En una escena de Párpados azules (2007), el primer largometraje del mexicano Ernesto Contreras, un hombre llamado Víctor (Enrique Arreola) recibe una postal desde un lugar llamado Playa Salamandra. En la foto de la tarjeta se ven dos palmeras a contraluz, con un mar tranquilo y un cielo despejado de fondo. La envía Marina (Cecilia Suárez), la joven que hacía unos días lo había invitado a viajar a esa playa con ella. Tímida y solitaria, Marina tuvo la dudosa fortuna de ganarse una rifa, cuyo premio era un viaje todo pagado a un destino donde todas las actividades eran para dos personas. La joven pensó que Víctor, casi un desconocido, podía ayudarla a cumplir la fantasía romántica casi implícita en el viaje. En la postal, Marina se disculpa por haber partido sin él. No explica el porqué, pero el espectador lo intuye: viajar juntos los habría obligado a fingir una intimidad que no existía entre ellos. De último momento se impuso el sentido de realidad.
Quien haya visto Párpados azules recuerda Playa Salamandra no como un espacio físico sino como una posibilidad –de escapar de una vida anodina, de ser una persona distinta, de volver a empezar–. La playa nunca aparece representada en pantalla: no se ve a Marina caminado en la arena ni tocada por los rayos del sol. El lugar existe solo en el ámbito de la ensoñación. Esto cambia en Cosas imposibles (2021), la película más reciente del mismo director. En ella, una mujer madura llamada Matilde (Nora Velázquez) también recibe una postal desde la mítica Playa Salamandra. (La postal es idéntica a la que envía Marina, con sus mismas palmeras, aguas tranquilas y cielo azul detrás.) A diferencia de Víctor, a Matilde se le ilumina el rostro cuando lee el mensaje en la tarjeta. Es una invitación a ir ahí, hecha por alguien con quien Matilde tiene un vínculo peculiar. Tras años de sentirse insegura e incapaz de desenvolverse en el mundo, esta vez Matilde no duda en hacer maletas y abordar un avión. Catorce años después de su primera mención en una película, Playa Salamandra deja de ser una fantasía y se convierte en escenario de reencuentro y reinvención.
Con guion de Fanie Soto, Cosas imposibles guarda continuidad con las películas previas de Contreras, todas escritas por su hermano Carlos: la mencionada Párpados azules, Las oscuras primaveras (2014) y Sueño en otro idioma (2017). Todas giran alrededor de individuos apagados, invisibles para la mayoría, atrapados en relaciones frustrantes y que toman rutas de salida que no siempre son las mejores. Es también el caso de Matilde, protagonista de la historia más reciente, una mujer que padece las secuelas de un matrimonio fallido, que carga con secretos que le causan culpa y sin nadie a su alrededor con quien hablar de su infelicidad.
Cosas imposibles inicia con el plano abierto de una unidad habitacional. Aunque es un tipo de locación frecuente en el cine mexicano, su llamativo color morado de inmediato la integra al universo del director. Sus tres ficciones previas, fotografiadas por Tonatiuh Martínez, tienen un estilo visual que se corresponde con la experiencia subjetiva de sus protagonistas. La paleta de colores y la composición de las tomas exaltan las emociones que invaden a los personajes: melancolía y soledad en Párpados azules; claustrofobia y aburrimiento en Las oscuras primaveras, y percepción de mundos fantásticos en Sueño en otro idioma. La peculiar visión del multifamiliar morado salpicado de motivos verdes (los dos colores que dominan la cinta) es suficiente para sugerir que la historia a punto de narrarse tiene un pie puesto en el realismo y otro en el ensueño (a veces agradable; otras, pesadillesco). Esta vez el fotógrafo es César Gutiérrez Miranda, quien crea atmósferas retro que evocan a las de Párpados azules, pero también logra, por ejemplo, que el supermercado que frecuenta Matilde luzca deshumanizado y hostil. (Varias de estas tomas recuerdan a su trabajo en Workers (2013), cinta dirigida por José Luis Valle, memorable entre otras cosas por su retrato alienante de una fábrica.)
Una vez que la toma del multifamiliar morado crea la atmósfera de la película, conocemos a su protagonista. Encerrada en lo que parece ser el baño de su departamento, Matilde llora desesperada y le pide a alguien que la deje en paz. Da la impresión de hablar sola, cosa que es cierta –y no–. La secuencia siguiente la muestra en los pasillos del supermercado mencionado anteriormente, mientras su marido Porfirio (Salvador Garcini) descalifica sus compras y le truena los dedos. Matilde le contesta, pero hablar con él le atrae miradas de extrañeza de los demás. No tardamos en saber por qué: una toma cenital revela que nadie la acompaña. Pronto se establece que Matilde padece de alucinaciones. Cada vez que “las cosas van mal”, ve a Porfirio, quien ya murió. Siempre que esto sucede, Porfirio la humilla y la hace sentirse inútil. La conciencia de la enfermedad mental avergüenza a Matilde, y este sentimiento es campo fértil para los insultos de Porfirio (el círculo vicioso tiene sentido, ya que los insultos son imaginados por ella). Este no es un spoiler sino la premisa de Cosas imposibles: la soledad y el duelo no resuelto pueden poner en riesgo el equilibrio mental, lo que lleva al individuo a aislarse todavía más. Temerosa de perder la razón, Matilde acude al consultorio de un dudoso Dr. Chang (Juan Carlos Medellín), quien le receta unas cápsulas verdes y la desfalca de sus ahorros. Las cápsulas ilustran la expresión “remedio chino”, que a veces tiene una acepción literal, pero otras se usa para hablar de productos que, sin sustento ni ciencia, se venden como cura a todo tipo de males. Contreras la usa en su segunda acepción.
