Gastronomía literaria

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Según el latinista Roberto Heredia, “la palabra sátira deriva del vocablo latino satura, que designaba un platillo compuesto por una variedad de frutas y verduras”. Desde un punto de vista formal, la sátira latina era, pues, una especie de ensalada compuesta de elementos heterogéneos: prosa y verso, burlas inverecundas y diatribas moralizantes, cuadros de costumbres y relatos fantásticos engarzados sin orden ni concierto, en abierto desacato a la arquitectura literaria exigida a otros géneros. Lo que le daba unidad era el espíritu socarrón de sus autores, el afán de ridiculizar defectos y conductas, ya sea en tono ligero o grave. Horacio, Juvenal y Petronio aderezaban de manera distinta sus ensaladas, pero en ellas no había una trabazón como la exigida al drama, la comedia o la poesía épica: de hecho, el público de la sátira buscaba la variedad de tópicos, como los modernos lectores de revistas, y por lo tanto agradecía las interpolaciones.

La novela realista, nacida con el Quijote, es hija de un adulterio entre la epopeya y la sátira. De la épica heredó el arte de fabular, de la sátira la crítica social, escudada en la ficción para evitar el ataque directo. Hay un puente que va de la sátira latina a la fábula milesia (el género griego al que pertenece El asno de oro de Apuleyo) y otro que parte de ese modelo para llegar a la novela picaresca española. Un hecho histórico confirma ese trasplante: la traducción al español de la obra de Apuleyo, publicada con gran éxito en 1513, que pudo haber leído el autor anónimo del Lazarillo de Tormes. La metamorfosis culmina cuando Cervantes suprime la intercalación de relatos en la segunda parte del Quijote. Desde entonces la novela se exige un grado de orquestación más alto que el de su antepasada latina.

Tomando prestadas las herramientas conceptuales de Lévi-Strauss, el tránsito de la sátira a la novela tendría, entonces, un claro paralelismo con la invención del guiso, quizá el mayor salto cualitativo del arte culinario. Cuando la carne o la verdura se impregnaron de una sustancia que les mejoraba el sabor, el ingenio humano le abrió nuevos horizontes al paladar. En la narrativa ocurrió algo parecido cuando la trama reemplazó a la sucesión inconexa de aventuras. La exigencia de urdir cadenas de causas y efectos en concordancia con el carácter de uno o más personajes requería una destreza mayor por parte del cocinero que la simple yuxtaposición de episodios. La trama no puede traicionar a su materia prima, el protagonista, sin rebajarlo al rango de marioneta, lo que equivale a estropear la sazón del guiso con un puñado de sal. El oficio narrativo consiste en adivinar qué salsas le convienen a tal o cual vianda, pero sobre todo en la capacidad de inventar nuevos sabores con distintas combinaciones de especias. Por supuesto, esta analogía no funciona si, en un gesto de soberbia intelectual, los chefs le niegan al comensal el derecho de juzgar sus platillos y cocinan para una cofradía de charlatanes incondicionales.

La divergencia entre el contenido de la sátira y la novela determinó también la evolución formal de ambos géneros. El escritor satírico no tiene la necesidad de crear a los personajes que ridiculiza: son sus contemporáneos y cualquiera los puede reconocer. Como el blanco de sus dardos son tipos sociales rebajados a la categoría de monigotes, tampoco está obligado a mostrarles ningún respeto. Cervantes, en cambio, se solidariza con un personaje ridículo al que retrata con profundo afecto. Hasta los personajes incidentales del Quijote tienen un espesor humano impensable, por ejemplo, en el Buscón, don Pablos, de Quevedo. En la novela realista que siguió ese camino, la química de las pasiones determina tanto el curso de la trama como el tipo de lenguaje empleado para contarla. El monólogo interior, la tentativa más radical por borrar las fronteras entre el cocinero y sus ingredientes, aparentaba renunciar a cualquier técnica de cocción para poner en primer plano la materia prima del platillo: el pensamiento en formación. Pero ese artificio gastronómico tampoco pudo prescindir de la trama, el condimento que marca la diferencia entre la carne cruda y la carne tártara. ~

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(ciudad de México, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela más reciente, El vendedor de silencio. 


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