Con frecuencia se habla de las “olas del feminismo” para caracterizar sus etapas históricas. En esta representación, la primera ola correspondería a la lucha por el sufragio femenino, la segunda a los movimientos estudiantiles de 1968 y una tercera habría emprendido una crítica al modelo de liberación femenina impulsado por la ola anterior. En la actualidad todavía persiste el debate sobre si estamos viviendo la cuarta ola. Sin embargo, de acuerdo con Gabriela Cano,*
(( “El feminismo y sus olas”, Letras Libres, noviembre de 2018.
))
esta metáfora marítima tiene como defecto uniformar y pasar por alto la complejidad de la historia del feminismo o, mejor dicho, de los feminismos. También reproduce la imagen de cierta secuencia, en la que unas luchas suceden a otras, que distorsiona la realidad. En todo caso, son tantas las olas y es tal su fuerza que sería mejor hablar de tsunamis.
Un tsunami es un evento climatológico complejo debido a la liberación de una gran cantidad de energía. A diferencia del oleaje usual y las mareas, los tsunamis se originan a causa de fenómenos excepcionales: terremotos, erupciones volcánicas y caída de meteoritos. Dado su carácter extraordinario y de gran impacto, algunos movimientos feministas podrían ajustarse a esa imagen.
Tsunami es también el proyecto en el que Gabriela Jauregui invitó a once escritoras de diferentes generaciones –Brenda Lozano, Cristina Rivera Garza, Daniela Rea, Diana J. Torres, Jimena González, Margo Glantz, Sara Uribe, Verónica Gerber Bicecci, Vivian Abenshushan, Yásnaya Elena A. Gil y Yolanda Segura– para que pusieran en palabras qué significa ser mujer en México. El libro, publicado en noviembre de 2018 bajo el sello de Sexto Piso, vio la luz poco después del estallido del movimiento Time’s Up en Estados Unidos y cuatro meses antes del #MeToo, que en México sirvió para denunciar la violencia de género por parte de escritores, músicos y creadores. La fuerza de estas voces llegó hasta España, donde en mayo de 2019 Sexto Piso publicó una segunda antología ahora con la participación de autoras españolas. Marta Sanz reunió en Tsunami. Miradas feministas a Pilar Adón, Flavita Banana, Nuria Barrios, Cristina Fallarás, Laura Freixas, Sara Mesa, Cristina Morales, Edurne Portela, María Sánchez y Clara Usón para que compartieran su relación con los feminismos.
Describir ambos libros como antologías que reflexionan en torno al ser femenino es reducirlos a un compendio sentimental de experiencias personales, cuando su auténtica vocación es la de ser actos de resistencia. Los dos volúmenes ofrecen una aproximación a los miedos, presiones y obstáculos que padecen las mujeres, pero sin afán de convertirlas en víctimas, sino más bien como un intento de anteponer el cuerpo, cuestionar las ideologías imperantes y apropiarse del lenguaje. Aunque existen notorias diferencias entre las condiciones que viven las mujeres mexicanas y las españolas, hay una semejanza en el deseo por restituir el valor del relato personal dentro de una lucha común.
Los textos de ambos libros están escritos, en su mayoría, en primera persona, pero las reflexiones que despiertan no son individualistas, pues meditan sobre un fenómeno más amplio y colectivo. La lectura comparativa permite al lector comprender las realidades de las mujeres en dos países por demás diferentes. Mientras que en México hay una preocupación por la inseguridad, en España se percibe un temor por volver a un régimen autoritario, como el franquismo, que limite los derechos de las mujeres. En ambos escenarios, los límites entre lo privado y lo público terminan de difuminarse ante una violencia que puede ser física, sexual o estructural.
