre lo que uno debería decir sobre la actitud de Mahoma hacia las mujeres. Mi postura siempre ha sido: la vida empuja a la modernización, y la religión la alcanza.


Una de las cuestiones centrales de este debate entre el islam y la modernidad es si el islam es compatible con la democracia.

Uno debe recordar que el islam proviene de una cultura nómada del desierto, dentro de la cual intentaba hacer dos o tres cosas muy importantes. La primera es que estaba tratando de crear una sociedad más igualitaria. Y esto es probablemente el impulso único, el más grande dentro del islam. Se trata de un impulso anticlerical. Se trata de un impulso que dice, por ejemplo, que no hay distinción entre el sacerdote y el creyente. Es, en este sentido, una idea protestante. Lo segundo es que hay un gran énfasis en el consenso y en la necesidad del consenso para gobernar. Y cuando se habla de consenso, el Corán quiere decir que los gobernantes deben tomar en cuenta las opiniones de los gobernados. Ahora bien, en el siglo VII en Arabia, eso es lo más cercano a una democracia liberal. Así que, si uno lo considera desde una perspectiva histórica, éste fue un movimiento enteramente compatible con el progreso hacia la participación de la gente. Lo que uno debe hacer es reconocer que, dentro de esta religión, hay tanto campo para la participación y la consulta como en cualquier otro credo. Todos requieren adaptarse a la era moderna, sin duda. La Biblia, después de todo, parece condonar la esclavitud. Pero no decimos que la cristiandad no sea compatible con la democracia. Ahora, si los regímenes actuales que se disfrazan de regímenes islámicos son o no compatibles con la democracia, ése es otro tema. Y entonces llegamos al origen del problema: los regímenes actuales, que dominan gran parte del mundo musulmán, muchos de ellos financiados por los ingresos del petróleo, están empecinados en subrayar que hay una gran diferencia entre la concepción occidental de la libertad y la democracia y la concepción islámica…


A final de cuentas, esto tiene más que ver con la promesa fallida de modernización del panarabismo que comenzó para la región con Nasser y que, en muchos sentidos, terminó con la Guerra de los Seis Días y, luego, con la Revolución islámica de Irán en 1979.

Sí. Así que, cuando uno lo piensa, no tiene que ver sólo con el islam. El islam ha existido durante catorce siglos. El proceso del que hablamos, esa suerte de movimiento de involución del mundo árabe, tiene tan sólo sesenta años. Es muy importante recordar que, en la década de 1930, si uno echaba una ojeada al mundo árabe, veía una de las zonas políticamente más modernas del mundo, que continuaría modernizándose y desarrollándose conforme a las premisas de la apertura y el liberalismo, de la democracia. Luego, sobrevino el secuestro de todo este proceso por la subida del petróleo, por las dictaduras y por aquellos regímenes políticos que han devastado sus países hasta los cimientos, política y económicamente, y que se han desacreditado a sí mismos, a la modernización y al secularismo. Desacreditaron las posturas prooccidentales. Fue de ahí de donde vino el ascenso del fundamentalismo islámico, la búsqueda de una opción pura y la seducción de “un camino verdadero”. ~

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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