El martes primero de octubre falleció a los 93 años el gran historiador y filósofo mexicano don Miguel León-Portilla. Su vida fue larga, fértil y gozosa. Desde niño se dio cuenta de su inteligencia privilegiada, pero también recibió el don de ser bueno y alegre. Hablaba español, inglés, francés, alemán, italiano, portugués, latín, griego y hebreo, y sabía de todo. Fue muy trabajador, y nos legó una obra histórica valiosísima, vital para el conocimiento de los mexicanos sobre nosotros mismos, porque atañe a la revaloración de nuestras raíces autóctonas, indígenas y de su estudio desde una multiplicidad de perspectivas, y sin desvalorar nuestras herencias grecolatinas, judeocristianas y africanas, en consonancia con la perspectiva del encuentro de dos mundos. Se expresó en todos los medios, escribió libros, artículos especializados y de divulgación, reseñas, estudios introductorios, comentarios, siempre de manera documentada, inteligente y vivaz.
Tradujo una gran cantidad de textos en lengua náhuatl, antiguos y modernos, de los Cantares mexicanos y los Colloquios de los Doce a las proclamas en náhuatl del emperador Maximiliano y de Emiliano Zapata, pero también tradujo del latín la Introducción a la cosmografía de Martin Waldseemüller, en cuyo mapamundi sale por vez primera el nombre de América. Fue un gran editor: de los textos tlatelolcas sobre la conquista de Visión de los vencidos, que llegaron a todos los públicos; de los 54 volúmenes de la revista Estudios de Cultura Náhuatl a lo largo de sesenta años, de 1959 a 2019; de la revista Tlalocan, de la serie Facsimilares de Lingüística y Filología Náhuatl, de su edición ejemplar de la Monarquía indiana de fray Juan de Torquemada, con la meticulosa referencia a sus fuentes. Sus clases eran excelentes, y sus conferencias, un acto de performance pedagógico, atraían y fascinaban a un gran público, y se han potenciado gracias al video, y al video doméstico que practicó con felicidad, como un medio de suplir sus crecientes dificultades para desplazarse en sus últimos años, con la ayuda de su sabia y generosa esposa Ascensión Hernández Triviño, destacada historiadora y filóloga ella misma, y sus fieles asistentes académicos (Juan Carlos y Hugo) que, cuando ya veía mal y oía mal, le leían y le tomaban dictado de los artículos, reseñas, notas, comentarios, ediciones y traducciones, como el cuarto tomo de los Cantares mexicanos, y los textos de Erótica náhuatl, con perturbadores grabados de Joel Rendón, su último libro publicado, y su edición del Popol Vuh, basado en la segunda versión de fray Francisco Ximénez (1722), que dejó lista para su publicación.
Anticipo que don Miguel será recordado también como un gran memorialista, porque también concluyó, o casi, sus Memorias, que serán riquísimas por el panorama de una gran época de investigación y reflexión. Un día, su amable chofer me enseñó unas hojas de sus Memorias, en letras impresas muy grande, para que las pudiera leer y revisar bien, porque todo lo que dictaba, lo corregía detalladamente. Sus asistentes también le ayudaban con los correos electrónicos, y a sus más de noventa años se desempeñaba con los medios electrónicos como cualquier colega, aunque a menudo mostraba su particular y amable estilo, como cuando decía al despedirse: “Recibe un abrazo de tu amigo y colega que mucho te aprecia.” A los que vi más tristes en el velorio de don Miguel fue a sus asistentes. Debió ser maravilloso trabajar con él, aprender tantas cosas y divertirse tanto.
También fue un dramaturgo (La huida de Quetzalcóatl) y un poeta, pues su poesía fue como una extensión de su trabajo como traductor de textos nahuas, cuyo valor literario se muestra en antologías como La tinta negra y roja, seleccionada por Coral Bracho y Marcelo Uribe de Ediciones Era. Su poema más apreciado es Ihcuac tlahtolli ye miqui –“Cuando muere una lengua”–, que expresa con fortuna el sentido de su lucha de toda la vida en defensa y conservación de la lengua y la cultura náhuatl y de los pueblos autóctonos americanos. Pero varios otros poemas tienen garra, como Nohuian coatl, “Por todas partes serpiente”.