En el Tsunami mexicano, las agresiones, las desapariciones, las violaciones y los feminicidios atraviesan los relatos de las autoras. Esta inmersión en la realidad nacional se da a veces de manera indirecta –como en el caso de Daniela Rea, que aprende a ser madre al tiempo que entrevista a las madres que buscan a sus hijas desaparecidas– y, otras, como experiencia personal –por ejemplo, Diana J. Torres reflexiona acerca de la imposibilidad de caminar por las calles en la noche sin temor a ser violada, golpeada o, como en su caso, acuchillada–. Uno de los ensayos más inquietantes del volumen es “Solas”, de Sara Uribe, por la manera en que los problemas llamados “personales” se vuelven en algún grado asuntos de Estado. En “Solas”, la poeta relata cómo su infancia y juventud estuvieron marcadas por la violencia que su padre, su tío y el Estado ejercieron contra ella y su hermana. A petición de las mujeres del hogar, el padre dejó la casa y, por un tiempo, aquella solución parecía el fin de la historia. Sin embargo, al morir la madre de Uribe, ella y su hermana mayor quedaron bajo la custodia de un “hermano de su madre”. Fernando –a quien nunca llama su “tío”– también era un hombre violento y controlador que las mantuvo encerradas en la casa por un año y posteriormente las metió a un internado. Las hermanas Uribe se hicieron expulsar de dicho reformatorio y la última vez que vieron a Fernando fue cuando las dejó en un autobús rumbo a Ciudad Valles. Una semana después el tío murió de un infarto. Sin embargo, este hecho tampoco les trajo tranquilidad. Por la situación en la que se encontraban, las hermanas –en ese momento de catorce y doce años– debían residir en una casa hogar. Eso no sucedió porque ellas mintieron, falsificaron firmas y convencieron a algunos adultos de hacerse pasar por sus familiares hasta que cumplieron la mayoría de edad. En una de sus mudanzas, Uribe descubrió algo aterrador: una carta de una autoridad oficial que abría la posibilidad de que las hermanas volvieran con el padre, el mismo hombre que había intentado asesinar a su esposa obligándola a ingerir insecticida. Por fortuna, con la muerte de Fernando no hubo quien diera seguimiento a la solicitud y el documento se perdió en los laberintos de la burocracia. Como reconoce la propia Sara Uribe, la ineficiencia del Estado las salvó del propio Estado.
Por su parte, en la edición española, las autoras miran con recelo el pasado en que eran inferiores ante la ley, cuando no podían abrir una cuenta bancaria, tramitar un pasaporte, trabajar o viajar al extranjero sin el permiso del padre o del marido. Algunas de estas leyes se derogaron en 1975, meses antes de la muerte de Franco, pero su efecto en la sociedad no fue inmediato. La Constitución de 1978 contempló mayor igualdad entre hombres y mujeres, pero ciertos derechos para ellas fueron efectivos hasta 1981. Clara Usón recuerda cómo, al inicio de la década de los ochenta, aún se castigaba el aborto con cuatro años en prisión, por lo que tuvo que acudir a una clínica clandestina que le cobró cincuenta mil pesetas por la operación. A mediados de la década el aborto en España se despenalizó, pero condicionado a que la vida de la mujer estuviera en peligro, hubiera sido víctima de violación o que el feto pudiera presentar padecimientos físicos o psíquicos. A partir de la reforma de 2010, las mujeres españolas pueden abortar libremente durante las primeras catorce semanas de gestación. Sin embargo, los recientes debates impulsados por Vox han puesto el tema, de nuevo, en el centro de la discusión y anuncian una amenaza a los derechos reproductivos.
Mientras que la antología mexicana no puede pasar por alto las numerosas muertes de mujeres a causa de la violencia de género, la edición española explora otras formas de agresión. En su ensayo “Lo habitual”, Pilar Adón recuerda la vez que un sujeto la acechó en la estación del tren y le ofreció joyas a cambio de sexo. Adón, de diecinueve años, no increpó al hombre por temor a parecer maleducada, pero la insistencia de este no cesó a pesar del rechazo. Cuando él empezó a tocarla, ella se levantó y corrió en medio de una lluvia de insultos. Durante años, la escritora cargó con una culpa que le impidió confesar el episodio a su familia y pareja, hasta que en 2016 lo compartió en una columna en El País Semanal. Lo habitual, señala Adón, es callar, sentir culpa, ignorar el hecho y tratar de olvidarlo. Esta culpabilización de las víctimas parece un fenómeno universal y ancestral, pues fue la misma sensación que Brenda Lozano rastreó en los mitos y relatos de las mujeres que habían sido violadas, pero en cuyos testimonios nadie había creído.