Poco después de presentar a Matilde, la trama introduce a Miguel (Benny Emmanuel): un adolescente que vende tenis en un mercado ambulante y aprovecha esa actividad como fachada de narcomenudeo. Para Miguel es importante ser aceptado por sus amigos, pero desde un principio la película deja ver que es muy distinto a ellos. Sensible y observador, el chico ha notado que Matilde está sola e intuye que la pasa mal. Un día no la ve salir a la hora acostumbrada y el solo hecho de mencionarlo le vale la burla de sus amigos. Miguel observa que, en el mercado, Matilde acepta todas las pruebas gratis de los puestos de comida. Adivina que está pasando por apuros económicos y usa cualquier pretexto para llevarle algo de comer. Esa visita da lugar a otras, y esto hace que algunos sospechen de la naturaleza de su relación. Los amigos de Miguel se burlan de su “romance” con una mujer mayor y la veterinaria Eugenia (Luisa Huertas), vecina de Matilde, le advierte a esta de los riesgos de hacerse acompañar de un desconocido. Durante buena parte de la cinta, también el espectador se pregunta qué es aquello que une a personajes con pasados, necesidades y edades tan distintos. De la misma forma, el guion de Soto pone a prueba los prejuicios de clase del espectador, haciéndole ver que él, igual que Eugenia, ve a Miguel como un ladrón en potencia. (Ocurre, por ejemplo, en la secuencia en la que el chico se apodera de un objeto valioso de Matilde y uno casi da por hecho que su móvil es robar.)
No revelo aquí la razón por la que Miguel es expulsado de su grupo de amigos. Basta decir que es un comentario de Contreras sobre formas de discriminación que aún existen en una ciudad que se piensa a sí misma progresista. En todo caso, Matilde y el adolescente comparten sus soledades y la sensación de que, hagan lo que hagan, no tienen mucho que perder. Esto los hace cómplices de un negocio arriesgado y lleva la historia hacia un rumbo imprevisto. Aunque aquello que emprenden juntos es ilícito y moralmente cuestionable, Contreras hace todo menos juzgar a sus personajes. Por el contrario, sugiere que el breve paseo que da Matilde por el lado salvaje le inyecta una vitalidad perdida.
Hay flashbacks en Cosas imposibles que muestran que, alguna vez, Matilde y Porfirio fueron felices. Sin embargo, también queda claro que esa felicidad duró poco: Matilde se casó joven y, como muchas mujeres de su generación, siempre dependió económicamente de Porfirio. Cuando la relación se volvió violenta, Matilde no contó con los recursos para abandonarlo. Esto remite a Párpados azules. En esa película, Lulita, la dueña de la fábrica donde trabaja Marina, es una mujer mayor que habla de un matrimonio con un hombre “tirano” y de cómo un cardenal (un ave, no un sacerdote) le revela que tiene el don de la costura. Eso le permite liberarse económicamente, pero vivir atada al trabajo le trae otro tipo de infelicidad. Lulita (Ana Ofelia Murguía) se ve a sí misma como un pájaro enjaulado y, quizá por eso, hacia el final de la historia le pide a su enfermera que abra las jaulas de los pájaros que le cantan todas las mañanas (incluido un cardenal). En Cosas imposibles, Matilde reescribirá la metáfora de la mujer enjaulada. No será un príncipe el que abra la reja –o no en un sentido tradicional– como suele suceder en las fábulas de princesas cautivas. En tiempos en los que las mujeres “solas” aún cargan con estigmas, se agradece una historia que las crea capaces de forjarse su propia felicidad.
Quizás es precipitado llamar a Cosas imposibles una película de madurez, considerando que la filmografía de Contreras todavía es corta. Sin embargo, es la primera en la que el director les concede a sus personajes la posibilidad de probar una vida distinta. No quiero decir que las películas que ofrecen salidas a sus personajes son “mejores” que las que no lo hacen (si acaso, suelen ser complacientes), sino que el desenlace luminoso de Cosas imposibles da la impresión de cerrar el ciclo iniciado por Párpados azules. Si en sus películas previas los personajes debían elegir entre resignarse, pagar por sus culpas o esperar a una vida después de la muerte para, por fin, cumplir sus deseos, en Cosas imposibles ven recompensada su decisión de dejar el pasado atrás. ~
es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.