Despertó don Miguel de madrugada
con la idea en la mente bien plantada:
injertarle el naranjo al limonero.
Le tomó liberarlos un día entero
y unirlos tras abrirles el costado.
Por pudor o por miedo, no habían dado
nada en un año –y dos luces un día
iluminaron la fronda sombría.
Imbricaron los años tal su trama
que ostentaba dos frutos cada rama.
No había chico en el pueblo que ignorara
del árbol de Miguel la magia rara.
El que compró la casa no soñaba
y vaya uno a saber por qué a la brava
separó el tronco unido a hachazos fieros
para luego cavar dos agujeros.
Y no murieron, no, de soledad;
ni dieron fruto estéril, es verdad;
ni cada mayo lagrimeó su herida
por cuatro palmos de tierra perdida,
cada cual sobre su raíz arqueado,
frente a un abrazo hueco e intrincado.
No hubo llantos ni quejas. Eran árboles.
Y este poema va solo de árboles. ~
Versión del inglés de Aurelio Asiain.
(Dundee, Escocia, 1963) abandonó la escuela a los 16 para unirse a una banda de música en Londres y posteriormente fundar un grupo de jazz. Su primer libro, Nil nil, ganó el premio Foward.