Problemas en el paraíso: Isabel Turrent y la URSS / En memoria de Isabel Turrent

Isabel Turrent era experta en la URSS. Compartió generosamente su conocimiento sobre la maquinaria de ese mundo con sus alumnos.
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Los testimonios coinciden en que fue una mujer libre, una lectora voraz y una profesora excepcional. En la casa familiar disfrutaba los libros como ninguna otra cosa. Devoraba, aseguran sus hijos, no obras sino bibliotecas. En el aula, contagiaba a sus alumnos el rigor del análisis y el amor por la literatura. Fue generosa con todos, especialmente con sus lectores, a quienes ofreció, desde las páginas de Letras Libres y Reforma, una mirada crítica sobre los acontecimientos, en una prosa clara e inteligente, que apelaba a la historia y dejaba ver un compromiso auténtico con la libertad. Su sensible fallecimiento el 18 de junio de este año representa una irreparable pérdida para la cultura mexicana. Sirva este homenaje para recordar su legado.

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Tuve el privilegio de haber conocido y tratado a Isabel Turrent. Fue mi profesora durante el quinto o sexto semestre de la licenciatura en relaciones internacionales en El Colegio de México, cuando nos impartió un curso sobre la Unión Soviética que hoy sería de historia. En ese momento era de actualidad y enorme importancia para entender el mundo y la política global.

Para mí iba a resultar toda una revelación, al igual que para tantos otros compañeros que nos creíamos parte o todo el cuento del éxito soviético. Mi caso fue extremo. Durante mi adolescencia leí con admiración las revistas que mi padre traía a casa de la Sociedad de Amigos de la Unión Soviética, o algún nombre similar. Las revistas Unión SoviéticaNovedades de Moscú y otra más llamada URSS pintaban un paraíso: un sistema económico equitativo y pujante y un mundo de libertades y equidad. La primera, la recuerdo bien, era de un buen papel brillante, con fotos de soviéticos y soviéticas sonrientes, casi todos rusos, aunque había cierto espacio para las otras nacionalidades, como si se tratara de una asociación de iguales. Las notas eran todas positivas: la inauguración de una policlínica, un avance científico que haría más productiva la agricultura, una nueva estación de metro en Moscú. También había artículos dedicados a los líderes soviéticos o entrevistas con ellos, en las cuales no solo ensalzaban el supuesto paraíso, sino la generosidad con los otros pueblos del mundo, a diferencia del imperialismo explotador yanqui.

Graduada de la Facultad de Estudios Sociales de Oxford en 1983 con una tesis titulada La Unión Soviética y la Unidad Popular de Chile: 1970-1983, Isabel era no solo una experta en la URSS, como pocos investigadores en México lo eran, sino también en el papel de este régimen en América Latina, en particular Chile.

Obviamente su conocimiento no provenía de leer las revistas de propaganda, sino de haber estudiado a profundidad la maquinaria de ese mundo. Con ella aprendimos cómo funcionaba realmente la economía soviética, tan bien estudiada por el historiador Archie Brown, a cuyos textos recurríamos en el curso de Isabel, y cómo había evolucionado el control político sobre la población, de los horrores de Iósif Stalin a una represión más puntual con Leonid Brézhnev. También estudiamos la formación del Estado soviético, su expansión imperial sobre el territorio de las nacionalidades no rusas, su exitosa industrialización, y el triunfo sobre los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Para quien quiera saber cómo se vivía en el paraíso el gran libro de Karl Schlögel, de 2021, El siglo soviético. Arqueología de un mundo perdido, es la mejor referencia que conozco.

Ni Isabel ni ningún sovietólogo serio fueron capaces de anticipar la súbita caída de la URSS en 1991, a pesar de que Mijaíl Gorbachov acababa de llegar al poder durante el semestre en que tomamos el curso. Sin embargo, lo que aprendimos mostraba claramente las limitaciones del modelo. Era cuestión de llevar estas contradicciones a sus conclusiones lógicas.

Isabel era también una apasionada de la literatura rusa. Muchos nos adentramos en ese universo gracias a ella. Nos dejó leer, recuerdo, la novela Nosotros, de Yevgueni Zamiatin, escrita en 1920 y censurada por el gobierno soviético. Se trata de una crítica al control estatal sobre el individuo, cuya vida está perfectamente regulada. Mucho tiempo antes de las posibilidades de control que permiten las tecnologías actuales, la novela presenta inmuebles de cristal para que el Estado lo pueda ver todo.

Era, pues, una profesora que abría los ojos, sobre todo a quienes, como yo, los teníamos bien cerrados. Inteligente, rigurosa y apasionada, en toda controversia criticaba cualquier razonamiento que le pareciera débil, pero con el objetivo de fortalecerlo. Eso es, en definitiva, algo que distingue a una buena docente del resto.

Además de ser una extraordinaria maestra, siempre fue generosa con sus alumnos, entusiasmados por lo que aprendieron de sus lecciones, algunos de mis compañeros visitaron la Unión Soviética junto con ella. Esto les permitió experimentar de cerca lo que habíamos estudiado en las aulas.

Gracias a Isabel conocí a Enrique Krauze. Era una pareja extraordinaria, en lo personal y en el debate académico y polémico. Sus hijos, León y Daniel, vivieron entre libros y han hecho una vida profesional basada en la crítica y la producción de ideas, como sus padres.

Me fui a estudiar el doctorado a Oxford, de donde también ella era egresada, poco después de terminar la licenciatura, en parte gracias a la influencia que tuvo en mí. La vi poco después de mi regreso, aunque la leía, siempre con mucho interés, los domingos en Reforma cada quince días. Siempre informada, lúcida, valiente, crítica, original. Sabía también leer a México desde la política comparada. Lamento profundamente su inesperada partida. Perdemos una voz lúcida cuya presencia nos hará falta en el debate de los problemas de hoy. ~


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