Destinos de la identidad

Aร‘ADIR A FAVORITOS
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Las personas tolerantes e ilustradas โ€”que por definiciรณn somosโ€” en general no sienten gran simpatรญa por las identidades o, mejor dicho, por las reivindicaciones de la identidad. Para no agobiar en exceso a estas รบltimas, me gustarรญa empezar diciendo: tengo la convicciรณn de que el derrumbe del World Trade Center no debe cargarse a la cuenta de la identidad. Con esto quiero decir que tomarรญamos el camino equivocado si quisiรฉramos explicar los atentados asesinos del 11 de septiembre de 2001 con el famoso “choque de civilizaciones”, por la guerra que los musulmanes supuestamente han declarado a los protestantes y los catรณlicos. No hemos acabado de analizar los pormenores de este grave acontecimiento; pero hay algo de lo que no cabe duda: interpretar el conflicto como una guerra de religiones es una simplificaciรณn abusiva y hasta peligrosa. En primer lugar, porque los musulmanes del mundo entero no se reconocen en los miembros del comando suicida, y, en segundo, porque de cualquier modo no deberรญamos cerrar los ojos a las demรกs causas del conflicto que este acto ilustra, causas econรณmicas, polรญticas y militares, vinculadas al papel que los Estados Unidos desempeรฑa en los conflictos del Cercano Oriente e Irak, asรญ como a su polรญtica hegemรณnica en el resto del mundo. La identidad cultural es, en los hechos, un atuendo mรกs que una verdadera fuerza motora. Me pregunto si no serรก el mismo caso de la reivindicaciรณn de otra identidad que periรณdicamente mancha de sangre las calles de nuestras ciudades, a saber, el terrorismo vasco.
Inocente, pues, de este รบltimo atentado, la afirmaciรณn de la identidad colectiva no por ello deja de ser responsable de numerosos gestos en la vida diaria, y se puede comprender por quรฉ se formรณ, en el siglo XX, un estado de รกnimo que podrรญamos resumir un tanto caballerosamente en la fรณrmula “ยกMuera la identidad!” No se trata de un combate organizado, claro estรก, sino de una evoluciรณn de los รกnimos, que ataรฑe tanto a la identidad personal (se encarna entonces en el tema del “hombre sin atributos”, el hombre-proteo, el hombre-camaleรณn) como a la identidad colectiva, tomando esta vez la forma de un elogio del cosmopolitismo, de la pluralidad y el encuentro de las culturas.

Esta evoluciรณn encuentra, segรบn el caso, argumentos muy diferentes para justificarse. Asรญ, el rechazo a valorar la identidad personal puede basarse en un llamado al pensamiento humanista, el de Rousseau, Kant y Fichte, que valora como rasgo especรญficamente humano la capacidad del individuo de oponerse a toda determinaciรณn colectiva, a todo legado fรญsico o cultural (para Rousseau, el hombre se define por su perfectibilidad, no por identidad alguna). Pero este mismo rechazo de la identidad estable puede justificarse con argumentos procedentes de cualquier otro horizonte filosรณfico: con la vacilaciรณn del sujeto coherente, diagnosticado por un Nietzsche o un Freud, sin hablar de sus discรญpulos mรกs recientes, que nos han acostumbrado a pensar al individuo como un ser hendido, atravesado por mรบltiples pulsiones sobre las que no tiene ningรบn dominio.

Ocurre mรกs o menos lo mismo con la identidad colectiva, que se encuentra quebrantada por razones de lo mรกs diversas, por no decir opuestas. En uno de los extremos del espectro social, encontramos efectivamente a aquellos que sufren la privaciรณn de identidad colectiva sin haberla buscado exactamente: todos aquellos a quienes las necesidades econรณmicas o las restricciones polรญticas echan a los caminos alejรกndolos de sus casas, a un mundo donde los movimientos de la poblaciรณn no hacen mรกs que acelerarse y multiplicarse. En el otro extremo tenemos una elite globalizada, compuesta de prรณsperos empresarios, polรญticos que toman decisiones, estrellas de los medios y del espectรกculo, pero tambiรฉn por sabios y escritores de prestigio, que pasan gran parte de su tiempo en las salas de los aeropuertos, dominan muchas lenguas y se jactan de “sentirse a gusto en cualquier parte” โ€”siempre y cuando, agregarรญa yo, la habitaciรณn de su hotel sea cรณmoda.

