Los siervos del imperio

Inevitable comparar el estado actual de la caricatura política de izquierda con su propia historia combativa en tiempos del PRI hegemónico. La crítica, en otro tiempo ejercida con dignidad y no pocas veces a contracorriente, terminó por convertirse en propaganda durante el actual sexenio.
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“Esa es nuestra arriesgada profesión: criticar lo mal hecho y hacerlo de la mejor forma posible, pero con monos.”

{{ Eduardo del Río, Rius, “Advertencia” en Estela Arredondo y Eduardo del Río, Los críticos del Imperio. La historia de los últimos sexenios a través de la caricatura, Ciudad de México, Grijalbo, 1998, p. 13. }}

 Esta definición se desprende de Los críticos del Imperio, un singular libro que reúne a cinco caricaturistas mexicanos (Rogelio Naranjo, Helioflores, Paco Calderón, Rafael Barajas El Fisgón y Antonio Helguera), quienes comentan lo que fue atestiguar seis sexenios y registrarlos a través de la óptica del cartón político. Coordinado por Estela Arredondo, los moneros –reunidos por convocatoria de Eduardo del Río (Rius)– repasan los principales acontecimientos de esos gobiernos, priistas todos, y cómo fue vivirlos desde la trinchera del cartón político.

Editado dos años antes del cambio de poder y la llegada, por vez primera en la historia de México, de un presidente no proveniente del Partido Revolucionario Institucional, permite descubrir de primera mano el panorama del periodismo gráfico y el oficio de los caricaturistas, la libertad de prensa y su manera de capotear la censura proveniente del gobierno. Inevitable comparar el estado actual de la caricatura política de izquierda –lo que sea que eso signifique a estas alturas– a la luz del golpe de timón a la llegada de Andrés Manuel López Obrador al poder. Ese “arte irrespetuoso” del que hablaba Rius, y que fue ejercido con mucha dignidad por generaciones de caricaturistas combativos, se derrumba estrepitosamente. Lejos ha quedado la crítica feroz, por ejemplo, de la seminal e influyente revista La Garrapata, que agrupaba a caricaturistas y escritores que no soltaban a los gobernantes en turno, sin alinearse ni ceder un ápice. Muy contrario al papel propagandístico que desempeñan en la actualidad los moneros agrupados principalmente en dos medios: el diario La Jornada y la revista El Chamuco: José Hernández, Rafael Barajas El Fisgón y algunos otros.

En 1984 Rius explicaba:

La prensa, al paso de los siglos, ha probado ser un instrumento eficaz de ataque y defensa. Tiene lo que el gobierno desea y a veces necesita: fuerza, influencia, partidarios y poder. Por ello, el afán de todos los gobiernos es contar con esa fuerza de su lado, dominarla cuando se resiste y acabar con ella cuando no accede a ser dominada o ganada. Por ello el gobierno siempre ha tenido especial interés en contar con los caricaturistas en su trinchera, no en la de la oposición. Pocas veces lo ha logrado en el caso de los buenos caricaturistas; siempre en el de los mediocres, vendidos de antemano.

Eduardo del Río, Rius, “Colofoncito”, Un siglo de caricatura en México, Ciudad de México, Grijalbo, 1984, p. 167.

La llegada de un gobierno que se dice de izquierda es la culminación de décadas de lucha contra el poder, contra la hegemonía de un partido político avasallador, corrupto y manipulador, la materialización de un sueño juvenil de ímpetu revolucionario. Es el triunfo de quienes colgaron por años el póster con el retrato del Che Guevara de Alberto Korda y su variante intervenida por Jim Fitzpatrick. De quienes entonaron “Alforja campesina” de Carlos Mejía Godoy y Los de Palacagüina o “El pueblo unido jamás será vencido” de IntiIllimani. Y, muy marcadamente, de quienes pusieron parte de su educación en manos del eterno secretario de Educación idealizado: Rius Frius.

Ese arribo al poder se vino construyendo en las páginas de los pocos periódicos y revistas que llegaron a abrir sus páginas a la caricatura altamente crítica. La visión de los moneros “pertenece a las que desde la sociedad civil quieren reforzar ese poder apenas incipiente en México: el de la participación ciudadana, el de la capacidad de decirle no al poder, el de las opciones morales como la de Rosario Ibarra de Piedra o las alternativas políticas de la nueva oposición organizada”.

((Federico Campbell, “Presentación”, Rius en Proceso, Ciudad de México, Ediciones Proceso, 1983, p. 5.))

Después de atravesar una persecución feroz –que incluso llegó al absurdo y terrible “ensayo” de fusilamiento del que Rius fue víctima en enero de 1969– y tras años de abrirse paso en un entorno hostil, la caricatura política logró acomodarse en publicaciones cada vez mejor establecidas. A veces sobreponiéndose a descarados golpes de Estado –como el esquirolazo sufrido por El Chahuistle, que quedó en manos de un grupo de artistas menores, igual que Rius al ser despojado de sus Supermachos– o a directores mañosos que se quedaban con el dinero –baste recordar el vergonzoso paso de Federico Arreola como director de El Chamuco, quien se fue con acusaciones de desfalco en 2010.

