A lo largo de El naufragio de las civilizaciones, su más reciente libro, el periodista y escritor Amin Maalouf (Beirut, 1949) se pregunta con insistencia qué hubiera sido del mundo árabe de haber transitado por otros senderos. La historia, supone, hubiera sido radicalmente distinta para la humanidad y tal vez hoy no nos encontraríamos ante un escenario como el que le ocurrió al tristemente célebre Titanic la noche del 14 de abril de 1912, “mientras la orquesta tocaba ‘Más cerca de ti, oh Señor’ y el champán corría a raudales”.
Proveniente del universo levantino –ese conjunto de puertos mercantiles que va de Alejandría a Beirut, Trípoli, Alepo o Esmirna, de Bagdad a Mosul, Constantinopla o Salónica (y llega, nos dice, hasta Odesa o Sarajevo)–, Maalouf nació en el Líbano y creció en Egipto, cuando en estos países se respiraba un espíritu cosmopolita, de gran florecimiento cultural e intelectual.
Admirador de Constantino Cavafis, entre una pléyade de poetas del norte de África y del Medio Oriente, el autor de La roca de Tanios (Premio Goncourt 1993), Samarcanda y León el africano, entre otras novelas, mira en retrospectiva el mundo árabe, teniendo como telón de fondo la Guerra Fría. En su último libro, Maalouf combina la memoria personal con el testimonio periodístico, el conocimiento histórico y la precisión poética, remontándose a épocas y a fechas puntuales, como el lunes 5 de junio de 1967, cuando él era un estudiante de letras en Beirut y nació lo que él llama “la desesperación árabe”.
Aquel día, el ejército de Israel aniquiló en el Sinaí a las fuerzas aéreas egipcias, sirias y jordanas que estaban al mando del coronel egipcio Gamal Abdel Nasser. Este episodio fue conocido como la Guerra de los Seis Días e infundió en el mundo árabe algo que Maalouf define como el “síndrome del eterno vencido”, punto de quiebre y, a su decir, origen del terrorismo islámico.
En su afán por entender el presente y advertir –citando a Cavafis– el rumor misterioso de los hechos que se acercan, El naufragio de las civilizaciones no se limita al mundo árabe. Las reflexiones vertidas por Maalouf abarcan un entramado geopolítico que atraviesa la revolución conservadora de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, la oportunidad desperdiciada por Estados Unidos para imaginar un nuevo orden mundial posterior al derrumbe del comunismo y llega hasta nuestros días caracterizados por la sociedad de la vigilancia que ya anticipaba Orwell en 1984. Si algún personaje de la historia de los últimos cien años se salva para Maalouf, ese es Nelson Mandela.
En su primera visita a México, conversé con el hombre afable de pelo desordenado y blanco y una vitalidad inusitada para alguien que ha arribado a los setenta años.
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En México decimos que “el hubiera no existe” y usted ha escrito un libro sobre lo que hubiera sido el Medio Oriente.
Ciertamente es peligroso hablar de estos “hubiera”, pues se trata de un juego de la mente. Cuando un evento tiene lugar se vuelve realidad, pero mientras no sea así hay muchas opciones sobre lo que podría haber sido. En ocasiones es legítimo pensar en ello. No escribí este libro como una añoranza, sino como una manera útil de reflexionar sobre lo que ya sucedió para que nos ayude a pensar sobre lo que podría suceder.
El naufragio de las civilizaciones es un libro testimonial que se vale del ensayo en pequeñas unidades.
La estructura del libro estuvo guiada por la reflexión que quise hacer acerca de por qué el mundo se encuentra donde se encuentra hoy en día. Y para ello pensé acerca de los eventos que tuvieron lugar en las últimas diez décadas. Tuve que posicionarme, hallar un lugar. Porque la visión que se tiene del mundo depende del lugar en donde uno ha crecido y de dónde se encuentre uno en un momento dado. Por eso es siempre importante comenzar diciendo “desde mi punto de vista”. Obviamente también importaron las cosas que sucedieron aquí y allá, que influyeron en mi vida, en mi familia, antes incluso de que tuviera yo una visión más amplia.
Nos presenta el mundo árabe desde una perspectiva histórica, y aun microhistórica, poco tratada por los medios de comunicación americanos. Las culturas árabes no fueron como las conocemos ahora, sino similares en muchos sentidos a las occidentales. Tendemos a creer que hay diferencias irreconciliables entre las culturas árabes y las occidentales.