Ante esta evoluciรณn, tan multiforme como incontestable, me gustarรญa adelantar una primera advertencia: no creo que la desapariciรณn de la identidad, tanto personal como colectiva, sea deseable, ni siquiera posible. Si tuviera que pensar en un caso extremo de desapariciรณn o intento de hacer desaparecer la identidad del individuo, el ejemplo que de inmediato me viene a la mente es el de los detenidos en los campos de concentraciรณn totalitarios, particularmente los nazis: en ellos todo se dirigรญa a destruir la identidad. No habรญa ninguna referencia posible al pasado, a la historia personal que constituye esta identidad y distingue a un individuo del otro, puesto que todos estaban obligados a vivir en el presente inmediato, absorbidos por tareas ligadas a la supervivencia, y por lo mismo a las necesidades del momento: encontrar un poco mรกs de comida, protegerse contra el frรญo, esquivar los golpes. Los individuos pierden todavรญa un poco mรกs de su identidad al ser privados de su nombre, que es reemplazado por un nรบmero, al ir todos vestidos de igual manera, al ser designados como cosas, Stรผcke (piezas), mรกs que como personas. Nos cuesta pensar que alguien pueda imaginar a este individuo concentracionario como ideal.

Regresemos un poco mรกs cerca de la experiencia comรบn: ยฟno basta perder los documentos de identidad para resentir dolorosamente los inconvenientes de esta desapariciรณn? Entonces se entiende que el grito “ยกMuera la identidad!”, tal y como lo podemos oรญr hoy en las cรณmodas condiciones de nuestras civilizadas democracias, deje intacta una identidad personal fuerte; este llamado se presenta mรกs bien como el indicio de una estrategia social, de un modo de vida que, ciertamente, es significativo, pero no corresponde a un deterioro real de la identidad.

Otro tanto puedo decir del sueรฑo de liberarnos de cualquier identidad colectiva: sรณlo es posible porque normalmente no se realiza. En una pรกgina conmovedora de El mundo de ayer, Stefan Zweig narra esta revelaciรณn: รฉl, un judรญo vienรฉs de buena familia, que habla con fluidez varios idiomas, querido y celebrado en todos los paรญses donde se leรญan libros, tenรญa la costumbre de pensarse como europeo, como cosmopolita, como hombre sin ataduras… hasta el dรญa en que las persecuciones antisemitas nazis lo volvieron realmente apรกtrida. Para muchas personas en el mundo moderno, la pertenencia colectiva es como el aire: no se siente la necesidad hasta que se ve amenazada, pero ese dรญa recupera todos sus derechos.

Ciertamente es verdad que las identidades tradicionales se debilitan en nuestra รฉpoca. Puede observarse esta evoluciรณn entre los habitantes de diferentes paรญses, bajo el efecto de lo que se llama la mundializaciรณn: se ven obligados a mayores contactos y movimientos, sus hรกbitos cotidianos son hoy mรกs parecidos que en el pasado. Este movimiento de unificaciรณn es aรบn mรกs general en el interior de cada paรญs: los miembros de los grupos que lo constituyen, sean grupos territoriales o sociales, se ven obligados a la movilidad y a la flexibilidad si quieren tener รฉxito en la vida. Pero la reacciรณn a este movimiento, cuando no es un gesto de impaciencia ante los restos de la vieja identidad, consiste en la invenciรณn o el descubrimiento de otras identidades colectivas โ€”lo que ilustra bien la necesidad vital que se tiene de ella.

Los hombres quieren no sรณlo ganarse la vida, sino tambiรฉn recibir un reconocimiento social; cuando los otros modos de reconocimiento les son inaccesibles, se conforman con el simple sentimiento de pertenencia. Necesito sentir mi existencia; si la mirada de los otros no me confirma en mi identidad, si no puedo entregarme a ninguna actividad que me haga crecer a mis propios ojos, busco este reconocimiento en el hecho de pertenecer a un grupo cualquiera, asรญ fuera puramente imaginario.