(( Jorge Flores, “Who framed El Chamuco?”, Replicante, 17 de junio de 2010, disponible en replicante.com.))

Sin padecer la censura que antaño ejercía la Productora Importadora de Papel S. A. (PIPSA) a través del monopolio de la importación de papel –lo que orilló a varios editores, como en el caso de La Garrapata, a comprarlo en el mercado libre a precios mucho más altos–, El Chamuco logró gozar de una amplia distribución que se traducía en cientos de fieles lectores, que se mantienen hasta hoy. Sin embargo, la revista recibió en distintos momentos acusaciones de malas prácticas. Según denuncia Lorena Martínez, excolaboradora de la publicación, en 2015 El Chamuco logró contratos millonarios en términos de publicidad y exposición en medios de comunicación y, a pesar de ello, a principios de año pasaron cuatro quincenas sin que se le pagaran, terminando en su despido injustificado. “Monero Hernández fue violento en lo laboral. Recibí un correo electrónico agresivo que me llevó a la determinación de demandar por mis derechos laborales”.

{{Lorena Martínez, denuncia en su cuenta de X [@loretui].}}

 Asimismo, reclamos sobre el menosprecio y abaratamiento del trabajo de otros caricaturistas, como Vicente Rico, quien fue invitado en 2015 por Hernández a colaborar en las páginas de la revista, eso sí, con una paga de seiscientos pesos por página. “Sé que es una miseria, pero era eso o cerrar la revista”, se justificaba. Sin embargo, años después, al recibir una nueva invitación a colaborar, se llevó la sorpresa de que la paga era exactamente la misma. “Luego me fui enterando de que atrasaban pagos o de plano no pagaban, porque hubo un monero de nombre Alonso de Yucatán que los exhibió. La reacción de los chamucos fue burlarse de él”, dice en una charla por WhatsApp.

Esta última es una práctica común también entre su base –de lectores, fans, bots, poco importa– que suele arremeter en contra de la parte del gremio que sí ha optado por hacer crítica en sus cartones, a los que se les señala de vendidos o chayoteros. Ahí están Rictus, Alarcón, Chavo del Toro, el veterano Calderón… y Magú, un caso atípico dentro de La Jornada, que se mantiene en sus páginas a pesar de ejercer, él sí, una crítica al gobierno actual, incomodándolo, como buen caricaturista.

Periodismo.– Más que “cuarto poder”
el periodismo parece “cuarto de hotel”.
Definición en el Pequeño Rius ilustrado

“Si la caricatura no es crítica se vuelve propaganda. Y lamentablemente hoy es muy común descubrir en algunos periódicos caricaturistas acríticos o que incluso alaban a la gente en el poder. Eso para mí ni siquiera es caricatura sino propaganda, que además pierde el sentido del humor.”

{{Angélica Abelleyra, “Antonio Helguera: si la caricatura no es crítica se convierte en propaganda”, La Jornada, 31 de mayo de 1996.}}

 Las anteriores son palabras del, en ese momento, flamante ganador del Premio Nacional de Periodismo en 1996 Antonio Helguera (fallecido en junio de 2021). En entrevista para La Jornada marcaba así su posición como monero ante el poder: “La postura de uno debe ser independiente de partidos y de grupos”, decía. Años más tarde, con López Obrador en la presidencia, Helguera cambió completamente de opinión:

Porque, por ejemplo, hoy en día nos dicen: “No, ustedes son oficialistas.” A ver, sí, pendejo, de un gobierno que es antineoliberal. ¿Pues qué esperaban? ¿Qué coño esperaban? A eso nos hemos dedicado toda la vida profesional. Yo todos mis monos son contra el neoliberalismo. Pues esto es lo que me esperaba. Si me dicen a mí monero oficialista, ¿sabes qué? A mucha honra y encantado de la etiqueta. Me la pongo aquí, pero oficialista de este gobierno, no del PRI o del PAN. No me jodas.

Jacobo García, “Los amigos (muy amigos) de López Obrador”, El País, 24 de octubre de 2020.

Todo lo anterior en un tono amargo, molesto, demostrando que, en efecto y, como él bien apuntaba, cuando la caricatura se convierte en propaganda se pierde el sentido del humor.

Algo que hace al caricaturista un buen caricaturista es la capacidad de sintetizar los acontecimientos de la agenda política a través de trazos y humor. Sin embargo, en no pocas ocasiones, temas que parecerían importantes –alguna nueva pifia del gobierno, la corruptela de la semana– son ignorados para voltear hacia algún blanco fácil. Su silencio ante la desinformación, la manipulación informativa promovida desde el gobierno, sus fallas y fracasos, el ataque sistemático en contra de periodistas y ciudadanos críticos los vuelve cómplices.