A partir del año 2002, El Colegio Nacional y el Instituto de Investigaciones Históricas de la unam emprendieron la edición de las Obras de Miguel León-Portilla, que a la fecha constan de quince tomos y siguen creciendo. En un primer momento, explica el propio don Miguel (“Por qué publico mis Obras”), vio que no tenía caso incluir sus libros, porque en su mayor parte se siguen reeditando y son conseguibles. Pero sus amigos lo convencieron de que convenía reunir las obras menores que se encuentran dispersas en volúmenes colectivos, artículos, estudios introductorios, notas. Los primeros once tomos, algunos divididos en dos volúmenes, reúnen estos trabajos y solo en el tomo xii inició la publicación de sus libros ya conocidos, aunque en ediciones enriquecidas. En su conjunto, puede decirse que esta gran edición de las Obras de Miguel León-Portilla es la más importante de sus obras porque, así reunidos, sus estudios cobran una enorme consistencia, por su rigor historiográfico y por la claridad de sus argumentos, y que abarcan de los tiempos de la civilización mesoamericana primigenia hasta nuestros días.
Don Miguel quiso dedicar el primer volumen de sus Obras a los Pueblos indígenas de México del presente, con el subtítulo de Autonomía y diferencia cultural. Es peculiar su intervención historiográfica desde la década de 1980, cuando, encargado de encabezar la comisión mexicana para la Celebración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, la cambió por Conmemoración del Quinto Centenario del Encuentro de Dos Mundos, abriendo su estudio a todas las perspectivas. Pero al mismo tiempo, en 1994, oyó claramente “el aldabonazo zapatista” y se volvió un defensor de la autonomía indígena reclamada por los Acuerdos de San Andrés Larráinzar.
Los tomos siguientes abarcan: la historia de Mesoamérica, la herencia cultural de México, biografías, literaturas indígenas, lingüística, filología, la California mexicana, los estudios de filosofía e historia y sus ensayos de antropología e historia escritos en inglés. La edición de las Obras de Miguel León-Portilla ciertamente abre la percepción de la potencia de la obra de don Miguel. Como bien lo dijo Adolfo Castañón, hará falta que se continúe la edición, para incluir sus cartas, las traducciones, las reseñas, los informes oficiales, y también los libros, porque no todos están disponibles y son importantes, tal es el caso de La flecha en el blanco. Francisco Tenamaztle y Bartolomé de las Casas en lucha por los derechos de los indígenas, 1541-1556, en el que se anuda la defensa de los indios del pasado –en la rebelión del Mixtón– con los del presente –con la rebelión zapatista–. Por otro lado, debe considerarse que la publicación de las Obras no anula la necesidad de seguir reeditando los títulos originales, porque muchas introducciones aparecen separadas de las obras que presentan, los ensayos a veces quedan divididos según su temática (una parte a Biografías, otra a Filología), y, en el caso de los Colloquios de los Doce en el tomo v, volumen 2, aparece la traducción sin el texto náhuatl, que es muy bello, y que no se consigue con facilidad.
Agradable deuda le tenemos a don Miguel León-Portilla, que nos dio una obra tan feliz y ricamente navegable. Ojalá podamos realizar sus ideales de respeto por la naturaleza y las culturas indígenas del pasado y del presente. Las del pasado las conocemos a través de los escritos que nos legaron en sus lenguas, gracias a la labor lingüística de los frailes franciscanos del siglo XVI, como fray Bernardino de Sahagún, con los que don Miguel León-Portilla tanto se identifica. ~
(ciudad de México, 1954) es historiador. Autor, entre otros títulos, de Convivencia y utopía.