No nos asombremos entonces: no todos viven su necesidad de identidad y pertenencia colectiva de la misma forma, pues, como ya lo advertรญa Benjamin Constant, “el objeto que se os escapa es necesariamente muy distinto de aquel que os persigue”. Si un dรญa me hubieran prohibido hablar el bรบlgaro, mi lengua natal, habrรญa vivido este acontecimiento como una agresiรณn insostenible contra mi identidad. He elegido, libre y gradualmente, hacer del francรฉs mi idioma de todos los dรญas: la nueva identidad se situรณ en el lugar de la vieja sin lastimaduras ni ruido. Ya bastante atravesado se encuentra el individuo por fuerzas que no puede dolar, pulsiones inconscientes o determinaciones sociales; su elecciรณn y su voluntad son lo que da sentido al acontecimiento: el exilio deseado no se confunde con la expulsiรณn infligida por un invasor.

Resumo: la identidad, en el sentido de pertenencia colectiva, es indispensable para todos, aun cuando pueda permanecer invisible mucho tiempo. Pero, ยฟquรฉ caracterรญsticas tiene? Dos de ellas me parecen particularmente significativas: todo individuo participa de identidades mรบltiples y toda identidad estรก sujeta al cambio.

Tomemos de entrada la primera: un individuo cualquiera forma parte de numerosos grupos humanos, de modo que comparte la identidad de cada uno de ellos y estรก provisto de identidades mรบltiples. Necesitamos identidades โ€”no una, ยกsino varias! Algunos de estos grupos caben en otros. Por ejemplo, un francรฉs procede siempre de una regiรณn, supongamos que es bretรณn; pero por otro lado comparte varios de sus rasgos con todos los europeos: entonces participa a la vez de las identidades bretona, francesa y europea. Otros conjuntos se encuentran en una intersecciรณn: tal individuo se reconoce a la vez en la identidad mediterrรกnea, cristiana y europea. Dentro de una sola entidad geogrรกfica, las estratificaciones culturales son mรบltiples: estรก la cultura de los adolescentes y la de los jubilados, la cultura de los mรฉdicos y de los barrenderos, la cultura de las mujeres y la de los hombres, de los ricos y los pobres. No hay nada mรกs violento que imponer a los individuos una identidad รบnica y encerrarlos en ella, como si su personalidad se agotara allรญ; juzgarlos como si fueran solamente judรญos o musulmanes o serbios o estadounidenses. No hay nada mรกs desolador que ver a los individuos encerrarse a sรญ mismos en este modo.

La coexistencia de diferentes tipos de cultura en cada uno de nosotros, y por lo tanto nuestras identidades mรบltiples, en general no plantea ningรบn problema. Esto por su parte debiera ser motivo de admiraciรณn: ยกcomo malabaristas jugamos a nuestro gusto con esta pluralidad! El efecto รบltimo de la pluralidad de pertenencias es nuestra individualidad: ninguna categorรญa agota la singularidad de mi ser, sรณlo su conjunciรณn permite trazarla: soy a la vez bรบlgaro de origen y francรฉs por adopciรณn, blanco de piel y masculino por el sexo, de profesiรณn intelectual y del segmento de edad del cabello blanco… La identidad tiene como paradoja que designa a la vez nuestra unicidad (como en los documentos de identidad) y nuestra universalidad (como en la identidad humana), con todos los รกmbitos intermedios por aรฑadidura.

Pluralidad en el espacio; movilidad en el tiempo. Las identidades siempre pueden cambiar, si bien es cierto que las identidades llamadas “tradicionales” no lo hacen tan gustosamente ni tan rรกpido como aquellas que llamamos “modernas”. Estos cambios tienen razones mรบltiples. Puesto que cada identidad engloba en ella a otras, o se encuentra en intersecciรณn con otras, sus diferentes ingredientes forman un equilibrio inestable. Al lado de sus tensiones internas estรกn tambiรฉn los contactos externos con las identidades vecinas o lejanas, que a su vez provocan inflexiones. Estos cambios son tanto mรกs fรกciles en la medida en que las identidades โ€”hechas de una memoria comรบn, asรญ como de reglas comunes de vidaโ€” se forman por aglutinaciรณn y adiciรณn y no poseen el rigor de un sistema. En este sentido, las identidades se asemejan al lรฉxico de un idioma mรกs que a su sintaxis: siempre se puede aรฑadir una palabra nueva, tal otra puede caer fรกcilmente en desuso. La imagen mรกs elocuente es nuevamente la de la mรญtica nave Argos: cada tablรณn, cada cordel, cada clavo tuvo que ser reemplazado, asรญ de largo fue el viaje; la nave que regresa al puerto, aรฑos mรกs tarde, es totalmente diferente de la que partiรณ, y sin embargo sigue siendo la misma nave Argos. La unidad de sentido predomina sobre la diferencia de la materia; ocurre lo mismo con una entidad como la “identidad francesa”.