Estoy seguro de que, de pertenecer a un gobierno del PRI o el PAN, un personaje como Elizabeth Vilchis –conocida como Liz Vilchis– habría sido el centro del escarnio de los moneros y habría merecido una portada en El Chamuco en la que se resaltaran sus rasgos físicos hasta ridiculizarlos. No importa que “Vilchismosa” –como también se le llama– sea el instrumento para atacar a cualquier crítico del gobierno de la 4T, denunciando lo que ella denomina, jocosa pero también preocupantemente, “mentiras falsas”. Si para José Hernández Loret de Mola y Brozo son gatos, López-Dóriga un perico y Adela Micha una perra, ¿qué sería Liz Vilchis? La pregunta no es gratuita, al final de eso se trata la sátira política: de ridiculizar a los poderosos, a quienes controlan el poder, el dinero y los medios, los que aplastan y manipulan al pueblo. Pero ¿qué sucede con el humor político cuando el poder lo ostenta el candidato de nuestra preferencia? ¿Ese es el límite del cartón político? La caricatura se coloca en el polo opuesto al que le corresponde. De la crítica al poder, corre a ponerse de su lado y afloran los pasquines propagandísticos. A ese cementerio ignominioso de la historia del cómic nacional pertenecen publicaciones como 2 de julio. ¡¡¡El cambio en México nadie lo para!!! (2002), de Horacio Sandoval y Tonatiuh Rocha, realizado con la finalidad de limpiar la imagen de Vicente Fox, y ¿Quién es Claudia? ¡Vamos a conocerla mejor! (2023), de Bernardo Fernández (Bef), para apoyar la carrera hacia la presidencia de Claudia Sheinbaum. Nótese, en ambos casos, el uso de subtítulos entre signos de admiración, que indican un entusiasmo desmedido e innecesario.

También ahí pertenece el panfleto ¿Qué te estás tragando?, de El Fisgón. En la historieta, una niña llamada Lupita alecciona a Lencho, un niño con sobrepeso, por el contenido de su lunch, compuesto por “un delicioso pasteloso cajetoso con sabor a chocolate, unos Triquipraques picositos y un refresco burbujeante de cola”.

{{Rafael Barajas, El Fisgón, ¿Qué te estás tragando? Historieta de El Fisgón, a partir de información de la Secretaría de Salud, disponible en gob.mx.}}

 Dejando de lado la poca capacidad del autor para crear nombres graciosos, desde su lanzamiento la historieta fue señalada por una muy evidente gordofobia y su falta de empatía hacia las clases bajas, las consumidoras principales de productos chatarra. La historieta tiene los elementos básicos de la historieta didactista del también director del Instituto Nacional de Formación Política de Morena: el retrato de empresarios en trajes negros y monóculo y los pobres como desvalidos, achurado, cabezas grandes y cuerpos pequeños, el pueblo desarrapado, sucio, empequeñecido, descalzo y analfabeta. Los “malos” con rasgos exagerados –manchas en la piel, arrugas, ojeras–. Los “buenos” caricaturizados pero en buena onda, sin ofender. “Yo he criticado de El Chamuco que, por un lado, pidan que no se burlen del hijo del presidente mientras promueven gordofobia o que pidan justicia por crímenes de Estado pero con gusto le hagan publicidad al ejército”, añade Vicente Rico.

Como un joven lector de Rius, recuerdo especialmente el espacio dedicado en Un siglo de caricatura en México a “Los siete de la embajada”, un grupo de caricaturistas mexicanos que entre 1953 y 1954 actuaron de manera orquestada y, presumiblemente, pagados por la embajada estadounidense, para atacar el gobierno de Jacobo Árbenz en Guatemala a través de un libro llamado Siete dibujantes con una idea. Lo recuerdo por el tono amargo de Rius al mencionarlos como una mancha vergonzante para la historia de la caricatura mexicana. Me fascinaba el coraje tan vívido que transmitía al hablar del tema. Años más tarde, en el libro de Estela Arredondo, confirmé la tirria que le causaba ese arrodillamiento de sus colegas ante el enemigo, el Tío Sam: “Los siete de la Embajada, lo repito para los jóvenes, fueron Arias Bernal, Audiffred, Ernesto Guasp, García Cabral, Freyre, Fa-Cha y Medina de la Vega, a los que la Embajada pagaba una buena cantidad de dólares por elaborar decenas (o cientos, quizás) de cartones anticomunistas.”

{{Eduardo del Río, Rius, ibid.}}

 Desde luego, es vergonzante ver a un colega, que debería ser un verdadero “Quijote de las manchas” (Rius dixit), arrodillado ante el poder, aplaudiendo, lavándole la cara sucia o las manos ensangrentadas a políticos, quedando bien, haciendo a un lado su espíritu crítico. Con razón estaba tan enojado el maestro Rius.

Mi pregunta final es: ¿Quién señalará con esa misma vehemencia, para los jóvenes, a los colegas moneros que ahora se arrodillan, no ante la embajada de Estados Unidos, sino ante Palacio Nacional? ~


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Blumpi, es ilustrador, dibujante de cómics y periodista cultural freelance. Es el primer mexicano en entrevistar al dibujante underground Robert Crumb.


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