La poesía en ciento cincuenta esquirlas

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Jeannette L. Clariond (ed.)
¡Oh dejad que la palabra rompa el vaso y lo divino se convierta en cosa humana!
Madrid, Vaso Roto, 2020, 256 pp.

 

La editorial Vaso Roto toma su nombre de un poema de James Merrill, uno de mis favoritos. De un formalismo particular para su época, que acaso solo compartía con allegados como W. S. Merwin y Elizabeth Bishop, mezclado con un sentido de la ironía y un gusto por los juegos de palabras y los largos entramados narrativos, el poeta nacido en Nueva York y afincado en Grecia durante buena parte de su vida quizá sirva de faro para entender la historia curatorial resumida en ¡Oh! Dejad que la palabra rompa el vaso, publicación que la casa hispano-mexicana dirigida por Jeannette L. Clariond lanzó para celebrar sus ciento cincuenta números de existencia. Esta antología propone, en palabras de la editora, honrar una especie de presencia trascendental de la poesía en forma del libro, con el que se trabaja como “una experiencia de vida, de apertura, de dolor”.

Partiendo de esa introducción, podríamos pensar que el rasgo definitorio que comparte la editorial con el primer momento de la obra del poeta estadounidense es el gusto por adjetivos que suenan casi anacrónicos, engolados, raros para el contexto en el que se están enunciando: “Fuego en ascenso, la voz de cada poeta es río, senda escarpada, sangre latiendo”, dice Clariond en la presentación, y Merrill, en la traducción que le sucede, habla de cómo el vaso “yace como si acogiera al sol, sus verdes hojas orladas, su deshecho resplandor, esparció su vidriada integridad por todas partes […]”. Los movimientos adjetivados, casi gongorinos, de un poema del primer libro del norteamericano cuyo trabajo se siente, acaso, más pesado y concreto en el original nos advierten también de una ruta editorial que supone el mismo problema: ¿cómo enunciar, desde el español, una poesía del mundo?, ¿cómo traer autores de distintas latitudes y exponerlos en un dispositivo que, al mismo tiempo, haga visible el valor de su obra en el original y prometa cierta continuidad estilística dentro de un discurso cerrado?

A partir de estas dos preguntas, adentrarnos en la visión que propone esta antología como una especie de retrospectiva, de interrogación ante una serie de piezas coleccionadas, nos permite observar varios problemas que surgen en el conjunto: ¿cuáles son los ejes temáticos y conceptuales que acercan a las voces de algunos de los nombres más importantes de su propia lengua en el siglo XX, como Adonis, Al da Merini o Lêdo Ivo, con el trabajo de escritores consagrados a la mitad de su carrera como María Negroni, Luis Armenta Malpica o Sophie Reyer? ¿Cuáles fueron las decisiones particulares que llevaron a la elección de ciertos versos representativos de las antologías que se han publicado, como los libros 100, 101 y 123? El trabajo de selección de la antología, pues, permite acceder a un panorama general de la editorial en sí misma como un organismo vivo, creciente y en proceso de consolidar su propio discurso, el cual se observa, dentro de ciertos límites que acaso correspondan a las concesiones que cualquier elemento del sector cultural se ve obligado a hacer, bastante bien trazado. Entre los libros que la editorial ha publicado podemos encontrar auténticos tesoros –la poesía completa de Ósip Mandelstam–, obras que resultarán relevantes para el futuro de la crítica –Teoría de las niñas, el bello libro de María Baranda inspirado en las obras de Henry Darger– o juegos semánticos sosos y disparejos –los de Juan Bufill y Leo Zelada.

Sería injusto, claro, pedirle a una editorial que publique ciento cincuenta libros buenos –y menos a una editorial de poesía, para la cual publicar ciento cincuenta libros es quizá símbolo de buena fortuna–, pero es curioso mirar, en el plano espacial y temporal de sus publicaciones, cómo resaltan los agujeros: aquellos libros que, estando ahí, no se sienten integrados en el discurso que propone Vaso Roto al enunciarse desde la poética de Merrill. Si cada libro es una esquirla de la totalidad resquebrajada, entonces ¿cómo hacer que el conjunto luche contra la inconsecuencia y manifieste una armonía desde la disonancia, parafraseando el poema? Si acaso, la ruta curatorial que propone esa estratagema no puede sino tender a la entropía: con cada libro publicado, la percepción de la editorial como texto se vuelve más difusa, y a la búsqueda de la congruencia estética se le añade la fuerza de la repetición, con la presencia clave de autores norteamericanos, españoles y portugueses que funcionan como núcleos centrales alrededor de los cuales se exploran otras voces literarias.

Hacia el final de su vida, Merrill enfocó sus energías en la escritura de recuentos de la vida cotidiana, donde hablaba de relaciones y eventos sin gran peso –Navidades, días felices– que marcaban el tiempo previo a que la enfermedad decidiera parar su corazón. Antes de eso, su obra había dado un giro épico con The changing light at Sandover, un poema experimental donde introdujo el lenguaje del ocultismo y las voces de poetas muertos para narrar una historia que, en el fondo, seguía enraizada en el experimento de lo común en el que su obra estaba afincada. Algo que siempre me ha llamado la atención de Vaso Roto es el hecho de que eligiera su nombre por un poema del primer libro de ese autor, casi vilipendiado por Merrill mismo, quien lo hizo público en 1980, cuando circuló por primera vez, de manera privada, en 1946. Leyendo la historia de la editorial, no puedo sino preguntarme si su devenir emulará el ritmo de producción del autor estadounidense: si llegará un momento en que el juego de escritores que integra se verá azotado por algún rayo de experimentalidad como la que ha predicho en sus propios términos, publicando voces de gran interés para la creación joven, como Anne Carson, Ocean Vuong, Sarah Holland-Batt o Charles Wright, aunque la mayor parte de sus ofrecimientos en nuestro idioma sean, por así decirlo, más conservadores.

A fin de cuentas, ¡Oh! Dejad que la palabra rompa el vaso permite el encuentro con un proceso editorial construido con esmero y paciencia durante años, y es una muestra de las poéticas, los intereses y los compromisos que mueven a una firma de poesía contemporánea en español. A través de la representación de autores peninsulares, latinoamericanos y de otras latitudes, emergentes y consagrados, y la inclusión de obras de distintos cortes, podemos observar un panorama singular de todos los fenómenos que se pueden articular desde el aparato formal de un libro de poesía. El hecho, también, de que sea una editorial planteada en libros, y no un sucedáneo a proyectos de otro tipo, como tantas editoriales emergidas de publicaciones web y revistas digitales, permite que la solidez del catálogo se comunique en cada ejemplar presentado por ella. A partir de este libro, también, podemos pensar en el horizonte general de la poesía en nuestro contexto: quizá los huecos que se asoman en estos ciento cincuenta ejemplares, desde poemas malogrados hasta traducciones demasiado afectadas, corresponden también a los límites de nuestra concepción del objeto poético como forma de arte y de la casa editorial como modelo de producción. ~

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(Naucalpan, 1994) escribe poemas y ensayos. Su primer libro, Fracción continua, fue publicado por el FOEM en 2022.


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