Si tenemos presentes estos dos rasgos de la identidad, su pluralidad y su variabilidad, vemos hasta quรฉ punto desorientan las metรกforas de uso mรกs comรบn en su lugar. Se dice, por ejemplo, de un hombre, que estรก “desarraigado” y lo compadecemos; pero esta asimilaciรณn de los hombres a las plantas es ilegรญtima, pues el hombre nunca es portador de una sola identidad y, ademรกs, el mundo animal se distingue del vegetal precisamente por su movilidad. No existen identidades “puras” e identidades “mezcladas”, solamente culturas que reconocen y valoran su carรกcter mezclado, y otras que niegan o rechazan este conocimiento; a este respecto, el desprecio en el que se ha tenido a las realidades designadas por tรฉrminos como “mestizo” o “hรญbrido” es muy revelador. Tambiรฉn se habla de la “supervivencia” de una identidad cultural (en este caso se humanizan las representaciones en vez de deshumanizar al hombre) para referirse a la conservaciรณn de lo idรฉntico. En la actualidad, precisamente una cultura que ya no cambia es una cultura muerta. La expresiรณn “lengua muerta” es, por su parte, mucho mรกs sensata: el latรญn muriรณ el dรญa en que ya no pudo cambiar. No hay nada mรกs normal, mรกs comรบn, que la desapariciรณn de un estado precedente de la cultura y su reemplazo por un estado nuevo.

Aquรญ surge una pregunta: si admitimos que cada uno de nosotros tiene identidades mรบltiples, pero tambiรฉn, en consecuencia, que en el seno de un solo y mismo paรญs coexisten comunidades mรบltiples, ยฟquรฉ polรญtica debe seguir el Estado hacia estas comunidades? La respuesta exige, me parece, que se distinga entre dos รณrdenes de la vida pรบblica: el legal y el social. El orden legal estรก hecho no sรณlo de leyes, sino tambiรฉn de todos los reglamentos y aun de las instituciones, en la medida en que รฉstas son como una sedimentaciรณn de las leyes y las reglas. Este aspecto de la vida pรบblica, en una democracia, debe someterse a la exigencia de igualdad. La vida social, por su parte, se desarrolla en este marco legal, pero dista mucho de limitarse a รฉl; y su principio no es en modo alguno la igualdad (ยฟquiรฉn querrรญa vivir en una sociedad donde todos son semejantes?), sino el reconocimiento, que se obtiene al mostrarse mรกs brillante, mรกs amoroso, mรกs leal o mรกs valiente que los demรกs; en pocas palabras, mostrรกndose superior y no igual.

Lo propio del Estado liberal, que aquรญ aporta pues una inflexiรณn a la exigencia republicana de igualdad, es que esta esfera de la vida social no estรก regida estrictamente por leyes, sino que constituye un acuerdo constante, que siempre vuelve a empezar y en cuyo transcurso, como individuo y como miembro de tal o cual grupo, pido el reconocimiento de los demรกs y les otorgo (o no) el mรญo. En el orden legal, exijo que me traten como a todos los demรกs. En cambio, en el orden social no puedo exigir nada en primer lugar, so pena de ponerme en ridรญculo; sรณlo puedo esperar o pedir (ยฟpuedo yo, escritor, exigir el รฉxito?, ยฟenamorado, exigir que me amen?, ยฟhermoso, que me admiren?); y en segundo lugar, lo que yo pido no es la igualdad sino la distinciรณn, la gratificaciรณn, la recompensa de excepciรณn. Un barrendero y un mรฉdico deben tener exactamente los mismos derechos; pero en una sociedad liberal, nada puede impedir que uno tenga mรกs prestigio que el otro โ€” ni, compensaciรณn y consuelo, que el otro (el barrendero, vamos) sea, por ejemplo, mรกs guapo y menos neurรณtico que aquรฉl (que el mรฉdico), y sea en consecuencia mรกs feliz en el amor…

