En 1955, Octavio Paz realizó un viaje al norte del país para dar algunas conferencias, según él mismo lo cuenta (“Octavio Paz por él mismo 1954-1964”, selección de textos por Anthony Stanton, Reforma, 10-IV-1994):
Justamente cuando mis amigos preparaban el primer número de la Revista Mexicana de Literatura, fui invitado a dar unas conferencias en San Luis Potosí y en Monterrey. Hice el viaje y me impresionó no solamente el vasto desierto sino también la pobreza de la gente del campo. Ese paisaje desolado me produjo tristeza y desesperación. Era la otra cara de la prosperidad de que estaban tan orgullosos los grupos dirigentes del país. A mi regreso escribí “El cántaro roto”, comenzando en el tren, que fue publicado en el primer número de la Revista Mexicana de Literatura.
Cuenta Stanton que, cuando Paz publicó aquel poema sobre la dominación política, la sequía económica y el hambre en el campo mexicano, se desató “un pequeño escándalo porque la prensa conservadora” lo acusó “de haber escrito un poema comunista”.
Un joven llamado Gabriel Zaid, que tal vez asistió a la conferencia de Paz en Monterrey, leyó tiempo después ese poema en el primer número de la revista y quedó impresionado (“Lo que pedía nacer”):
Recuerdo la conmoción que me produjo leer un poema (“El cántaro roto”) en la Revista Mexicana de Literatura. Recuerdo que esa revista y los suplementos literarios que llegaban a Monterrey me daban el deseo de verdadera vida literaria, y que dejé Monterrey para descubrir que el desierto estaba en todas partes y la vida literaria siempre está más allá: en los textos, en las tertulias virtuales y, por supuesto, en las tertulias de verdad que milagrosamente llegan a producirse, como números maravillosos de una revista oral, efímera.
Durante los años siguientes, Gabriel Zaid comienza a publicar sus ensayos, poemas y traducciones en numerosas revistas. En México, colabora en Diálogos, Revista de la Universidad de México, Cuadernos del Viento y La Cultura en México. En el extranjero, sus “Versiones de Vidyápati” aparecen en el mismo número de Sur donde Borges publica su poema “Variación” (julio-agosto de 1970). Es claro que Zaid buscaba participar en las tertulias de verdad. En noviembre de 1971 debutará en Plural con un pequeño cuadrivio: “Arte de insultar”, “Camino de perfección”, “El placer” y “Dicho sea con temor”. Ensayos breves, bien escritos, punzantes, como pequeñas figuras geométricas de papel.
Plural no llegó a ser el Nouvel Observateur mexicano (“revista mitad de información y mitad de ideas”), como quería Julio Scherer, sino algo mejor: una “revista mensual de orden cultural” que elevó el nivel de la crítica en México, según comentó Octavio Paz en una entrevista con Diana Ylizaliturri.
Acaso con aquel paisaje desolado de Monterrey en la mente (“la pobreza de la gente del campo”), Paz empezó a publicar en Plural ensayos críticos en contra del gobierno y de la lógica económica imperante. En “Tres momentos de la cultura en México” (Plural 43), Zaid recordará que el gobierno mexicano había hecho todo lo posible por negar la existencia de la pobreza rural. Sin embargo, no habían faltado escritores y medios impresos que, con valor e independencia, se atrevieran a mostrar esta realidad:
La revista Siempre! es la primera en criticar el triunfalismo oficial (Roberto Blanco Moheno inicia en sus páginas la denuncia de la miseria campesina); a fines de 1961, Fernando Benítez y sus colaboradores del suplemento México en la Cultura fueron expulsados del periódico Novedades […] y se incorporan a la revista Siempre! […] Se dice que esta incorporación fue apoyada por el presidente López Mateos, que luego se ofendió por la denuncia del asesinato de Rubén Jaramillo y trató de eliminar el nuevo suplemento.
…
La “miseria del campo” no es un tema excepcional en la obra de Zaid. Sus análisis, sin embargo, evitan las ideas abstractas, en beneficio de las propuestas concretas. En el número 7 de Plural plantea acabar con la pobreza repartiendo dinero en efectivo y creando una oferta pertinente de satisfactores y de medios de producción para los pobres. El ensayista observa que, sobre muchas otras cosas, los pobres necesitan comida, ropa y medios adecuados para producirlas. El sector moderno les daba en cambio “servicios de control militar, visitas de candidatos presidenciales, estudios económicos, sociológicos y antropológicos, ejercicios espirituales, asesoramiento electoral, trámites burocráticos” y un largo etcétera que no requerían (Plural 52). Zaid propuso reorientar el consumo hacia las economías de subsistencia y valorar el tiempo sobre las cosas. En el primer caso, se trataba de tener como principal meta “satisfacer las necesidades básicas del consumo de todos”, de fomentar la producción doméstica para el autoconsumo (“Ventajas de la economía de subsistencia”, Plural 45, junio de 1975). En el segundo, de preferir la elegancia del tiempo libre a la producción y acumulación de lujos:
La elegancia antigua consistía menos en cierto desahogo de recursos que en cierto desahogo de tiempo. Hoy nos parece miserable vivir sin algunas cosas que antes hubieran sido grandes lujos; en cambio, nos parece normal vivir en la más completa miseria de tiempo disponible, y ni siquiera nos sentimos pobres diablos, en una situación rabona y poco elegante: por el contrario, consideramos pobres diablos a quienes tienen tiempo de asolearse y platicar. Preferimos usar los aumentos de productividad para producir más, no para producir lo mismo en menos tiempo (“Las paradojas de la productividad”, Plural 52, enero de 1976).