Mi convicción profunda es que las aspiraciones de los pueblos son iguales en todo el mundo. Ciertamente existió una deriva seria en los últimos años que ha dado como resultado esta impresión que tenemos ahora como si habitáramos un mundo constituido por humanidades diferentes, cada una con un universo propio de valores. Pero para mí la humanidad es una y los anhelos son los mismos. No hay diferencias en las aspiraciones, sea que se trate del pueblo argelino, mexicano, chileno o chino. Fundamentalmente el mundo no consiste en humanidades, sino en una sola humanidad, eso sí con todo tipo de expresiones y realidades económicas y culturales, pero con esa vocación a un solo sistema de valores. Esta convicción profunda subyace en todo lo que escribo.
Sostiene que fue el lunes 5 de junio de 1967 cuando nació “la desesperación árabe”, estrechamente relacionada con el terrorismo islámico tal como lo conocemos desde hace unos años. ¿Cuáles fueron las razones que lo llevaron a fechar este punto de quiebre en la historia de la humanidad?
Han pasado más de cincuenta años desde ese día. Lo que hice fue remontarme en el tiempo para acceder a la genealogía de los eventos y encontrar cuál es el punto en que se desencadenó todo. Este distanciamiento me permitió, sobre todo en cuestiones de atentados –siendo el más sorprendente el del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas–, llegar a desentrañar en qué momento el mundo árabe se vuelve contra Occidente, produciéndose este cambio intelectual. Hace medio siglo la ideología del mundo árabe se basaba en un nacionalismo laico. Los movimientos político-religiosos eran más bien minoritarios, grupusculares incluso. Pero es a partir de esta fecha que estos grupos empiezan a tener importancia. Hay también otros factores que habría que considerar, como el tema petrolero, que genera un cambio en las relaciones de poder, y que resulta negativo para las sociedades árabes pro-occidentales y positivo para las sociedades árabes más religiosas. El yihadismo se propaga a través del dinero petrolero.
Su libro comienza evocando el universo levantino y la sabiduría ahora perdida que usted aprendió de sus padres, a quienes les dedica el libro. Nos presenta a Levante como un modelo de coexistencia armoniosa y prosperidad.
No hay que buscar un mundo idílico en el Levante de mi infancia, porque no lo fue. Lo que lamento es que, al desaparecer este mundo, las comunidades que lo integraban se vieron obligadas a irse. Por eso menciono el ejemplo de Nelson Mandela en Sudáfrica. Cuando él gana las elecciones evita que la minoría blanca abandone el país.
En la ciudad en la que crecí, Beirut, había comunidades con diferentes orígenes y de todos los credos. No obstante, todas estas comunidades tenían un estatuto de igualdad. Ahora que puedo distanciarme en el tiempo, veo que ese Beirut en el que yo viví era superior a lo que vino después tanto en la propia ciudad como en otras partes del mundo. La relación entre cristianos, judíos y musulmanes era una relación de respeto. El Líbano de mi infancia era un lugar mejor a lo que se puede encontrar hoy en el mundo.
Su libro, un texto de geopolítica, refiere que no podemos entender lo que le ha ocurrido al mundo árabe sin entender el contexto de la Guerra Fría. En este balance usted pone sobre la mesa no solo las atrocidades y las pifias del comunismo, sino las consecuencias perversas del anticomunismo orquestado por el gobierno de Estados Unidos.
Hay que entender el contexto de este periodo poscolonial donde los países quieren desarrollarse, pero sin la intervención de las antiguas potencias coloniales. Algunas de estas naciones vieron en el modelo comunista una opción que les podía ayudar. En la actualidad esta idea nos resultaría absurda, ya que la economía de los países excomunistas resultó desastrosa, pero en esa época era algo que no se vislumbraba.
¿Hay en su libro una reivindicación del marxismo?
No creo que el marxismo sea una solución a los problemas de hoy. La historia ya hizo el ensayo en este sentido. Pero hubo muchas personas en el mundo, sobre todo de minorías étnicas y religiosas, que encontraron en los movimientos marxistas un espacio donde pudieron tener un papel político. La desaparición de estos movimientos provocó que estas personas quedaran marginadas, lo que resultó en una tragedia para sus comunidades.