La pregunta del status de los grupos, de las identidades colectivas en el interior de un Estado se vuelve entonces: ยฟestos grupos conciernen al orden legal o al orden social, debe su vida regirse por leyes y reglamentos, o por acuerdos y relaciones recรญprocas? Algunas de nuestras identidades son legales: yo soy el ciudadano de este paรญs, no de ese; otras son sociales: ni mi religiรณn ni mis elecciones polรญticas figuran en mis documentos oficiales. Sabiendo cuan mรณvil y mรบltiple es la identidad, podemos preferir que la identidad legal no gane demasiado terreno a costa de la identidad social, que las diferencias sociales no queden establecidas por medio de cuotas. ยฟSignifica esto que los representantes del Estado se tornan indiferentes ante la falta de respeto a los grupos desfavorecidos o injustamente aquejados de males peores? No, sino que actรบan sirviรฉndose a su vez de medios “sociales” y no “legales”. Por eso los movimientos antirracistas en Francia tenรญan razรณn, me parece, al pasar del lema del “ยกDerecho a la diferencia!” al de “ยกDerecho a la igualdad!” Las diferencias culturales son un hecho social; la igualdad cรญvica es un ideal inscrito en la ley. Un grupo cultural o รฉtnico que constituye una minorรญa en un Estado gana mรกs exigiendo un trato igual al de todos los demรกs (exigiendo la aboliciรณn de toda discriminaciรณn) que intentando obtener una situaciรณn legal especรญfica. En cambio, en el รกmbito social, el Estado puede intervenir eficazmente en favor de los grupos a los que considera maltratados.

Regresemos al juicio emitido sobre la exigencia de identidad. Su afirmaciรณn puede ser necesaria para la supervivencia del grupo y del individuo. La identidad no es mala en sรญ misma y no estamos forzados a la elecciรณn, como dice Amin Maalouf, entre el integrismo de la identidad y su desintegraciรณn. Pero la identidad tampoco es buena en sรญ misma: los hombres viven entre otros hombres, y sรณlo esta afirmaciรณn puede calificarse de buena porque no destruye al mismo tiempo la identidad de los otros. Ahora, lo sabemos bien: las identidades tambiรฉn pueden volverse asesinas. Los ejemplos no faltan en torno nuestro y la violencia ejercida en su nombre no es menor porque los grupos que la practican se consideren, con razรณn o sin ella, como las vรญctimas de otros grupos, ni porque se consideren amenazados en su existencia misma o en la de sus allegados. Muchas mujeres, muchos niรฑos han sido masacrados en nombre de la defensa de nuestras mujeres y nuestros niรฑos. Esas formas de reivindicaciรณn de la identidad tampoco son aceptables.

Para decirlo nuevamente de otro modo: si me dedico a fortalecer a mi comunidad, de origen o de elecciรณn, realizo un acto polรญtico โ€”y hay momentos en la vida de todo grupo en que estos actos son indispensables. Si pese a todo reconozco y respeto la identidad de los otros, realizo un acto moral: รฉste no consiste en defenderse a sรญ mismo (la persona o el grupo) sino solamente en preferir, cuando se requiere, el tรบ al yo, los otros a los propios. Por cierto, esta era la lecciรณn del Sermรณn de la Montaรฑa, en el que Jesรบs declaraba que el prรณjimo en el sentido evangรฉlico es precisamente el lejano desde el punto de vista de la identidad: “Porque si amรกis a los que os aman, ยฟquรฉ recompensa tendrรฉis? ยฟNo hacen tambiรฉn lo mismo los publicanos? Y si saludรกis a vuestros hermanos solamente, ยฟquรฉ hacรฉis de mรกs? ยฟNo hacen tambiรฉn asรญ los gentiles?” (Mateo V, 46-47).

La aspiraciรณn a la identidad brinda la condiciรณn necesaria para la construcciรณn de una personalidad plenamente humana; pero sรณlo la apertura al diรกlogo, cuyo horizonte es la universalidad, nos entrega la condiciรณn suficiente.

โ€” Traducciรณn de Rossana Reyes

 

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