A su modo de ver, era ilusorio pensar que, tarde o temprano, el gran lago moderno de privilegios, asentamiento de las grandes pirámides burocráticas (públicas y privadas), se desbordaría mágicamente en el campo mexicano, como una gran copa que se derrama desde arriba. Por el contrario, Zaid demostró que si el cántaro del campo estaba roto y la fuente cegada (para usar una expresión de Paz), lo verdaderamente realista era dotar a los campesinos de dinero en efectivo y una oferta pertinente de medios de producción (el agua, el cántaro y las herramientas). Necesitaban crear nuevas fuentes, producir riqueza desde abajo. No era realista esperar a que la profecía del gran diluvio modernizador –que tanto predicaba el presidente como un Tláloc– se cumpliera.
Zaid no llamó a las armas, como sugirió “algún irresponsable que ha de tener los pies planos y no ha de haber tirado ni en las ferias”, sino que puso sobre la mesa, con una lógica irrefutable, los verdaderos problemas económicos y varias soluciones concretas. A diferencia de los demagogos del gobierno, Zaid nunca ofreció “un desprecio benévolo y una esperanza ilusoria” a los pobres; jamás pidió “credibilidad pública sin demostración”. Sus ensayos, para citar a Vargas Llosa, estaban libres de las abstracciones de la “retórica sociológica casi siempre anestésica”. Tampoco escribió con “párrafos de cómico pseudomarxismo”, ni echando mano del “lenguaje eclesiopolítico” del pri. La crítica de Zaid fue una crítica inusual: libre por igual de los dogmas de la izquierda y de la derecha. Si los universitarios en el poder bebían de ambas creencias –pues “en México ser revolucionarios, progresistas o de izquierda es la única forma posible de ser conservadores, reaccionarios o de derecha”–, Zaid se encargó de señalar la retórica revolucionaria que barnizaba las mentiras oficiales.
En aquellos años difíciles de autoritarismo mexicano –con robos de casillas, sabotajes de los nuevos partidos, censura en los medios, libelos contra los intelectuales disidentes–, Zaid estuvo del lado “del pluralismo, de la repartición del poder, del respeto a la ley, las elecciones, la oposición, la opinión pública”. Su crítica del poder fue memorable.
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En manos de Zaid el ensayo era un ajedrez: juego, ciencia y arte al mismo tiempo. La política funcionaba de una manera similar: el gobierno se movía como el rey y otras piezas cercanas se movían a su servicio (el caballo bien podría ser hacienda, la torre podría representar al saber universitario, la reina sería la burocracia).
La crítica que realizó Zaid contra estas grandes piezas inertes fue intensa. Desde las páginas de Plural, criticó los mercados de obediencia, la corrupción gubernamental, la simulación democrática, el nepotismo, la improductividad universitaria. Si bien puede ser muy tentador querer decirle al rey cómo debe moverse (o cómo debe mover sus piezas), Zaid prefirió jugar desde su propia posición y “hacer planteamientos independientes, por escrito, para el público”. De esta manera, logró poner varias veces en jaque al rey (al menos frente a la opinión pública) y planteó cómo desarrollar a las piezas pequeñas del sector no piramidal, piezas que permanecían aisladas, retrasadas, encadenadas, en islotes dispersos.
Hay que decir que no estaba solo, que muchos escritores pusieron también sus piezas en juego. Por eso es frecuente encontrar dentro de Plural verdaderas defensas, no sicilianas sino mexicanas, formadas por José de la Colina, Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Octavio Paz, Tomás Segovia y Gabriel Zaid para protestar por las restricciones a la circulación de libros en México (Plural 48), o fuertes aperturas con Rulfo, José de la Colina, Elizondo, García Cantú, Pacheco, Paz, Pellicer, Sabines, Gustavo Sainz, Segovia, Zaid, García Terrés y Monsiváis para enfrentar un mal anteproyecto de ley (Plural 49).
((“Después de un regaño insólito al Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, el presidente Luis Echeverría habló de crear un nuevo organismo y presentó un disparatado Anteproyecto de Ley para la creación de un Consejo Nacional de las Artes” (Dinero para la cultura, México, Debate, 2013). En respuesta, Zaid escribió un manifiesto al que se sumaron no pocos escritores.
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Una constelación de piezas independientes que trabajaron a veces juntas para mejorar las cosas en el país.
El gobierno nunca pudo defenderse de las críticas de estos escritores. En su golpe contra Excélsior –y, por extensión, contra Plural–, Echeverría se portó como el niño inmaduro que, al ver que va perdiendo, decide dar un manotazo al tablero. La opinión pública mexicana todavía recuerda este berrinche.
Alguien más o menos distraído podría decir que lo que hizo Zaid fue jugar partidas simultáneas: en el tablero de la economía, la política, la poesía, la traducción, etcétera. En realidad, lo que Zaid nos demostró con sus poemas y ensayos es que todas las áreas pertenecen al mismo tablero. Si los especialistas no comprenden la realidad es porque no saben ver más allá de una sola casilla. ~
(Ciudad de México, 1985) es poeta, ensayista y editor. Dirige la revista cultural Anagnórisis.