En otra parte habla sobre Margaret Thatcher, Ronald Reagan y la revolución conservadora. Usted considera que ambos líderes trajeron consigo Estados débiles y el aumento de la desigualdad.
Pienso que Thatcher y Reagan escogen una vía, que es la de la reducción del rol del Estado en la economía. Hoy en día hemos llegado al límite. Este ataque en contra del welfare state, del Estado de bienestar, quizá tuvo su razón de ser. En la actualidad estamos viendo las consecuencias negativas de esta vía, y queda claro que se requiere un cambio de rumbo. Tanto el marxismo, que usted mencionaba, como la revolución conservadora pertenecen a un mundo que está desapareciendo. Tenemos que imaginar algo diferente, que no esté marcado por estos sistemas, ni por el carácter autoritario del sistema comunista. Requerimos de un movimiento que tenga realmente una preocupación social para establecer ese vínculo entre el conjunto de los ciudadanos del mundo y la vida económico-política. No es una tarea imposible, aunque sí difícil y requerirá tiempo.
En todo el mundo se habla de Donald Trump como un político que está causando muchos perjuicios al planeta entero. Pero usted señala que desde hace tiempo Estados Unidos desperdició la oportunidad para crear un nuevo orden mundial.
Pienso que la actitud que tomó Estados Unidos después de la caída del Muro de Berlín ha sido desastrosa. Fue extraño porque ellos tenían los medios para construir un nuevo orden mundial. Considero que el resto de los países lo hubieran seguido, sobre todo porque era la única superpotencia que quedaba en ese momento. Es cierto, como dice, que la catástrofe actual no inicia con Trump. Quisiera mencionar dos decisiones desastrosas de Estados Unidos a lo largo de estos años recientes. La primera es la actitud que, por decisión de Clinton, tomó contra la Rusia de Gorbachov: no se deciden a ayudarla a entrar en el camino de la democracia, sino que la aplastan. La segunda es cuando decidió invadir Irak desdeñando los señalamientos internacionales. Estas decisiones debilitaron la credibilidad moral de Estados Unidos. Sobre todo cuando se probó que las supuestas armas químicas de destrucción masiva de Irak eran una mentira. Podría dar más ejemplos hasta llegar a Obama. Son ya treinta años de políticas desastrosas que le quitaron su rol a Estados Unidos. Es una lástima para el mundo entero que habría podido beneficiarse si este país hubiera asumido la responsabilidad de establecer un nuevo orden mundial.
Usted es periodista e hijo de un periodista. Este es un momento muy aciago para la práctica del periodismo. ¿Cómo ve su futuro?
Los desafíos a los que tiene que hacer frente el periodismo son inmensos. No me atrevo a comparar lo que tenemos ahora con lo que viví con mis padres, cuando tenía cuatro o cinco años. Es un universo en donde todo ha cambiado. Pero el periodismo conserva una función esencial, más importante que en el pasado, sobre todo por el acceso infinito que tenemos a las fuentes de información. Una infinidad de fuentes que nos llegan en desorden y en donde falta una evaluación y una jerarquización. Este es el rol que tiene en la actualidad el periodismo: organizar ese flujo. En este sentido el periodismo es irremplazable. Ya no se trata de dar a los lectores información, porque la información les va a seguir llegando, sino de organizar y jerarquizar para que la información pueda llegar bien. El periodismo ha cambiado de naturaleza en comparación con el pasado.
El sentimiento que permea todo el libro es la tristeza, pero también hay esperanza.
Creo que estamos en un periodo crítico, hay un mundo que está desapareciendo. Por lo tanto, es comprensible este sentimiento de tristeza. Este mundo del que hablo tuvo de todo, cosas muy positivas y muy negativas. Pero está el mundo que no ha llegado todavía. Nos encontramos entre ambos, en una tierra de nadie. Tenemos que creer en este mundo futuro. De ahí la esperanza. Porque ciertamente no existe una fuerza que llegue y nos lo vaya a imponer, sino que nosotros somos los que lo estamos construyendo. Y cada uno de nosotros puede contribuir a hacer un mundo mejor que el que está muriendo. ~
(Ciudad de México, 1970) Es escritor de crónicas y reportajes y autor del libro "Historias del más allá en el México de hoy" (Almadía, 2012).