Al analizar la estructura de los libros, es notorio un arco que va de la denuncia al cuestionamiento. Tanto Jauregui como Sanz abren sus antologías con relatos que exponen la superioridad intelectual o moral que los hombres ejercen sobre las mujeres, principalmente las más jóvenes. Vivian Abenshushan exhibe la jerarquizada estructura del taller literario, en el que las aspirantes a escritoras tienen que “soportar virilmente la crítica” y adoptar modales rudos o, de lo contrario, no podrán sobrevivir en el medio. A su vez, Sara Mesa cuenta la historia de una joven que al quedar embarazada es aleccionada (y constantemente humillada) por el médico que la atiende. Esa actitud se repite años más tarde cuando un compañero de trabajo le asegura que las mujeres que no abortan son más honorables que aquellas que interrumpen sus embarazos. Estos textos marcan la tónica de ambos volúmenes: mujeres que toman la palabra para denunciar aquellos discursos que por años han sostenido el sometimiento. Si bien los dos libros recopilan experiencias íntimas, como cierre ambas editoras eligieron las piezas más estremecedoras: “Solas” y “Lo habitual”. Los ensayos/confesiones de Sara Uribe y Pilar Adón tienen en común la normalización de la violencia y el desamparo de las autoridades. Sus textos provocan que el lector se pregunte por qué es difícil imaginar sociedades en donde las mujeres no vivan con miedo y no tengan que protegerse entre sí. Como única respuesta se encuentra la página en blanco.
Otro aspecto a destacar es la presencia de referentes teóricos. Varios ensayos de la edición mexicana hacen alusión a las ideas de Mary Beard, Sara Ahmed, Simone de Beauvoir, Rosario Castellanos, Silvia Federici, Rebecca Solnit y Judith Butler. Da la impresión de que las autoras desean reivindicar a las pensadoras como autoridades y validar sus relatos a partir de sus teorías. Llama la atención que un mismo texto se cite en diferentes ocasiones –“Meditación en el umbral”, de Rosario Castellanos, por mencionar un ejemplo–, o que el método de Mary Beard para analizar las relaciones de poder a partir de mitos grecolatinos tenga eco en diversas partes del libro. Aunque pertenecen a diferentes generaciones y contextos académicos, las lecturas que las formaron como feministas son las mismas. En contraste, la teoría feminista no es tan evidente en la edición española. Salvo por las menciones a Simone de Beauvoir y Virginia Woolf que atraviesan el volumen, solo Cristina Morales y Laura Freixas colocan sus ideas y experiencias dentro de un marco teórico. Freixas explica que, más allá de un placer intelectual, leer a otras mujeres le permitió construir una mejor defensa contra la injusticia. Por su parte, Morales se aleja de la teoría clásica para repensar otras posibilidades del sujeto femenino a partir de los estudios de la anarcofeminista boliviana María Galindo. El resto de los textos se concentran en la propia experiencia y si incluyen alguna cita de Margaret Atwood o Carmen Martín Gaite es para mostrar cómo la marginación también ha sido un tópico literario.
Los dos libros escapan de la categoría formal del ensayo. En la edición mexicana conviven por igual un poema de Jimena González, la intervención del catálogo de mujeres de Semónides de Amorgos, “el poema misógino más antiguo que conocemos en la historia occidental”, afirma Verónica Gerber, y el diario de Daniela Rea. En el Tsunami español Cristina Morales incluye en su ensayo un fragmento de un fanzine anarquista y la ilustradora Flavita Banana acude a las viñetas para explicar conceptos como el techo de cristal y el mansplaining. Esta emancipación del rigor con el que suelen pensarse los libros de ensayo ofrece una oportunidad para reflexionar sobre la violencia de género en otros formatos.
A pesar de sus diferencias en tono, estilo y tema, el hilo que entreteje a los veintidós textos que integran ambos volúmenes es el deseo de sus autoras por sentirse acompañadas. Sin embargo, así como ellas han tomado la palabra para denunciar la opresión de la que han sido víctimas o testigos, habría que escuchar con mayor atención a esas otras voces que hemos consciente e inconscientemente ignorado y silenciado. Recordemos que la magnitud de un tsunami no se calcula solo por la altura de sus olas, sino por la extensión del territorio que inunda. ~
Karla Sánchez (Ciudad de México, 1992) estudió literatura latinoamericana en la Universidad Iberoamericana y es secretaria de redacción de Letras Libres.
estudió literatura latinoamericana en la Universidad Iberoamericana, es editora y swiftie.