Isabel Burdiel
Emilia Pardo Bazán
Barcelona, Taurus, 2019, 744 pp.
A mediados del XIX, la palabra “feminista” pertenecía al léxico médico y designaba un trastorno por el que ciertos hombres desarrollaban una apariencia femenina. A finales de ese siglo, las sufragistas se apropiaron del término para darle la vuelta, y el feminismo dejó de ser una enfermedad para convertirse en el movimiento que reivindicaba la igualdad de las mujeres. Eran los años en los que el llamado sexo débil empezaba a hacerse fuerte. El debate, conocido entonces como “la cuestión femenina”, no tardó en llegar a España, donde una ilustre pionera como Concepción Arenal llevaba décadas allanándole el camino. Gallega como ella pero treinta años más joven, la novelista Emilia Pardo Bazán estaba al corriente de cuanto se cocía en Europa, particularmente en París, y desde fecha muy temprana se acostumbró a usar el vocablo “feminista” con su nuevo y reivindicativo significado. Una hipotética historia del primer feminismo español tendría por fuerza que detenerse en esas dos figuras y en su relación personal, no siempre exenta de suspicacias. Si Arenal contribuyó a fundar un feminismo de raigambre liberal, Pardo Bazán exploró la posibilidad de un feminismo compatible con el catolicismo y la tradición. Para ella, las conquistas del liberalismo habían ensanchado la brecha que separaba ambos sexos “porque el hombre ha ganado derechos y franquicias que la mujer no comparte”. Así justificaba esa mezcla aparentemente contradictoria de tradicionalismo y feminismo, que en todo caso refleja bien la complejidad del personaje: una mujer integrista en lo religioso pero liberal en su conducta y forma de pensar, entusiasta del carlismo pero próxima a los krausistas de la Institución Libre de Enseñanza, nostálgica del pasado pero enemiga de unas lacras sociales que eran consecuencia de ese mismo pasado.
La biografía que le ha dedicado Isabel Burdiel abarca muy diversas facetas de Pardo Bazán, algunas tan interesantes como sus esfuerzos por consolidar el estatus del escritor profesional o su afán por contribuir con sus novelas a la construcción del imaginario de la nación española. Pero, de las distintas Pardo Bazán que aquí se nos presentan, es la Pardo Bazán feminista la que acaba ocupando la centralidad del relato y granjeándose el interés del lector. La perspectiva de género se impone en este caso de forma natural, porque la evolución y el carácter de la biografiada no pueden ser reconstruidas sin detenerse una y otra vez en ese trasfondo de desigualdad y desventaja que los condicionó. Contemplada desde la actualidad, la lista de agravios por su condición de mujer sería interminable e incluiría, por ejemplo, el veto a su ingreso en la Real Academia y el amplio rechazo a su designación como catedrática honorífica de universidad. Recordemos que el ideal de mujer burguesa vigente en la época era el del “ángel del hogar” (así se titulaba una novela de María Pilar Sinués de 1859): la abnegación, el sacrificio, el sometimiento al sexo masculino, con la reproducción y la familia como objetivos centrales en la vida y los valores de la religión cristiana como principal sostén. Buena prueba de la atmósfera moral que rodeaba a doña Emilia la proporcionan las fuertes presiones que, en un momento de abatimiento provocado por la repentina muerte de su padre, se ejercieron sobre ella para que regresara junto a su marido, con quien había sellado ante notario un acuerdo amistoso de separación. “¿Será temerario suponer que la prematura y en gran parte inesperada muerte de su buen padre es el medio de terror y espanto con que Dios la llama nuevamente?”, le escribió el confesor de la familia, responsabilizándola implícitamente del infortunio.
En ese ambiente de rígida mojigatería, el simple hecho de que una mujer quisiera publicar sus escritos y dar a conocer sus opiniones proyectaba no pocas sombras de sospecha sobre el decoro y la modestia que le eran exigibles. La participación en el debate público estaba restringida a los hombres. Las mujeres que aspiraban a intervenir en él estaban obligadas a un sobreesfuerzo para ser tratadas como iguales y ganarse, en el mejor de los casos, la aprobación condescendiente y, en el peor, el calificativo de marimacho. Por muy condesa que fuera, doña Emilia estaba obligada a nadar a contracorriente, y ni sus vastas lecturas ni su ilimitada capacidad de trabajo ni el éxito de sus libros bastaban para protegerla contra invectivas que ahora nos causan sonrojo por su machismo. Pondré solo un ejemplo: en un artículo en el que el bilioso Clarín pretendía defenderla de la “envidia de varios barbudos sujetos que no pueden llevar con paciencia que sepa más que ellos una señora de La Coruña”, acababa calificando a doña Emilia nada menos que de “jamona atrasada de caricias”. Una gorda mal follada, en definitiva: con amigos así no le hacían falta enemigos.
Hace nueve años, Isabel Burdiel dio a las prensas la biografía canónica de Isabel II, en la que también la perspectiva de género era ineludible. A la Reina Castiza la condenó su tiempo, pero no siempre por las razones correctas. Se escarneció la libertad sexual con que se condujo en su vida privada (cosa que jamás le habría ocurrido a un varón) y, en cambio, se le disculparon no pocos resabios absolutistas, que acabarían lastrando la consolidación del parlamentarismo en España. Los destinos de Isabel II y Emilia Pardo Bazán no llegaron a tocarse en ningún momento. La estrella de la exmonarca se apagaba lentamente en el destierro parisino cuando la de la novelista empezaba a refulgir. Isabel II y Emilia Pardo Bazán fueron dos de las mujeres más eminentes del siglo XIX español. Una no supo estar a la altura del destino que le había correspondido y la otra luchó con todas sus fuerzas por labrarse su propio destino. Sus vidas, tan distintas, merecen sin duda los excelentes trabajos que Isabel Burdiel les ha dedicado. ~
(Zaragoza, 1960) es escritor. En 2020 publicó 'Fin de temporada' (Seix Barral).