Ilustración: Manuel Monroy

Cantos pápagos

Los pápagos fueron renuentes a la vida sedentaria, lo que atizó el desprecio de otras comunidades. Sus cantos muestran, a su vez, complejidad musical y refinamiento.
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La frontera de México y los Estados Unidos dividió el territorio pápago. Ahora viven en reservas del sur de Arizona (unos veinte mil) y rancherías del norte de Sonora (unos trescientos).

En 1698 recibieron con regalos al padre Kino, que fue el primero en escribir sobre ellos (“Relación diaria de la entrada al nordueste”, apéndice de Las misiones de Sonora y Arizona, México: Porrúa, 1989). “Nos recibieron en tanto número los muy amigables y finos naturales que se asombró el señor Teniente” (p. 399). Trató de evangelizarlos y enseñarles el cultivo de árboles frutales, ganadería y minería. Pero murió en 1711, y todos los jesuitas fueron expulsados de la Nueva España (y el Imperio español) en 1767.

Según Margarita Nolasco Armas (“Los pápagos, habitantes del desierto”, Anales del Instituto Nacional de Antropología e Historia, XVII, 1964, pp. 375-448), muchos pápagos emigraron de Sonora a Arizona. En 1900 había 850; en 1930 quedaban 535; en 1963, cuando hizo trabajo de campo en sus rancherías, eran unos 450.

Según Horacio Sobarzo (Vocabulario sonorense, Hermosillo: Instituto Sonorense de Cultura, quinta edición, 2007), se llaman a sí mismos “gente de desierto” (papabi-o’otam). Fueron enemigos de los apaches. Están emparentados con los pimas (sus lenguas son parecidas). Pero los pimas se volvieron agricultores y despreciaron a los pápagos, recolectores y cazadores renuentes a la vida sedentaria.

Según Francisco R. Almada (Diccionario de historia, geografía y biografía sonorenses, Hermosillo: Instituto Sonorense de Cultura, tercera edición, 1990), ya en 1750 José Rafael Rodríguez Gallardo (Informe sobre Sinaloa y Sonora) escribió que eran pocos y despreciados, “pues casi andan en cueros, comen crudo y no tienen la vislumbre de la política”.

El desprecio es gratuito, a juzgar por el refinamiento de sus cantos.

Según Concha Michel (Cantos indígenas de México, México: Instituto Nacional Indigenista, 1951, p. 81), Ángel E. Salas recogió la letra y música de un “canto mágico que los pápagos ejecutan en sus ceremonias religiosas para adormecer [¿arrullar?] al sol transfigurado en forma de águila”. La escala pentáfona en la que está concebido corresponde a una liturgia solemne. “Desgraciadamente, no ha sido posible traducirlo.”

Movalí, movalí,

movalí, movalí,

ha movalí, ha movalí.

Abundan los estudios, libros y videos sobre los pápagos. Algunos recogen sus cantos.

Canción para las carreras

Al oeste sonaban las canciones.

Animado, me apresuré.

Me topé el viento hostil

y lo pateé como pelota.

Al oeste sonaban las canciones.

Animado, me apresuré.

Me topé con el sol

y lo pateé como pelota.

Me adelanté en la carrera,

me adelanté en la carrera.

Con una nube en la cabeza,

me adelanté en la carrera.

Pateo mi pelota.

Vuela sobre la pista.

Cae en el follaje.

El gavilán trazó la pista,

el gavilán trazó la pista,

sobre la cual ganaste.

Entusiasta llegó el corredor,

entusiasta llegó el corredor

y ganó un corazón de gavilán.

Fuente: Ruth M. Underhill, Singing for power. The song magic of the Papago indians of Southern Arizona, University of California Press, 1938, pp. 155-156.

Sortilegio nocturno

¿Cómo empezaré mis cantos

en la noche azul que está llegando?

En la gran noche mi corazón saldrá afuera.

Las sombras vienen hacia mí sonando.

En la gran noche mi corazón saldrá afuera.

Canción de la madrugada

Me levanté temprano en la mañana azul.

Mi amor se había levantado antes que yo.

Vino corriendo hacia mí desde las puertas del alba.

Canción del cazador

En la montaña,

la presa moribunda

me miraba con los ojos de mi amor.

Fuente: José Coronel Urtecho y Ernesto Cardenal, Antología de la poesía norteamericana, Madrid: Aguilar, 1963, pp. 22-23.

Fue el viento

El viento nos dio vida.

El viento que sale de nuestras bocas nos da la vida.

Cuando deja de soplar, morimos.

En la piel de la punta de nuestros dedos,

podemos ver el sendero del viento.

Nos muestra por dónde soplaba

cuando fueron creados nuestros ancestros.

Fuente: José Emilio Pacheco, “Poemas indígenas de Norteamérica”, Proceso 282, 29 de marzo de 1982, pp. 50-51.

Oración para que llueva

Señor, araño el aire y brota tierra,

araño el fuego y brota tierra,

araño el agua y brota tierra,

araño la tierra y brota mi sangre.

Que llueva, Señor, que llueva,

que llueva.

Amanece

Amanece y me voy.

Estoy amaneciendo.

Amanecido voy con la claridad a cuestas.

Con la claridad a cuestas, voy.

¡Ah! ¡Ah! ¡A’am!

La nube pasa

Viene la nube

y llueve en el monte.

Ya se fueron

la nube y el chubasco

cantando.

Canción de la pitahaya

Roja está la pitahaya

y azul la noche del amanecer.

Iremos con carrizos largos

a recolectar.

¡Roja está la pitahaya!

¡Vamos, vamos,

antes de que despierten

el carpintero, el cardenal

y las palomas torcaces!

Indagación

Donde las montañas

se entrecruzan

allá en lo más alto,

no sé dónde,

allá indagué

por mi memoria

y mi corazón

que andaban perdidos.

Canción del maíz

En el surco,

junto a la esquina,

el maíz crece verde,

crece verde.

Veía las espigas de maíz

ondear en el viento

y silbé suavemente de alegría.

Fuente: Alonso Vidal, Los testimonios de la llamarada. Cantos y poemas indígenas del noroeste de México y de Arizona, Hermosillo: Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Sonora, 1997, pp. 45-49.

Canto del águila

Un águila camina.

Está caminando hacia mí.

Sus plumas largas sopladas por la brisa.

Un gavilán corre.

Está corriendo hacia mí.

Su plumón rizado por el viento.

Fuente: John Bierhorst, The sacred path. Spells, prayers and power songs of the American indians, Nueva York: William Morrow and Company, 1983, p. 133.

Canto al creador

Nuestro gran creador:

Tú siempre has estado con nosotros.

Por eso te pido que veles por nosotros.

Nos diste la Tierra,

nos diste las nubes,

nos diste el agua

y comunidades para vivir.

Te pedimos que nos ayudes

para que todo lo que hagamos salga bien

y que nunca nos abandones en el camino.

Eso es lo que te pedimos,

nuestro gran creador.

Fuente: Tohono o’odham, documental sobre los pápagos de Pozo Prieto, Caborca, Sonora, filmado el 12 de agosto de 2013, como parte de la serie “Pueblos indígenas en riesgo” de Guillermo Monteforte. Disponible en YouTube, con subtítulos en español. ~

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(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.


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